La captura de los dioses y "otras" entidades anímicas

Durante las ceremonias mexicas que se llevaban a cabo en el mes (veintena) de Panquetzaliztli (una de las fiestas del calendario), se solía elaborar una estatua comestible hecha de amaranto del dios Huitzilopochtli para su consumo (una teofagia). Un aspecto que llama la atención en este rito es el hecho de que la estatua del dios, literalmente, fue capturada en su templo por dos guerreros antes de ser llevado al banquete. Un texto histórico del siglo XVI escrito en náhuatl señala que el dios era realmente un cautivo. ¿Cómo podemos explicar esta extraña costumbre? A través de otros ejemplos, reflexionaremos un instante sobre esta noción de la “captura” en el mundo indígena.

A pesar de ser conocidos generalmente -y de manera un poco estereotipada- como pueblos sedentarios que se dedicaban a la agricultura para el sustento, los grupos mesoamericanos contaban también con formaciones de guerreros de élite. Para ellos, mayoritariamente nobles, la guerra era sin duda la actividad principal que, además, los distinguía de los demás grupos sociales. Los textos históricos atestiguan que matar o capturar a un enemigo formaba un aspecto esencial de esta actividad bélica. De manera curiosa, el fenómeno de capturar no se limitaba únicamente a prisioneros de guerra, sino que se extendía a aprisionar dioses -como hemos visto-, plantas, objetos y por supuesto animales podían ser víctimas o presas. Estas observaciones han llevado a varios estudiosos del mundo indígena a pensar sobre el papel de la cacería, no obstante el claro sustento agrícola de las sociedades mesoamericanas. Al mismo tiempo, nos abre un debate interesante sobre la dicotomía entre el mundo salvaje y el mundo domesticado.

Regresando un instante a la captura de los dioses, disponemos de varios episodios del calendario mexica en donde se mataba y consumía a alguna divinidad, aunque la información no siempre es explícita; acerca del cuerpo comestible del dios de los convites Omácatl “dos cañas”, sabemos que lo apuñalaron y mataron. Los montes sagrados fabricados en miniatura que representaban dioses se convertían en víctimas sacrificiales durante las fiestas de Tepeílhuitl y Atemoztli. Después de haber alimentado a los cerros, les abrían el pecho con un palo para tejer -el tzotzopaztli- les sacaban el corazón y los decapitaban, para luego ser comidos. En estos casos se trata de dioses locales.

Otros datos nos informan acerca de la captura de deidades "ajenas” que eran tratadas como prisioneros. En un edificio llamado Coacalco, que Sahagún describe como una cárcel, "tenían encerrados a todos los dioses de los pueblos que habían tomado por guerra, donde los tenían como cautivos". Es significativo que Moctezuma intentó varias veces de llevarse la estatua o el envoltorio del dios-tutelar de los pueblos enemigos, Camaxtle-Mixcóatl de Tlaxcala y Huexotzinco.

Los conceptos de la cacería se trasladaban a la agricultura y la vida social. Cuenta Fray Diego Durán como en la fiesta de Tozoztontli, se acercaban a las milpas en escuadrones, generando los ruidos de un ataque, para arrancar las cañas de maíz como si fueran enemigos. Finalmente, y no menos significativo, señalamos que en el pensamiento náhuatl, el nacimiento de un infante equivalía a la captura de un prisionero: la partera lanzaba un grito bélico, la mujer preñada había luchado como en el campo de batalla. En otras áreas y dimensiones cósmicas, vemos distintas formas de captura de entidades anímicas. En la actualidad, enfermarse o “perder la sombra” se atribuye a la “captura” de dicha alma. Espíritus de la tierra atacan con enfermedades y se apoderan de los humanos y a veces de los familiares de los difuntos.

Lo que podemos observar es un mundo donde, por momentos, las supuestas jerarquías son cuestionadas y puestas a prueba: humanos, dioses y animales recibían el mismo tratamiento. Notamos que la jerarquía secuencial dios-humano-animal-planta que conocemos en el mundo occidental (siendo normalmente el o los dioses el elemento superior) no aplica en el mundo indígena. Esto nos revela algo acerca de la percepción del “otro” en el mundo indígena: fuera de la propia comunidad, todas las entidades anímicas (también humanos) eran consideradas diferentes y eran generalmente temidas; un dios podría ser visto como un enemigo.

A diferencia de culturas que sacrificaban animales domesticados (los griegos nunca sacrificaban animales silvestres), en Mesoamérica es notorio la prevalencia de sacrificar “cosas” capturadas: dioses (en forma de esclavos, estatuas comestibles, montañas, etc.), humanos (enemigos) y animales podían ser presas. Sabemos que había ciertos mecanismos de domesticación antes del sacrificio, pero también es cierto que el elemento “salvaje” en ocasiones se consideraba algo poderoso y deseado. En otras ocasiones, era una amenaza para la vida. Estos procesos de depredación implicaban una transformación, y ocurrían de manera multidireccional: así como un guerrero podía ser capturado en el otro campo, así también un cazador podía ser víctima de sus propias presas; humanos decapitaban montañas, y las montañas, a su vez, enfermaban comerciantes viajeros; humanos se convertían en antepasados divinizados, mientras las deidades extranjeras se volvían mexicas. La captura, el sacrificio y el consumo eran estrategias de integración. Sin embargo, para el bienestar, la salud y la obtención de recursos dicho sistema de rapacidad inestable exigía un buen intercambio y la mediación constante en las relaciones intercomunales (humanos y no-humanos).

 

Para leer más:

  • Dehouve, Danièle (2008), “El venado, el maíz y el sacrificado”. Diario de Campo. Cuadernos de Etnología 4. México. INAH/Conaculta.

 

Para citar: Stan Declercq, La captura de los dioses y "otras" entidades anímicas, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/index.php/amoxtli/1835/1835. Visto el 26/04/2024