Cómo funcionaba la coalición interétnica que conquistó México-Tenochtitlan

En amoxtli anteriores, hemos construido una interpretación diferente de la guerra de 1519 a 1521, más allá de la concepción tradicional de una exitosa expedición española que atacó el corazón de un imperio y se apoderó de él, allegándose el apoyo de los “ayudantes” indígenas. La hemos presentado como una guerra mesoamericana, en que jugaron un papel determinante los objetivos y estrategias de los aliados indígenas, mucho más numerosos que los propios expedicionarios. Una guerra decidida por su capacidad de movilizar combatientes y darles de comer, de proveer acompañantes femeninas y apoyo logístico, más que por el “genio” militar de una persona. Ahora discutiremos las maneras en que se articuló y comandó esta coalición interétnica, una auténtica galaxia de diferentes ejércitos con su comando propio y sus objetivos particulares.

Es imposible creer que Hernán Cortés mandara realmente, en el sentido de dictar órdenes de acuerdo a una disciplina militar o política, sobre los gobernantes de Tlaxcala, Texcoco o Chalco, pueblos mucho más ricos y poderosos que su contingente y cuyos recursos necesitaba para sobrevivir y comer, además de para ganar la guerra. Ellos pueden haberle prometido algún tipo de “obediencia”, pero la obediencia en Mesoamérica siempre estaba matizada por la autonomía y el interés propio, como aprendieron amargamente los mexicas en esos años. Se antoja igualmente impracticable que dictara órdenes y dirigiera las operaciones de decenas de comandantes de tropas mucho más numerosas que las suyas, sobre todo si tomamos en cuenta su desconocimiento de un mundo de una complejidad que aún hoy apenas comprendemos, así como sus muy escasas capacidades lingüísticas.

Igualmente, me parece, que debe quedar descartado que su “genio”, o su “capacidad de comunicación”, o su imaginario maquiavelismo, tan celebrados por sus admiradores, le hayan dado una comprensión mejor o mayor de las intrincadas redes de relaciones políticas y militares en Mesoamérica que la que tenían los tlaxcaltecas, texcocanos, chalcas y otomíes que lo mantenían con vida y lo llevaban de batalla en batalla. Para creer que Cortés podía ver más allá que sus anfitriones y guías, tendríamos que olvidar que toda la información que recibió sobre este mundo le fue dada por sus amigos locales a través de Malintzin; todas las noticias que tuvo sobre quiénes podían ser sus amigos o enemigos le fueron proporcionadas por aliados, solicitantes e intrigantes mesoamericanos, siempre a través de Malintzin. Por ello en vez de hablar de la “ruta de Cortés” deberíamos que los caminos que recorrió rumbo a la capital de su imaginario imperio mexica le fueron señalados por guías, espías y estrategas mesoamericanos, y que en su mucho menos gloriosa huida de esa ciudad también fue conducido por ellos.

Lo más que habrá logrado, siempre por medio de la traducción de Malintzin, es acordar con sus aliados objetivos comunes, negociar alianzas tácticas, coordinar acciones bélicas, organizar la repartición del botín, guardando los esclavos y el oro para los españoles y lo restante para los aliados. Por la pluralidad de participantes en esta coalición, por las dificultades de comunicación, y por las rivalidades constantes entre los diferentes aliados mesoamericanos, podemos suponer que el acuerdo principal, casi único, era vencer a los mexicas y que todo se subordinara a él.

Este objetivo tenía diferentes formas y dimensiones para cada potencia mesoamericana: para los texcocanos era una más en la larga lista de maniobras con que habían traicionado a sus aliados y aumentado su poder; para los chalcas era la liberación tras la conquista de 50 años atrás y para los huejotzincas de una más reciente, de una década; para los tlaxcaltecas, la solución favorable a una cruenta rivalidad; para los otomíes y las personas sin tierra, tal vez fuera ocasión de una revolución social.

En contraste, para Cortés y los españoles, y para la inmensa mayoría de los historiadores, el objetivo estratégico de esta coalición ha sido exclusivamente el que inventó él mismo para narrar y dar validez legal a sus actos, en los alegatos jurídicos tan convincentes que son las Cartas de relación. De acuerdo con su narrativa la expedición española identificó un objetivo claro desde que llegaron a esa tierra desconocida: apoderarse del gobierno central de un poderoso imperio y de su rey timorato. Para lograrlo consiguieron aliados, y nuevos súbditos del rey de España, que los ayudaron a llegar de manera amenazante directo al corazón de este reino y así obtener su rendición. Como Cortés ocultó toda información sobre el ataque por sorpresa en Templo Mayor en mayo de 1520 que resultó en la masacre de miles de civiles desarmados y en el estallido de la guerra con los mexicas, argumentó que esta fue la rebelión injustificada de un vasallo, una traición que mereció el peor castigo: el ataque y destrucción de México-Tenochtitlan. En esta versión, en todo momento los nativos actuaron bajo sus órdenes pues eran ya súbditos del rey, y lo debían obedecer a él como su representante, so pena de sufrir los mismos terribles castigos de los “rebeldes” mexicas.

Creo que es momento de que reconozcamos el carácter casi ficticio de esta narrativa. Los mexicas no tenían un Imperio, ni eran tan poderosos como los pintó Cortés. Moctezuma no era un cobarde y lo más probable es que la supuesta rendición no haya existido, como ha demostrado Matthew Restall. Tras escapar derrotado y humillado de México-Tenochtitlan, y después de que los tlaxcaltecas le cobraran más caro por ratificar su alianza a partir de octubre de 1520, el orgulloso capitán español tuvo que aceptar una estrategia que no le convenía. Como propone Carlos Brockman, él prefería atacar frontalmente México-Tenochtitlan, soñando con recuperar su perdido tesoro. En cambio, los aliados le sugirieron o impusieron una serie de largas campañas para desmontar las redes tributarias de los mexicas en el valle de Puebla, el valle de Morelos y finalmente el Valle de México. De esta manera, se allegaban aliados y ganaban poder ellos mismos al provocar cambios dinásticos favorables en los demás gobiernos de la zona, de acuerdo a muy viejas prácticas mesoamericanas. Esta estrategia, tan conveniente para los mesoamericanos, iba en contra de los intereses de Cortés, pues hacía imposible que se apoderara de la red tributaria mexica y la empleara para su propio beneficio. Este tal vez sea el verdadero “tesoro perdido” de los expedicionarios, no sólo el botín amasado entre abril de 1519 y julio de 1520.

Los aliados mesoamericanos habrán planeado un fin tradicional a esta guerra. Tal cual había sucedido con varias capitales imperiales en el pasado, como Azcapotzalco, al verse aislados y solitarios los mexicas podrían haberse rendido y negociado un nuevo arreglo, desfavorable para sus gobernantes más encumbrados, pero que garantizaría la supervivencia de la mayoría de la población y la continuada importancia de la ciudad. Para que este plan tuviera éxito era fundamental la colaboración de los texcocanos y los chalcas que tenían amplios y variados vínculos dinásticos con la dinastía gobernante mexica. Ellos, probablemente, habrían activado sus múltiples relaciones de parentesco con la élite tenochca para buscar posibles aliados que se hicieran del poder, derrocaran al gobierno de Cuauhtémoc, y negociaran un acuerdo con ellos, una rendición pactada. Así solían resolverse las guerras entre altépetl en la tradición mesoamericana. Tal vez también esperaran que los mexicas negociaran con los españoles un pacto dinástico para incorporar su linaje a su altépetl, como lo habían hecho los pueblos conquistados con ellos mismos. Otra opción más extrema, pero no inaudita, sería que los expedicionarios realizaran una masacre del linaje gobernante mexica, no de la población en general, y lo sustituyeran.

Sin embargo, por razones que hemos discutido en los amoxtli Las razones de la resistencia mexica (I) y Las razones de la resistencia mexica (II), este mecanismo dinástico tradicional fue impedido por el golpe de fuerza de Cuauhtémoc, lider militar nunca investido como tlatoani. Asesinando a sus rivales en la élite mexica, y reprimiendo a los sectores populares favorables al acomodo y a los que apoyaban a los aliados indígenas y españoles, orilló a los mexicas a una resistencia irreductible.

Este cambio provocó que la guerra saliera de control, tanto para los estrategas de la coalición multiétnica de ejércitos y rebeldes, como para los españoles, como para los mismos mexicas. Desde el punto de vista de la coalición indígena-española la victoria era irrenunciable, pues no lograrla implicaría la disolución de la coalición misma. Para Cortés era además un asunto de vida o muerte. El empecinamiento de los expedicionarios y las agendas particulares de los aliados se conjuntaron entonces para organizar algo que nadie conocía antes: la primera guerra total colonial.

Para citar: Federico Navarrete , Cómo funcionaba la coalición interétnica que conquistó México-Tenochtitlan, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2716/2716. Visto el 25/04/2024