Evidencias de ritualidad en México Tenochtitlan

La labor evangelizadora de los frailes agustinos, franciscanos y dominicos, entre otros tantos, llevada a cabo con el objetivo de evangelizar a los indígenas y extirpar sus “idolatrías antiguas y falsa religión” dio como resultado la producción de una cantidad considerable -la mayoría perdida hoy en día- de textos acerca de las prácticas religiosas nativas con el fin de difundir este conocimiento entre los evangelizadores.  Para mencionar solamente algunos, de Fray Diego Durán tenemos su “Libro de los ritos y ceremonias en las fiestas de los dioses y celebración de ellas” y de Fray Bernardino de Sahagún, un texto que trata del “calendario, fiestas y ceremonias, sacrificios y solemnidades que estos naturales désta Nueva España hacían a honra de sus dioses”.

Por su parte, los hallazgos arqueológicos nos permiten observar las huellas arquitectónicas y de miles de objetos de contextos ceremoniales, desde los vestigios de los templos, las esculturas de las deidades en piedra, hasta las espinas de maguey para perforar las distintas partes del cuerpo como forma de penitencia que han quedado de dichas prácticas. Revisaremos, aquí, brevemente algunos ritos de la época prehispánica y cómo la arqueología en algunos casos es testimonio de estas prácticas.  

La ofrenda, en general, recibía el nombre de tlamanaliztli, término que proviene del verbo tlamana que significa “ofrendar, sacrificar u ofrecer”. Así, por ejemplo, cada día cuando salía el Sol se sacrificaban codornices en su honor y le decían: “Dígnate hacer tu oficio y cumplir con tu misión, señor nuestro” (Sahagún, 1958). 

Los frailes se asombraban con la gran cantidad de alimentos ofrendados a los dioses y los banquetes asociados. Según Durán (1984), "todas sus idolatrías fundaron en comer y beber": “Estos indios de esta Nueva España usaron este vicio de convites y cenas con mucho exceso en las solemnidades y fiestas que celebraban a sus falsos dioses […]. tenían aquesta costumbre y uso, haciendo grandes convites, así de pan como de carnes de diferentes animales y en especial de carne humana, …, una vergüenza que compartían con los de Corintio, […] de banquetear y comer larga y espléndidamente en las iglesias y casas sagradas […] no respetando la santa y limpia comunión” (Torquemada, 1975-1983). Hay que recordar que en el Antiguo Testamento se reconocía el sustituto divino de Dios en el sacrificio de animales. Es notable que los indígenas siempre arrojaban una pequeña porción de la ofrenda en el fuego (tlatlazaliztli) antes de comer.

Otras ofrendas eran depositadas en lugares sagrados del paisaje ritual: en cuevas, manantiales, o dentro de algún templo. Por lo regular, la construcción, ampliación o destrucción de un recinto sagrado iba acompañado de alguna oblación. En términos arqueológicos, se habla de una ofrenda “matada” cuando los objetos son intencionalmente destruidos. En general, se acepta que se trata de liberar la energía o el alma del objeto, muchas veces, al final de una época específica. No es extraño encontrar la mitad de una vasija en un depósito o alguna parte de un cuerpo humano o animal.  En ocasiones, se trata de cientos o miles de objetos matados, conocidos como “basureros rituales”, como resultado final de una ceremonia donde se consumían colectivamente ciertos alimentos y bebidas.

Tradicionalmente, los arqueólogos no prestaban mucha atención a los objetos que aparecían en grandes cantidades en contextos rituales; no se tomaban en cuenta objetos "comunes" o de uso "cotidiano" en las ofrendas, por ser de carácter "no-ritual". Los estudios se enfocaron básicamente en el análisis de las piezas completas sin considerar los tiestos o todo tipo de fragmentos de piezas. Sin embargo, la idea de una separación entre lo utilitario o "cotidiano" y lo ritual implica pasar por alto la consideración, ya señalada por Durkheim (2000) a principios del siglo XX, que las fuerzas sagradas se pueden manifestar en cualquier forma, hasta en los objetos más "insignificantes".

La misma suerte corrían los restos óseos humanos. Muchas veces, se usaba el cuerpo o alguna parte para la elaboración de herramientas de hueso o los (re)usos como trofeos. En contraste con el arreglo más o menos ordenado de contextos funerarios (difuntos que se encuentran en posición anatómica), están los restos completamente dispersos y fragmentados en las ofrendas de los templos, en rellenos, encima o debajo de los patios o en basureros domésticos. 

El rito de tlenamaquiliztli u “ofrenda de fuego” consistía en sahumar a las estatuas con el humo de copal. En los templos, los sacerdotes tocaban la flauta (tlatlapitzaliztli) e inciensaban a media noche, en la mañana y a mediodía. Muchas veces se trataba de penitentes que después sacaban sangre de distintas partes de su cuerpo (nezoliztli o “sangramiento”) con espinas de maguey, punzones de hueso o navajillas de obsidiana. Así menciona Durán, que los varones se sacrificaban los molledos mientras las mujeres las puntas de las orejas; con la sangre vivificaban (tlazcaltiliztli) a los fogones y al Sol.

Se decía que el penitente que iba a la montaña se podía encontrar con el dios Tezcatlipoca como fantasma: Esta criatura se presentaba sin cabeza y con el pecho abierto, es decir, como una víctima sacrificial. En un instante, el penitente agarraba el corazón del dios en su mano y exigía una dotación de tres o cuatro espinas, una cantidad equivalente a la cantidad de cautivos que el penitente en un futuro iba a tomar. Si realmente lograba arrancarle el corazón, éste se envolvía en una tela y el día después se examinaba: si el envoltorio contenía algodón o espinas de maguey, el presagio era positivo. En cambio, si se trataba de pedazos de carbón, se consideraba el presagio negativo.

Volviendo al autosacrificio, en casos más extremos, se atravesaban varas en la lengua o en las piernas (tlacoquixtiliztli). Se sabe de estelas mayas de nobles con el atuendo de sus prisioneros (como forma de asimilación) con sogas y lancetas que refieren al soberano penitente. En un canasto o vasija se captaba la sangre encima de tiras de papel. En general, la resistencia al dolor era muy apreciada y en algunos contextos, se buscaba una larga agonía de una víctima como signo de prosperidad para el sacrificante. El rito de tlahuahuanaliztli consistía en rayar el cuerpo de un cautivo con navajillas de obsidiana.

Los frailes europeos veían las prácticas religiosas con sentimientos mixtos: aunque claramente engañados por el diablo, la devoción de los indígenas les dio la esperanza de generar un pueblo comprometido con la fe católica. “Hasta en irse a bañar al río” era precedido por alguna ceremonia.  Sin embargo, tan pronto como el concepto del Dios único y verdadera les era enseñado, acudían también a un médico, a la adivinanza o la consulta de alguna deidad local, por lo que eran calificados por los frailes como “inconstantes o mudables”. 

 

Para leer más:

Durán, Fray Diego, (1984), “Libro de los ritos y ceremonias en las fiestas de los dioses y celebración de ellas”, en Historia de las indias de Nueva España e Islas de la Tierra Firme, Porrúa, México.

Sahagún, Fray Bernardino de, (2000), “Calendario, fiestas y ceremonias, sacrificios y solemnidades que estos naturales désta Nueva España hacían a honra de sus dioses”, en Historia General de las Cosas de la Nueva España, Conaculta, México.

Para citar: Stan Declercq, Evidencias de ritualidad en México Tenochtitlan, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/index.php/amoxtli/1937/1937. Visto el 26/04/2024