Floreciendo la tierra: partería, medicina y cuidados maternos entre los nahuas prehispánicos

Atender el parto en tiempos antiguos era un trabajo altamente especializado. De esta manera entre los pueblos nahuas prehispánicos, había mujeres competentes en el arte de “amedicinar y partear”, aunque la “partera” o tēmīxihuītiāni no solo actuaba en el momento justo del alumbramiento, sus funciones involucraban —como ocurre en toda atención médica— una seguidilla de procedimientos previos y atenciones puntuales posteriores al parto. Se sabe que la especialista vigilaba parte del desarrollo del embarazo, y procuraba otros cuidados tanto al recién nacido como a la madre, es decir, el acompañamiento que la partera realizaba era un rasgo fundamental de su oficio.

Eran los parientes ancianos del marido quienes aconsejaban a los padres de la pareja el elegir a la partera, pues avanzado el embarazo, era ya noticia evidente la proximidad del parto. Los parientes y padres reunidos escuchaban el discurso de un anciano en particular, quien comenzaba reconociendo el estado de la “muchacha”, pues ya andaba “en días de parir”, ya andaba “fatigada con su preñado”, por ello, invitada a los presentes a que le ofrecerían su ayuda, y recomendaba que se bañara en el “horno de baño”, es decir en el temazcal. Además decía, ya:

“es tiempo, ya conviene que la pongáis en las manos y sobre las espaldas de alguna buena partera, diestra en su oficio, que se llama tícitl, y sea rogada y hablada como es costumbre. Los que sois padres y madres de la moza, oya vuestras palabras, con que como padres y madres la roguéis, para que tome este negocio a su cargo, pues que estáis presentes los padres y las madres” (Sahagún, 2002: 599).

 

            Enseguida una anciana también pariente del esposo, dirigía unas palabras a la partera, ella presente, recibía con cuidado aquellos discursos, y así, frente a todos los familiares de la futura madre, aceptaba su compromiso como médica, igualmente daba los primeros “avisos” a la paciente. Luego, si sus fuerzas se lo permitían, ella misma encendía el fuego y daba un baño a la “moza”, enseguida la palpaba, revisaba la posición en la cual estaba acomodado el bebé, para “enderezar la criatura si por ventura estaba mal puesta” (Sahagún, 2002: 605), con esto, comenzaba su labor como tal. La partera realizaba la técnica de palpación en varias ocasiones, inclusive fuera del temazcal.

No obstante, se sabe que la partera daba consejos para el buen desarrollo del embarazo desde las primeras etapas de gestación. Al inicio, la pareja no había tener absoluta abstinencia sexual, ello ayudaría a que el bebé tuviera fuerza al nacer, y evitaría la enfermedad en general; situación opuesta hacia el término del embarazo, donde el exceso afectaría gravemente el momento de parir, poniendo el peligro inminente tanto al niño o niña como a la madre.

Cuando se acercaba la llegada del bebé, la médica se preparaba para atender los primeros síntomas de parto en la mujer, por eso, se presentaba cuatro o cinco días con anterioridad, durante esos días se hacía cargo incluso de prepararle los alimentos. Cuando el trabajo de parto daba comienzo, bañaba a la mujer en el temazcal y luego le administraba una bebida hecha de raíz molida de cihuapatli, hierba que favorecía las contracciones del útero en labor, si el alumbramiento no llegaba, era necesario hacerle beber la medida de “medio dedo” de la cola molida de un tlacuache. En ocasiones se podía esperar un día y una noche, entonces se volvía a bañar a la mujer, y la partera manipulaba nuevamente su vientre pues quizá la criatura había cambiado su posición. Otras veces los esfuerzos incluían fuertes exhortaciones, palabras de aliento para animar a la joven a parir. La sombra de muerte era esperada cuando todo esfuerzo y trabajo no rendía fruto. Gran consideración había entre estos pueblos para la mujer que había muerto en el parto, divina guerrera que ahora acompañaría al sol en el ocaso.

Cuando la niña o el niño lograba nacer, la partera daba gritos de gloria, porque la mujer había salido victoriosa de la batalla que supone el momento del parto, había capturado al bebé y ella ahora era madre, “una mujer fuerte, capaz de vencer o morir, merecedora del honor de criar a sus hijos o de acompañar diariamente al sol en su lucha cotidiana por renacer” (Alcántara, 2000: 42). Las palabras de bienvenida que la ticitl ofrecía al bebé dependía de su género, y al concluir su discurso, la médica cortaba el cordón umbilical, para lo cual requería de la elección correcta de pequeños utensilios, herramientas en miniatura adecuadas a la condición de género (Alcántara, 2000: 37). Sumado a ello, le dedicaba otro discurso según fuese niña o niño, era así, una manera de anunciar y reconocerlo o reconocerla.[1] Entre las atenciones que seguían al nacimiento estaban los baños para la madre y su hijo, después la partera volvía a dirigir palabras de júbilo a la mujer. Tiempo más tarde era ella quien bautizaba al niño o niña. La figura de la partera se mantendría presente durante la infancia, pues sería ella la médica capacitada para atender problemas específicos de salud del niño.

Se puede decir que, entre los nahuas del México precolombino, el honor de ser madre se refería principalmente a la “crianza de los hijos, junto con la elaboración de alimentos y textiles” (Alcántara, 2000: 38). Es posible que por ello ciertos cuidados previos al nacimiento del bebé eran de suma importancia, ya que la futura madre no debía comer tzictli, “betún negro”, porque de lo contrario, el paladar de la criatura se endurecería y engrosarían las encías, de tal forma que no podría ser amamantado, sin la leche materna, seguro fallecería (Sahagún, 2002: 605). Es sabido además que, la lactancia era de gran importancia en el desarrollo alimentario de los niños, pues se prolongaría hasta los cuatro años de edad del infante.

Finalmente, una idea queda por sugerir, la partera comúnmente era una mujer que también había sido madre, en su vida, había experimentado el embarazo y sus riesgos, había sobrevivido a la batalla del parto, había criado a sus propios hijos, y solo después de ello como mujer de saber podía ser tēmīxihuītiāni. La experiencia en el trabajo de partear de aquellas mujeres, tenía por lo menos dos caminos conocidos, el del oficio de ser madre y el del ejercicio pleno de su especialización médica, de acompañar ahora a otras jóvenes en el cumplimiento del honor de ser mujer.

 

Para saber más

  • Alcántara Rojas, Berenice (2000). “Miquizpan. El momento del parto, un momento de muerte. Prácticas alrededor del embarazo y parto entre nahuas y mayas del Posclásico”, Estudios Mesoamericanos 2, pp. 37-48.
  • Sahagún, Fray Bernardino de (2002). Historia General de las cosas de Nueva España. México: Conaculta, pp. 592-620.

 

[1] Los vocablos en náhuatl clásico que se utilizaban para nombrar a los niños no expresaban una marcada diferencia de género, quizá por ello, las palabras que la médica partera recitaba en las distintas etapas del parto, debían ser puntuales en cada caso, sería así, que el arte verbal sería el espacio idóneo para expresar el curso femenino o masculino que el recién nacido habría de seguir.

Para citar: María del Carmen Macuil García, Floreciendo la tierra: partería, medicina y cuidados maternos entre los nahuas prehispánicos, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2694/2688. Visto el 28/04/2024