Hernán Cortés después de la conquista de Tenochtitlan
El 13 de agosto de 1521, día de san Hipólito, cesó el asedio de Tenochtitlan. Aquel día, tras la captura de Cuauhtémoc, Cortés regresó a su campamento en la calzada de Iztapalapa, donde se había instado con la determinación de tomar la ciudad «por paz o por guerra». Al día siguiente mandó a los oficiales reales y al tesorero de la comunidad (Vasco Porcallo de la Cerda) que velasen por la hacienda real. Pese a que puso guardas, el saqueo y pillaje de los españoles y sus aliados indígenas fue imposible de controlar. También ordenó registrar por escrito el botín para determinar lo que correspondía al rey y a la comunidad. En el despojo de la ciudad se incluyeron escudos, rodelas, objetos plumarios… y piezas de oro. Tras pregonar la paz, mandó que nadie ofendiese a los mexicanos y que los sitiados abandonasen libremente la ciudad. Días después, se instaló en Coyoacán. Tenochtitlan era una ciudad en ruinas y tenía que ser reconstruida.
Tras la celebración de la victoria, donde corrió con abundancia el vino de Castilla y se cometieron muchos desatinos, recibió a los señores y principales de las provincias que le habían ayudado y les agradeció el apoyo prometiéndoles ser señores con tierras y vasallos. La guerra había acabado y regresaron a sus tierras con el botín que obtuvieron en la toma de Tenochtitlan.
El 25 de septiembre de 1521 se hizo la primera fundición del oro obtenido. El reparto del botín se realizó según los méritos y servicio de cada uno en la guerra, aunque a la mayoría le pareció escaso. Las cantidades entregadas se anotaron en el Libro de las partes, que no se ha conservado. Según Bernal Díaz del Castillo, los de caballo recibieron ochenta pesos y los ballesteros, escopeteros y rodeleros, entre cincuenta y sesenta pesos. Como fue poco lo recibido, pronto circularon rumores sobre quién se había adueñado de las riquezas o dónde estaban ocultas, idea que, con el paso del tiempo, siguió flotando en el ambiente, al igual que la esperanza de encontrarlas.
La toma de Tenochtitlan no significó en absoluto el dominio de todo el territorio, del que, por otra parte, se desconocían sus verdaderas dimensiones, ni que la tierra estuviese totalmente pacificada tras la captura del tlatoani. La noticia se difundió con rapidez e incluso algunos señores de otros ámbitos quisieron comprobar que era cierto. Con aquella intención envió emisarios el señor de Michoacán llevando presentes y regalos para el capitán. Hay que señalar que parte del territorio se incorporó en los meses siguientes de manera pacífica porque muchas provincias acudieron a entrevistarse con Cortés y evitaron el conflicto armado.
Para afianzar la posición de los castellanos se realizó la fundación española de Tenochtitlan y su cabildo se instaló en Coyoacán durante sus primeros años. Al igual que ocurrió con el de Veracruz en 1519, sus integrantes fueron destacados capitanes (Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olid, alcaldes; Juan Rodríguez de Villafuerte, Antonio de Quiñones, y Diego de Soto, regidores). La decisión de construir sobre la destruida cabeza de la Triple Alianza tenía una fuerte carga simbólica y política. Aquel sería el centro de expansión y la cabeza de gobierno del territorio. Cortés ordenó a Cuauhtémoc la limpieza de la ciudad, la retirada de los cadáveres, la reparación de los puentes, calzadas y de los caños que conducían el agua desde Chapultepec. Deseaba que recuperase cuanto antes el aspecto que tenía cuando entraron la primera vez.
El papel de Cortés en la planificación de la ciudad fue activo. Para la traza a cordel con la que se ordenaron los solares, plazas y calles contó con el trabajo del «jumétrico» Alonso García Bravo. Aspiraba a que tuviese una plaza grande, como la de Salamanca, y junto a ella, una iglesia, como la de Sevilla. En los solares que le correspondieron inició la construcción de sus casas, obra en la que trabajó Juan Rodríguez de Salas, quien también colaboró activamente en la traza y la tuvo a su cargo como «albañil» nombrado por el capitán y el ayuntamiento de la ciudad. La actividad constructiva fue intensa, con la participación de la mano de obra indígena que aportaba su trabajo y los materiales con los que se levantaban los edificios.
Desde su primera entrada en la ciudad, Cortés tuvo curiosidad por conocer “los secretos de la tierra”. La precipitación de los acontecimientos y su expulsión, en junio de 1520, paralizó el despacho de expediciones exploradoras. Aquel esfuerzo expansivo se retomó a partir de agosto de 1521, con el despacho de algunos de sus capitanes y la fundación, antes de que finalizase el año, de la villa de Medellín en recuerdo de su localidad de origen.
Al igual que el resto de los que participaron en la conquista de la ciudad, deseaba ser recompensado. Aspiraba a la gobernación de la Nueva España por la que competía con Diego Velázquez. En los meses posteriores a la caída de Tenochtitlan el temor entre los castellanos a que se produjese un nuevo levantamiento era patente. Así, en diciembre de 1521, cuando ya había despachado a algunos de sus hombres para saber más del territorio, conoció la llegada de Cristóbal de Tapia con el nombramiento de gobernador. Ante la situación que podía desencadenarse, sus hombres le pidieron que permaneciese en Coyoacán. Ninguno quería que se repitiese lo que ocurrió cuando fue al encuentro de Pánfilo de Narváez. Los procuradores de los cabildos de Veracruz, Tenochtitlan, Segura de la Frontera y Medellín lograron que Tapia embarcase de nuevo y regresase por donde había venido. El deseo de Cortés de ser nombrado gobernador se convirtió en realidad en octubre de 1522. Por aquellas mismas fechas enviudó de Catalina Suárez sobre cuya muerte circularon rumores acusándolo de haber acabado con su vida.
En mayo de 1522 firmó en Coyoacán la Tercera relación en la que informaba al monarca de sus acciones y proyectos. Cervantes de Salazar menciona que escribió extensamente sobre los servicios de los españoles que participaron en la toma de la ciudad y del reconocimiento que merecían. Los cabildos también escribieron al emperador afirmando «que ningún capitán griego ni romano había ganado tanta ni tan populosa tierra como Cortés».
En los años siguientes Cortés puso de manifiesto su capacidad organizadora y su deseo de ser promotor de tantas empresas que muchos empezaron a decir que se comportaba como rey y señor absoluto. A partir de 1522, desplegó una intensa actividad expansiva y despachó expediciones que se proyectaron en todas direcciones y fundaron villas y ciudades. La medida actuó como válvula de escape para controlar a sus hombres, que pronto dieron muestras de insatisfacción por la parte que les había correspondido en el reparto. En las nuevas empresas promovidas por Cortés también se vieron implicados numerosos indígenas, sobre todo de Tlaxcala, Tezcoco, Cholula, Huejotzingo y también de México. Además de ser guías y mensajeros, participaron en los combates y se ocuparon del transporte y del provisionamiento.
Hacia el Norte Cortés acometió la conquista de Pánuco, donde mantuvo diferencias con Francisco de Garay por el dominio de la zona. Allí se fundó la villa de Santisteban del Puerto, que estuvo a punto de despoblarse por la rebelión indígena que se produjo.
Las nuevas empresas expansivas hacia el sur llevaron a Gonzalo de Sandoval a Coatzacoalcos, donde se fundó la villa del Espíritu Santo, e incorporó las provincias vecinas. Pedro de Alvarado se dirigió al sur de Oaxaca y en Tututepec fundó Segura de la Frontera, población del mismo nombre que la establecida en Tepeaca tras ser expulsados de Tenochtitlan en 1520. A Alvarado le encargó en 1523 la expansión hacia Centroamérica. Acompañado de un importante grupo de tlaxcaltecas, mexicas, zapotecos y mixtecos, entre otros, después de someter Soconusco y Chiapas, avanzó hasta Guatemala y El Salvador y, de nuevo en Guatemala, fundó la ciudad de Santiago en julio de 1524.
Uno de los proyectos a los que Cortés dedicó más esfuerzos y tiempo fue a la Mar del Sur. Su inquietud por la expansión por aquella vía fue temprana. Pronto despachó gente para llegar a la costa, tomar posesión y dejar testimonio de su llegada hincando cruces. Sin duda captó las posibilidades de expansión por aquel ámbito, en el que situó «muchas islas ricas de oro, perlas, piedras preciosas y especería». Cuando los emisarios del señor de Michoacán visitaron las ruinas de la ciudad de Tenochtitlan, aprovechó la ocasión para obtener información y despachó a Cristóbal de Olid a reconocer la zona. Aquel fue su gran empeño en los años posteriores, estableciendo astilleros y construyendo embarcaciones, inicialmente en Zacatula y luego en otros puntos de la costa. A Colima y el sur de Jalisco también llegaron las expediciones que despachó, entre ellas la que confió a su pariente Francisco Cortés.
En 1524, siendo gobernador de Nueva España, Cortés decidió encabezar una expedición a las Hibueras (Honduras) que resultó un fracaso. Con el ánimo de encontrar un paso entre el Atlántico y el Pacífico despachó a Cristóbal de Olid pero poco tiempo después decidió seguir sus pasos adentrándose en un recorrido terrestre por zonas pantanosas. Lo acompañaban varios señores indígenas, entre ellos Cuauhtémoc, el último tlatoani, a quien ajustició, no sin críticas, en 1525 en Acalán. Ese mismo año, en Castilla, el emperador le concedió un escudo de armas y el hábito de caballero de la Orden de Santiago.
Su estrella ascendente cambió de trayectoria a partir de 1526, tras el regreso de la expedición a Honduras. Durante los años de ausencia, en los que incluso se creyó que había muerto, los oficiales reales se disputaron el poder. Pocos días después de entrar en la ciudad, supo que el emperador había decidido separarlo de la gobernación y someterlo a juicio de residencia, al igual que al resto de los oficiales reales. Las críticas hacia su gestión habían llegado a la corte. La muerte de Luis Ponce de León, nombrado juez de residencia, paralizó el proceso que se retomó tres años después.
A Cortés le convenía viajar a Castilla, presentarse ante el emperador y defenderse de las acusaciones. Con aquella intención reunió un gran acompañamiento del que formaron parte más de una treintena de indígenas, entre ellos un hijo de Moctezuma. Lo acompañó don Martín, el hijo que le dio doña Marina, a quien situó en la corte como paje de la emperatriz Isabel.
Buscaba impresionar al emperador y para ello embarcó todo tipo de objetos y animales para presentarse en la corte. Allí fueron admirados con sorpresa, al igual que los jugadores de palo, los enanos y albinos que cruzaron el océano con él.
Las expectativas de aquel viaje eran grandes. Durante la estancia en Castilla contrajo matrimonio con doña Juana de Zúñiga, sobrina del duque de Béjar y el emperador le concedió diferentes mercedes, entre ellas el título de marqués del Valle de Oaxaca y veintitrés mil vasallos. A su regreso a la Nueva España inició una nueva etapa marcada por su carácter de empresario y sus expediciones en la Mar del Sur, ámbito para el que obtuvo una capitulación en 1529.
Hasta su muerte en Castilleja de la Cuesta, el 2 de diciembre de 1547, continuó teniendo una vida sin reposo, de la que da testimonio su actividad promotora, sus diferencias con la Audiencia por la cuenta de los vasallos, el reabierto juicio de residencia, su regreso a Castilla en 1540, su participación en la campaña de Argel en 1541 y su vida en la corte. En su testamento manifestó el deseo de ser enterrado en la Nueva España a donde se trasladaron sus restos en 1566.
Para leer más:
- Cortés, Hernán, Cartas de relación, edición, introducción y notas de Ángel Delgado Gómez, Madrid, Clásicos Castalia, 2016.
- Martínez, José Luis, Hernán Cortés, México, Fondo de Cultura Económica, 1990.