El día siguiente de la derrota de México-Tenochtitlan y México-Tlatelolco

Coloquémonos en el Valle de México el 23 de agosto de 1521, diez días después de la caída de los mexicas. ¿Cómo imaginaban el futuro los vencedores de la guerra, sobre las ruinas de la otrora poderosa capital mexica? ¿Qué planes tenían más allá de repartirse el botín de la victoria, continuar el saqueo de las pocas riquezas que quedaban a los vencidos, ultrajar y esclavizar a muchos de ellos por causa de “guerra justa” o de la tradición mesoamericana de captura y sacrificio?

Nunca podremos saber con certeza qué era lo que esperaban los tlaxcaltecas que habían movilizado decenas de miles de hombres y ahora dominaban militarmente a sus antiguos enemigos y controlaban su territorio. Tampoco lo que planeaban la facción de la familia real de Texcoco que había unido su destino a la coalición anti-mexica y había eliminado tanto a sus rivales dinásticos, gobernantes de su propia ciudad, y sus aliados mexicas. Tampoco lo que esperaban los chalcas, ni muchos otros altépetl del Valle de México y más allá que se habían librado de la dominación mexica. Sin embargo, en este artículo proponemos inferencias e hipótesis que nos permitirán reconstruir parcialmente las visiones que tenían de su futuro. Pese a estas incógnitas, lo que sí podemos suponer es que las perspectivas de futuro de los indígenas conquistadores no se cumplieron, que lo que pasó fue muy diferente a lo que esperaban: la imposición del régimen colonial español.

Al mismo tiempo, sabemos un poco mejor lo que esperaban los españoles que se consideraban los verdaderos vencedores de esta guerra, pero no lo describiré por separado por dos razones. La primera es que estamos tan acostumbrados a creer que fueron ellos quiénes realmente ganaron la conquista que le atribuiríamos automáticamente la verdad a sus expectativas de futuro y descalificamos de antemano los porvenires concebidos por los indígenas que queremos reconstruir. La segunda es que las expectativas de futuro de los expedicionarios españoles, recientemente transformados en conquistadores, tampoco se cumplieron cabalmente. Por eso puede resultar más iluminador examinarlas junto con las de los otros triunfadores que también fueron decepcionados.

Veremos por ello lo que tenían en común las visiones de futuro de indígenas y españoles conquistadores.

En primer lugar, todas habrán concebido un futuro en que su victoria sobre los mexicas, y la destrucción de su poder político y militar, les daría beneficios de todo tipo. Lo primero serían riquezas, por medio del saqueo, la esclavización y la explotación del trabajo de los vencidos. Además, todos los vencedores esperaban también mejorar de manera más permanente su posición política y social, derivar ventajas duraderas de su victoria. Los gobernantes texcocanos lograron destruir a la facción enemiga de su dinastía que se había aliado con los mexicas, y seguramente planeaban seguir siendo la cabeza del ahora altépetl más poderoso del Valle de México. Los tlaxcaltecas habrán esperado ser la potencia hegemónica en el Valle de Puebla, gracias a todas las alianzas que tejieron de la mano de los españoles a fines de 1520. Probablemente ambos grupos imaginaban que se establecería una Triple Alianza entre Texcoco, Tlaxcala y los españoles, que ocuparían el lugar geográfico y político de los vencidos mexicas. Esta forma de alianza no sólo era el referente más directo que tenían de organización política macro-estatal y sino que reflejaba de manera directa la situación geopolítica del momento.

Los expedicionarios españoles esperaban, por su cuenta, establecer una especie de régimen neo-feudal, en que ellos serían una aristocracia conquistadora que se repartiría a los “indios” en encomiendas y viviría de explotar su trabajo y las riquezas de sus territorios por generaciones y generaciones. También esperaban que el régimen colonial funcionara a través de ellos, como los intermediarios que ejercerían el dominio español en estas tierras y se beneficiarían de él en primer lugar. Este esquema de dominación colonial podría haber convivido con el sistema de alianzas que imaginaban los indígenas, pues se limitaría a extraer la riqueza generada por los propios altépetl y dependería de los gobiernos mesoamericanos para funcionar.

Hay que señalar también que una organización de este tipo, la combinación de las alianzas mesoamericanas y la tradición feudal ibérica, era la continuación lógica del modelo de cooperación construido por Malintzin entre Cortés y los gobernantes mesoamericanos a partir de 1519, sobre la base de la agresión militar contra un enemigo común y la repartición de los expolios. Por eso, siguió funcionando durante 20 años, el tiempo que duraron las numerosas campañas de conquista por todo el territorio que se constituyó en la Nueva España: a Michoacán y el Pánuco, a Oaxaca, Chiapas y Guatemala, a Yucatán, así como al vasto norte. Las insaciables ansias de exploración y conquista de los capitanes españoles, organizadas de manera individual, fueron siempre acompañadas, sostenidas, guiadas y hechas posibles por aliados indígenas que buscaban beneficiarse también de ellas.

Sin embargo este arreglo se basaba en la expectativa de que la monarquía española no intervendría de manera más directa en  las tierras recién conquistadas por los aliados y los españoles. Esta expectativa era perfectamente racional para los mesoamericanos en 1521, un momento en que el remoto rey español y su aparato administrativo eran para ellos una tenue imagen que sólo existía solo en las palabras de Cortés, interpretadas por Malintzin. Desde luego que los actores políticos mesoamericanos sabían que detrás de estos hombres había todo un mundo, pero no podían conocer su dimensión efectiva ni el poderío de sus redes. En cambio, en 1521 lo que tenían enfrente era un contingente ciertamente temible de guerreros que habían demostrado su capacidad destructiva y su ambición ilimitada. Por el momento, sin embargo, estos españoles no tenían territorio ni población que los sustentara. Es muy probable que pensaran que podrían ser manejados y utilizados para su propio provecho. Igualmente, sus demandas de tributos y servicios, aunque excesivas por momentos, parecían manejables en comparación con las demandas de los mexicas.

Todas estas expectativas se vinieron abajo en unas cuantas décadas, tanto para los españoles como para los indígenas conquistadores. Esto se debió a la llegada de un creciente número de funcionarios españoles que construyeron un nuevo régimen de dominio directo de los pueblos indígenas. Su naciente poder tuvo como fundamento las alianzas tejidas por Malintzin entre Hernán Cortés y los señoríos anti-mexicas y el entramado legal construido por el capitán español. Pese a esto, no cumplieron ni las intenciones ni las expectativas de los conquistadores. La primera víctima de su nuevo poder fue precisamente Cortés, quien fue desplazado de su cargo de gobernador. En las siguientes décadas se fundó el virreinato y una de sus primeras acciones fue terminar con las encomiendas de los conquistadores, es decir, con la base del poder feudal que querían establecer. De esta manera, destruyeron sus expectativas de futuro, como lo muestran claramente las quejas que hicieron llegar a la Corona.

Lo mismo pasó con los gobernantes mesoamericanos. El régimen virreinal les impuso formas de poder y control que iban mucho más allá de las que ejercían los mexicas, y de las que podían imponerles Cortés. La posibilidad de las alianzas horizontales y de una participación mayor de Texcoco, Tlaxcala y los otros altépetl nativos en la gobernanza colonial fue defendida con fuerza por las élites mesoamericanas a lo largo del siglo XVI. Sin embargo, ellas también terminaron por ser desplazadas como los conquistadores españoles.

 

Para citar: Federico Navarrete , El día siguiente de la derrota de México-Tenochtitlan y México-Tlatelolco, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2810/2810. Visto el 18/04/2024