Descripción de la guerra de los indios de Centla y su comparación con la guerra clásica

Texto original con ortografía de la época:

Describiremos cómo venían, y su modo de guerrear, cuya noticia servirá para las demás ocasiones de esta conquista, por ser uno en casi todas las naciones de Nueva España el arte de la guerra. Eran arcos y flechas la mayor parte de sus armas: sujetaban el arco con nervios de animales, o correas torcidas de piel de venado; y en las flechas suplían la falta del hierro con puntas de hueso y espinas de pescados. Usaban también un género de dardos, que jugaban o despedían según la necesidad, y unas espadas largas, que esgrimían a dos manos, al modo que se manejan nuestros montantes, hechas de madera, en que ingerían, para formar el corte, agudos pedernales. Servíanse de algunas mazas de pesado golpe, con puntas de pedernal en los extremos, que encargaban a los más robustos: y había indios pedreros, que revolvían y disparaban sus hondas con igual pujanza que destreza.[63]

Las armas defensivas, de que usaban solamente los capitanes y personas de cuenta, eran colchados de algodón mal aplicados al pecho; petos y rodelas de tabla o conchas de tortuga, guarnecidas con láminas del metal que alcanzaban; y en algunos era el oro lo que en nosotros el hierro. Los demás venían desnudos, y todos afeados con varias tintas y colores, de que se pintaban el cuerpo y el rostro: gala militar de que usaban, creyendo que se hacían horribles a sus enemigos, y sirviéndose de la fealdad para la fiereza, como se cuenta de los arios de la Germania: por cuya costumbre, semejante a la de estos indios, dice Tácito, que son los ojos los primeros que se han de vencer en las batallas. Ceñían las cabezas con unas como coronas, hechas de diversas plumas levantadas en alto; persuadidos también a que el penacho los hacía mayores y daba cuerpo a sus ejércitos. Tenían sus instrumentos y toques de guerra, con que se entendían y animaban en las ocasiones: flautas de gruesas cañas, caracoles marítimos, y un género de cajas que labraban de troncos huecos y adelgaza- dos por el cóncavo, hasta que respondiesen a la baqueta con el sonido: desapacible música, que debía de ajustarse con la des- proporción de sus ánimos.

Formaban sus escuadrones amontonando más que distribuyendo la gente, y dejaban algunas tropas de retén que socorrieren a los que peligraban. Embestían con ferocidad, espantosos en el estruendo con que peleaban, porque daban grandes alaridos y voces para amedrentar al enemigo: costumbre que refieren algunos entre las barbaridades y rudezas de aquellos indios, sin reparar en que la tuvieron diferentes naciones de la antigüedad, y no la despreciaron los romanos, pues Julio César alaba los clamores de sus soldados, culpando el silencio en los de Pompeyo; y Catón el mayor solía decir que debía más victorias a las voces que a las espadas: creyendo unos y otros que se formaba el grito del soldado en el aliento del corazón. No disputamos sobre el acierto de esta costumbre; sólo decimos que no era tan bárbara

en los indios que no tuviese algunos ejemplares. Componíanse aquellos ejércitos de la gente natural, y diferentes tropas auxiliares de las provincias comarcanas, que acudían a sus confederados, conducidas por sus caciques, o por algún indio principal de su parentela, y se dividían en compañías, cuyos capitanes guiaban; pero apenas gobernaban su gente, porque en llegando la ocasión mandaba la ira, y a veces el miedo: batallas de muchedumbre, donde se llegaba con igual ímpetu al acometimiento que a la fuga.

De este género era la milicia de los indios […] 

Para citar:
de Solís y Rivadeneyra, Antonio , Historia de la Conquista de Méjico: población y progresos de la América Septentrional conocida por le nombre de Nueva España, Madird, Espasa-Calpe, 1970 [1684], pp. 62-63
Lugar(es):
  • Centla
Actor(es):
  • indios chontales
  • armas indígenas