Sobre la religión de los de Cozumel y su aceptación del cristianismo

Texto original con ortografía de la época:

A poco trecho de la costa se hallaron en el templo de aquel ídolo tan venerado, fábrica de piedra en forma cuadrada, y de no despreciable arquitectura. Era el ídolo de figura humana; pero de horrible aspecto y espantosa fiereza, en que se dejaba conocer la semejanza de su original. Observóse esta misma circunstancia en todos los ídolos que adoraba aquella gentilidad, diferentes en la hechura y en la significación; pero conformes en lo feo y abominable: o acertasen aquellos bárbaros en lo que fingían; o fuese que el demonio se les aparecía como es, y dejaba en su imaginación aquellas especies; con que sería primorosa imitación del artífice la fealdad del simulacro.

Dicen que se llamaba este ídolo Cozumel, y que dio a la isla el nombre que se conserva hoy en ella: mal conservado, si es el mismo que el demonio tomó para sí: falta de advertencia que se ha vinculado en los mapas contra toda razón. Había gran concurso de indios cuando llegaron los españoles; y en medio de ellos estaba un sacerdote que se diferenciaba de los demás en no sé qué ornamento o media vestidura, de que tenía mal cubiertas las carnes: y al parecer los predicaba o inducía con voces y ademanes dignos de risa; porque desvariaba en tono de sermón, y con toda aquella gravedad y ponderación que cabe en un hombre des- nudo. Interrumpióle Cortés, y vuelto al cacique le dijo: «que para mantener la amistad que entre los dos tenían asentada, era necesario que dejase la falsa adoración de sus ídolos, y que a su ejemplo hiciesen lo mismo sus vasallos». Y apartándose con él y con el intérprete, le dio a entender su engaño, y la verdad de nuestra religión, con argumentos manuables acomodados a la rudeza de sus oídos; pero tan eficaces, que el indio quedó asom- brado sin acertar a responder, como quien tenía entendimiento para conocer su ignorancia. Cobróse y pidió licencia para comunicar aquel negocio a los sacerdotes: porque en puntos de religión les dejaba o les cedía la suprema autoridad. De cuya conferencia resultó el venir aquel venerable predicador acompañado de otros de su profesión, y el dar todos grandes voces que, descifradas por el intérprete, contenían diferentes protestas de par- [52] te del cielo contra cualquiera que se atreviese a turbar el culto de sus dioses, intimando que se vería el castigo al mismo instan- te que se intentase el atrevimiento. Irritóse Cortés de oír semejante amenaza, y los soldados, hechos a observar su semblante, conocieron su determinación y embistieron con el ídolo, arrojándole del altar hecho pedazos, y ejecutando lo mismo con otros ídolos menores que ocupaban diferentes nichos. Quedaron atónitos los indios de ver posible aquel destrozo: y como el cielo se estuvo quedo, y tardó la venganza que esperaban, se fue convirtiendo en desprecio la adoración, y empezaron a correrse de tener dio- ses tan sufridos: siendo esta vergüenza el primer esfuerzo que hizo la verdad en sus corazones. Corrieron la misma fortuna otros adoratorios; y en el principal de ellos, limpio ya de aquellos frag- mentos inmundos, se fabricó un altar y se colocó una imagen de nuestra Señora, fijando a la entrada una cruz grande que labra- ron con piadosa diligencia los carpinteros de la armada. Díjose misa en aquel altar el día siguiente, y asistieron a ella, mezclados con los españoles, el cacique y mucho número de indios con un silencio que parecía devoción; y pudo ser efecto natural del respeto que infunden aquellas santas ceremonias, o sobrenatural del mismo inefable misterio.

Para citar:
de Solís y Rivadeneyra, Antonio , Historia de la Conquista de Méjico: población y progresos de la América Septentrional conocida por le nombre de Nueva España, Madird, Espasa-Calpe, 1970 [1684], pp. 51-52
Lugar(es):
  • Cozumel
Actor(es):
  • la cruz
  • indios de Cozumel