Julio – agosto de 1521. La caída de Tlatelolco. Los hechos militares (I)

Hacia finales de junio de 1521 el asedio de la antigua México por parte de las tropas cortesianas había sido devastador y Tenochtitlan yacía prácticamente en poder de los españoles. Los mexicas, sabiendo que ésta ciudad meridional ya era indefendible para ellos, se habían retraído a la gemela Tlatelolco, desde donde el tlahtohuani (en adelante tlatoani) Cuauhtémoc organizaba la resistencia.

Para entonces el asedio llevaba ya casi dos meses y la situación de los españoles, pese a haber vencido en la mayoría de las “entradas”, era ya de hastío al repetir la misma maniobra día tras día: avanzar cegando con escombro los canales que cruzaban las calzadas, atacar con caballería e infantería y luego retroceder a los campamentos. Esa era la estrategia de Cortés; la de los mexicas era la contraparte: en la noche retiraban el escombro para que los canales sirvieran de pequeños fosos y reconstruían en lo posible los parapetos desde donde atacaban a los españoles. Todo esto repetido diariamente.

Debido a este avance tan lento, la desesperación de los españoles se hizo evidente y para junio de 1521 exigieron a Cortés ya un ataque masivo y brutal contra Tlatelolco. Según éste en su Tercera Carta de Relación, él prefería seguir con esa misma estrategia que, aunque lenta, había demostrado ser eficaz en la toma de Tenochtitlan. No obstante la presión se hizo tal que el día 30 de junio (curiosamente aniversario de la Noche Triste) el tesorero Julián de Alderete, el oficial real que acompañaba al extremeño en el asedio, logró convencer a éste de un ataque general hacia Tlatelolco.

Para ello las tropas del real de Cortés se dividieron en tres columnas, dirigidas una por Jorge de Alvarado, la otra por el tesorero Julián de Alderete y otra por Cortés mismo. El ataque se organizó desde la actual calle de Tacuba sobre los tres caminos que conducían a Tlatelolco. Alderete tomó el principal (República de Brasil), Jorge de Alvarado el occidental (probablemente el Eje Central) y Cortés el más estrecho, en medio de los otros dos (República de Chile).

Para que el ataque fuese devastador, mandó a Pedro de Alvarado y a Gonzalo de Sandoval que, desde sus reales, atacasen al mismo tiempo que sus tres columnas. Así pues las tropas españolas y de indígenas aliados se lanzaron sobre Tlatelolco al mismo tiempo desde Tenochtitlan por la calzada de Tacuba, desde el pueblo de este nombre y desde el Tepeyac. El ataque fue muy fuerte pero los españoles olvidaron cegar los canales al cruzarlos, por lo que los mexicas les tendieron una emboscada. Fingiendo una huida hacia Tlatelolco forzaron a los atacantes a seguirlos. Cortés siguió su camino, el cual se volvía un camino sobre agua justamente a la mitad (la separación lacustre entre Tenochtitlan y Tlatelolco, después conocida como la Lagunilla). En ese punto, después de huir, los mexicas se volvieron súbitamente y comenzaron un ataque brutal. Cortés, de repente, se vio envuelto en una huida de sus tropas, que, en la desesperación, caían en el agua. Y no sólo eso, varios guerreros mexicas lo aprisionaron a él mismo y ya lo llevaban a sacrificar cuando un sirviente suyo, Cristóbal de Guzmán, a costa de su vida, lo salvó matando a sus captores a estocadas y resultando muerto.

La derrota y huida de los españoles y sus aliados fue general. Muchos españoles y aliados fueron capturados y sacrificados en el área que habitaban Cuauhtémoc y los otros tlatoque, Yacacolco (donde hoy se encuentra la iglesia de Santa Ana, en Peralvillo). Después Bernal Díaz describirá cómo vio ahí, en ese lugar, el tzompantli donde lucían las cabezas de sus compañeros y de algunos caballos, restos que después serán rescatados y colocados en la ermita llamada de “los Mártires”, construida en el lugar donde, un año antes, había ocurrido la matanza de la Noche Triste.

En tan sólo un día de batalla la situación de la guerra se trastornó. Los españoles tuvieron que huir en situación grave, ya que hubo muchos heridos. Perdieron una gran cantidad de hombres, caballos, armas y pólvora (algo que será muy grave). y, por si eso fuera poco, sus aliados indígenas, texcocanos y tlaxcaltecas sobre todo, temerosos de una posible victoria mexica, los abandonaron.

Los mexicas, sin perder tiempo, recolectaron las cabezas de varios españoles y caballos sacrificados no sólo para ponerlas en el tzompantli, sino para hacer una guerra psicológica. Las llevaron a los reales de Alvarado y Sandoval en Tacuba y el Tepeyac para informarles que Cortés había muerto. E igualmente, fueron con los señoríos indígenas cercanos, que vivían indirectamente el asedio de Tenochtitlan, para convencerlos que la derrota de los europeos era completa.

La eficacia de estas maniobras fue alta.  La desesperanza de los españoles se ahondó. Los señores de Malinalco y Cuauhnáhuac (Cuernavaca), aliados de Cuauhtémoc, comenzaron a avanzar militarmente sobre los pueblos que se habían pasado del lado de Cortés, con el objeto de atacar a los españoles por retaguardia.

Cortés, lamiéndose las heridas y echándole la culpa de todo a Alderete, comprende, sin embargo, que debe actuar rápido. Es aquí donde Andrés de Tapia hará sus más destacadas hazañas en el asedio. Primero fue el que, arriesgando su vida, corrió solo a caballo desde el real de Acachinanco (sobre la calzada de Iztapalapa) hasta Tacuba para desmentir la muerte de Cortés. Luego, cuando éste se enteró del avance de los señoríos aliados mexicas, él fue uno de los encargados de irlos a combatir junto con el mismo Sandoval.

Los mexicas, mientras tanto, sobre la calzada de Iztapalapa, justo en el acceso a la gran plaza de los palacios (la esquina de Pino Suarez y Corregidora, el acceso a la hoy Plaza de la Constitución) habían construido una importante albarrada defensiva; y a la explanada misma la habían llenado de enormes piedras para dificultar el avance de los caballos.

Cortés, después de volver a atraer a los tlaxcaltecas y texcocanos a su lado con persuasión admirable, perdonándoles su deserción y convenciéndolos que era mejor derroatr a los mexicas de una vez y para siempre, comenzó nuevamente los ataques a la ciudad. Pero sin armas ni pólvora, su avance se hizo más difícil. Así que trató de negociar directamente con la élite mexica.

Lo citaron en la albarrada justo a la entrada de la explanada, pero después de largas horas de espera, Cuauhtémoc no apareció. E incluso uno de los que hablaban con él, desde el otro lado mostró un pedazo de comida que ingirió, con la intención de manifestar que no pasaban hambre los mexicas. Cortés atacó la albarrada, que cedió relativamente con facilidad y cuando pasó a la plaza, la encontró sembrada de los pesdruscos, viendo entonces que Tenochtitlan ya estaba bien defendida, al menos en ese momento.

La providencia fue favorable para Cortés porque justo en esos momentos, Juan Ponce de León llegaba a Veracruz después de haber hecho su infructuoso viaje a la Florida. Llegaba necesitado de alimentos, pero con buen aprovisionamiento de armas. Así es que Cortés les dio alimentos y, a cambio, se reabasteció nuevamente de armas.

Ya nuevamente con armas, ante la determinación de los mexicas de resistir, más aún cuando la confianza había vuelto a ellos, Cortés decide entonces sí, llevar a cabo una guerra de devastación brutal. Durante la primera etapa del asedio, en mayo y junio, trató de lograr el sometimiento de Cuauhtémoc a la Corona, lo mismo que pacíficamente había logrado con Moctezuma en 1520; mas ahora, ante tan tenaz resistencia, su estrategia será la destrucción total de la ciudad.

Para minar la confianza de los mexicas nuevamente, que ahora ya sabían la forma de combatir de los españoles, consideró que debía mostrar una crueldad nunca antes vista. Asi que en una de las entradas que hizo sobre la calzada de Iztapalapa, se introdujo en los barrios habitacionales, en los que vio a los desdichados y famélicos macehualtinbuscando qué comer entre las hierbas de las chinampas. Eran mujeres y niños en palabras del mismo Cortés. Casi sin dudarlo, se lanzó sobre ellos junto con los tlaxcaltecas, matándolos en cantidades que, según él mismo, superaron el número de ochocientos.

Asimismo, armó, justo en un palacio adyacente a la misma entrada de la plaza, una celada diseñada para matar una gran cantidad de guerreros mexicas. Para ello trajo hombres tanto del real de Sandoval como del de Alvarado, incluido el mismo Bernal Díaz del Castillo.  En la explanada hubo un combate como los que ya eran habituales, pero cuando los de la caballería empezaron a retraerse en la tarde, tal como sucedía habitualmente, fingieron una huida llena de pánico, lo que animó a muchos guerreros mexicas a salir sobre la plaza, fuera de sus parapetos, para perseguirlos. Justo cuando pasaron a la calzada de Iztapalapa, salen de repente los emboscados, entre los que se hallaba también Cortés mismo y logran hacer una espantosa matanza de guerreros sobre la plaza misma (que ya no tenía pedruscos), un lugar en el que era prácticamente imposible esconderse. Ese evento es el que hizo que, en el siglo XVI, la actual calle de Venustiano Carranza se llamase “de la celada”.

Todos estos eventos ocurrirían aproximadamente durante la primera mitad de julio. A partir de este momento, los mexicas comprenden que Tenochtitlan ya no es defendible y se retraen a Tlatelolco. Cortés se apresta para el avance, pero ahora sí, llevando a cabo una devastación general a su paso. Para ello usaría cuadrillas de tlaxcaltecas para llevar a cabo demoliciones totales de los edificios adyacentes por las calles que utilizaría para su avance.

Ahora bien, Tlatelolco, a diferencia de Tenochtitlan, era mucho más defendible para los mexicas, sobre todo porque para su acceso por las calzadas, había que recorrer extensas superficies lacustres y chinamperas, a las que los bergantines no podían acceder fácilmente. Prueba de ello es que desde mayo de ese año, los ataques llevados a cabo por el real de Pedro de Alvarado sobre la calzada de Nonoalco no habían podido avanzar completamente.

El único acceso que mostraba cierta firmeza era el camino desde Tenochtitlan (calle República de Brasil), por la obvia razón de que era el eje de comunicación entrambas ciudades. Así pues, quien podría avanzar por ahí sería Cortés.

El extremeño se aprestó a alistar todo para iniciar ese avance desde Tenochtitlan. Para ello, con ayuda de los invaluables tlaxcaltecas, cegó con escombro todas las aperturas sobre la calzada de Tacuba, para garantizarse una rápida comunicación con el pueblo de este nombre, donde se hallaba el campamento de Pedro de Alvarado.

Ya para entonces, aunque el real de Cortés seguía estando en Acachinanco, tenía algunas avanzadas de caballería sobre el Recinto Sagrado y sobre la plaza. De esta manera, el acceso que tenía hasta el corazón de la ciudad tenochca era expedito y le permitió iniciar el avance sobre Tlatelolco por el camino principal (República de Brasil) de manera más segura, llevando a cabo la misma estrategia de penetración y destrucción que antes. En una de sus entradas cruzó dos canales (seguramente los que hoy se corresponden con la calle República de Perú y Eje 1 norte) y comenta que le prendió fuego a las casas de Cuauhtémoc para después retraerse, como solía hacer normalmente.

La parte norte del camino entre Tenochtitlan y Tlatelolco, llamada “Yacacolco”, según el Relato de la Conquista del Códice Florentino, era un lugar donde tenían sus casas algunos “magnates” tlatelolcas. Es decir, era un lugar de la élite tlatelolca. En esa área era donde se hospedaba Cuauhtémoc, sin que propiamente fuesen sus casas. Esa área, muy lacustre, llegaba hasta un pequeño templo (hoy el templo de Santa Ana) detrás del cual había otro canal (actualmente calle de Matamoros). A partir de ese templo y del otro lado del canal, cada uno con su puente, nacían dos caminos: uno que comunicaba con la calzada del Tepeyac (actualmente calle de Peralvillo) y otro pequeño que llegaba directamente al gran tianguis de Tlatelolco (calle Real de Santiago, calle desaparecida con la apertura de Reforma en los años 60s). Así pues, el templo de Yacacolco (hoy parroquia de Santa Ana) era una confluencia de caminos de lo más importante. Allí era donde Cuauhtémoc y los nobles mexicas residían y desde donde tomaban las decisiones militares. El doctor Ignacio Alcocer, en sus Apuntes sobre la antigua México Tenochtitlan, fue el primero en identificar el área gracias a las descripciones de la Tercera Carta de Relación.

Para citar: Iván Arriaga, Julio – agosto de 1521. La caída de Tlatelolco. Los hechos militares (I) , México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2751/2750. Visto el 04/05/2024