De Melilla a Tenochtitlan. El cautiverio de guerra en el Mediterráneo

Días después de su entrada en Mexico-Tenochtitlan, Hernán Cortés retuvo a Moctezuma en uno de los aposentos de la casa de Axayácatl. Una semana antes, el huey tlatoani había cedido aquel recinto de sus antepasados para alojar al capitán español; entonces, no imaginaba que se convertiría en su celda.

Cortés dio cuenta de aquella decisión en su Segunda Carta de Relación, dirigida al emperador Carlos V. De acuerdo con lo dicho, el cautiverio del Moctezuma tendría un carácter preventivo, para que “no mudase el propósito y voluntad que mostraba en servir a vuestra Majestad” y se volviera contra el capitán invasor ante posibles impertinencias de los españoles. Más allá de esta medida que revelaba la inseguridad e inestabilidad en la hueste hispana, Cortés declaró al rey un segundo y más trascendente propósito de la captura: “porque teniéndole conmigo, todas las otras tierras que a él eran súbditas, vendrían más aína al conocimiento y servicio de vuestra majestad”. Con este objetivo y tras una visita amistosa a la casa de Moctezuma, Cortés inventó un ardid a propósito de una escaramuza ocurrida en Nautla donde murieron españoles a manos de vasallos de Qualpopoca, quienes presuntamente habrían actuado bajo las órdenes del huey tlatoani. Mientras se descubría la verdad de aquellos hechos, Cortés instó a Moctezuma a permanecer bajo su poder. Aunque éste aceptó la proposición, los señores que lo condujeron en andas, lloraban mientras lo trasladaban hasta la alcoba de su prisión. El cautiverio del gobernante tenochca era un mensaje para sus súbditos de todas partes, por medio del cual el capitán español demostraba su superioridad y anunciaba la guerra abierta que estaba por venir.

La acción de Cortés sobre Moctezuma se apegaba a los códigos en que se daba la toma de cautivos en la península Ibérica y el Mediterráneo. Se trataba de una práctica que proliferó en las guerras entre reinos cristianos, así como entre castellanos y musulmanes, especialmente desde la segunda mitad del siglo XV y durante el XVI.

Tras la caída del reino de Granada, bajo la autoridad de los Reyes Católicos desde enero de 1492, el mar Mediterráneo se convirtió en el laboratorio primordial de la expansión ibérica. En especial el Magreb, espacio comprendido entre las costas españolas y las de los reinos de Fez, Tremecén y Argel, en el norte de África. Desde la conquista española de Melilla, en 1497, hasta el desbarato de los ejércitos ibéricos en Alcazarquivir, en 1578, el Magreb fue escenario de prácticas, intercambios, imaginarios de conquista, vínculos y desarticulaciones que se produjeron en el marco de una guerra expansiva. Las acciones eran realizadas por diversos grupos, quienes actuaban en nombre del rey católico o del sultán otomano, tanto en las costas españolas como en las costas africanas. El mismo año en que Cortés llegó a Mexico-Tenochtitlan, los hermanos Barbarroja, piratas de origen griego, tomaron en control del reino de Argel y lo pusieron bajo el dominio del sultán Selim I, gran gobernante de los turcos otomanos. Con ello, intensificaron la lucha por la expansión otomana sobre el Magreb, frente a las conquistas españolas de los años anteriores (Melilla, en 1497; Mers-el-Kébir, en 1505; Orán, en 1509; Bugía y Trípoli, en 1510).

            El cautiverio de personas era llevado a cabo tanto por cristianos, como por musulmanes, así como por las tribus bereberes del noroccidente africano. Esta acción formaba parte de un repertorio de tácticas para someter al enemigo o mantenerlo en un margen determinado de negociación. Pronto se convirtió en la actividad de guerra más cotidiana. El rescate de cautivos provocó la intervención de muchas personas a diversas escalas, desde las comunidades de origen de los cautivos hasta el rey y sus ministros. Inclusive se formaron organizaciones muy complejas, como las órdenes religiosas de los trinitarios y mercedarios, quienes tenían por objetivo principal rescatar a los cristianos capturados por los musulmanes. Las llamadas “redenciones generales”, emprendidas por estos religiosos tenían el propósito de regresar a los cristianos capturados, para evitar que renegaran del cristianismo y se convirtieran al Islam, de manera forzada o voluntaria. Los religiosos empleaban las ciudades conquistadas por los españoles en el norte de África como base para establecer negociaciones con los captores musulmanes en los reinos de Argel, Fez y Tremecén. 

Muy pronto, el cautiverio y el rescate se convirtieron en actividades redituables en términos comerciales. Los rescates propiciaron la participación de diversos grupos con intereses económicos, así como la intensificación del tránsito de población en el mundo Mediterráneo. Estas actividades se convirtieron en un fin en sí mismo y dieron pie a un tipo de acción bélica que se extendió por todo el mar Mediterráneo: la guerra de corso. Encabezadas por corsarios musulmanes y cristianos, estas acciones asolaban las poblaciones costeras, de un lado y del otro, con el fin de capturar personas que eran vendidas en los principales mercados del norte de África.

El cautiverio pasó así de ser un elemento para forzar la negociación o imponer la voluntad del captor sobre al cautivo, a convertirse en un objetivo comercial, propiciado por el movimiento de dinero y mercancías que promovían los rescates. Durante el siglo XVI este fenómeno se generalizó y, para el siglo XVII, el cautiverio y el rescate eran prácticas comunes entre las potencias que se disputaban el control comercial y la hegemonía política de aquella región, estratégica para las relaciones a larga distancia con el medio oriente y la antigua ruta de la seda.

Tanto la toma de cautivos como la organización de rescates eran conducidas por diversos tipos de mediadores que actuaban en nombre de alguna autoridad. Así, mientras los corsarios, cristianos o musulmanes, organizados por navegantes pagados por nobles de una confesión u otra, dirigían las operaciones de captura contra las poblaciones costeras en ambos lados del Mediterráneo, los rescates eran organizados generalmente por comerciantes, autoridades locales o religiosos que actuaban formalmente como agentes del rey e involucraban una larga cadena de intermediarios que se beneficiaban de los pagos que las poblaciones adelantaban para rescatar a sus vecinos o parientes. Ambas operaciones producían ganancias; por una parte, las acciones de toma de rehenes implicaban también el asalto a graneros, la toma de ganado, caballos y cosas diversas de las poblaciones atacadas, que los captores vendían en diversos mercados de las ciudades del norte de África. Por otra parte, el dinero que los familiares de los cautivos adelantaban a los mediadores y redentores generales, eran empleado para financiar un nuevo flujo de mercancías que transitaban, en sentido contrario, desde el norte de África a las costas ibéricas.

Los cautivos provenían de diversos sectores sociales. No era lo mismo capturar un noble que un tributario, un campesino o un artesano. Mientras el cautiverio de los nobles o jefes militares atraía la obtención de recompensas, el cautiverio de campesinos o población general resultaba poco redituable en sí mismo. Esta circunstancia influía decisivamente en el valor de su rescate. Aunque el precio de los cautivos era impuesto por los captores, la variación, que llegó a ser enorme, reflejaba la calidad del cautivo. Los retenidos como resultado de batallas, generalmente nobles o militares de alto rango, se tasaban muy alto. En cambio, los cautivos que resultaban de entradas de piratas en diversas ciudades costeras eran trasladados a las ciudades para ser empleados como mano de obra y su rescate resultaba muy difícil.

En muchas ocasiones los rescates y redenciones de los cautivos cedidos a miembros de la tropa de los captores o a las ciudades de origen de éstos, generalmente soldados rasos o miembros del común de alguna ciudad de Levante o de algún presidio, carecieron de interés para sus dueños. Este tipo de cautivos incentivaba la obtención de recursos que provenían de los familiares de los cautivos, los llamados adjutorios, dinero o títulos de crédito que servían para rescatar a los cautivos, pero que servían para financiar el tráfico de mercancías, inclusive de objetos suntuarios subsaharianos. En la circulación de estos valores mediaban comerciantes, nobles, órdenes militares cristianas o diversos representantes de la autoridad real española quienes administraban los rescates mientras participaban del comercio a larga distancia.

En muchas ocasiones, el cautivo se veía en la necesidad de pagar su rescate con trabajo, lo que lo asimilaba a un esclavo. En los hechos, el cautiverio produjo una forma específica de esclavitud que era muy redituable, ello volvió la guerra en el Mediterráneo una constante, aun cuando los representantes de los grandes imperios firmaran treguas o pactaran la paz.

Para saber más

  • Cahiers de la Méditerranée, núm. 87, “Captifs et captivités en Méditeranée à l’époque moderne”, 2013.
  • Mercedes García Arenal y Miguel Ángel de Bunes Ibarra, Los españoles y el norte de África. Siglos XV-XVIII, Madrid, Mafre, 1992.
  • José Antonio Martínez Torres (dir.), Circulación de personas e intercambios comerciales en el Mediterráneo y en el Atlántico (Siglos XVI, XVII, XVII), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2008.
  • José Antonio Martínez Torres, Prisioneros de los infieles. Vida y rescate de los cautivos cristianos en el Mediterráneo musulmán (siglos XVI-XVII), Barcelona, Bellaterra, 2004.
  • Wolfgang Kaiser (dir.), Le commerce des captifs. Les intermédiaires de l’échange et le rachat des prisonniers en Méditerranée, XVe-XVIIIe siècle, Roma, École française de Rome, 2008.

Bernard Vincent, El río morisco, Universitat de València/Universidad de Granada/ Universidad de Z

Para citar: Gibrán Bautista y Lugo, De Melilla a Tenochtitlan. El cautiverio de guerra en el Mediterráneo, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/index.php/amoxtli/1836/1836. Visto el 02/05/2024