La presencia de personal eclesiástico en los meses previos a la toma de Tenochtitlan.

Es un hecho que la evangelización sistemática de las poblaciones nativas de Mesoamérica se inició con el arribo de los tres franciscanos flamencos encabezados por fray Pedro de Gante en 1523. Sin embargo, no se puede olvidar que desde cinco años atrás había llegado ya el cristianismo como parte del equipaje mental de Hernando Cortés y de los hombres y mujeres que lo acompañaban, la mayoría de ellos católicos preocupados por la salvación de sus almas. Según sus propios testimonios, al llegar a un poblado indígena, el capitán hacía una predicación acerca de la fe por medio de intérprete, quitaba al ídolo del templo y ponía en su lugar una cruz y, excepcionalmente, una imagen de la Virgen. El bautizar a las mujeres que eran entregadas a los españoles y la veneración por la virgen de Guadalupe y por el apóstol Santiago fueron otros dos signos del importante papel que tenía para Cortés la religión (https://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/1743/1742 ; https://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/878/859 ).

Esa misma actitud explica la relación tan cercana que tuvo con los hombres de Iglesia desde que organizó su expedición, cuya presencia y actuación aparecen mencionadas en los relatos de la conquista. En sus huestes venían como es sabido el fraile mercedario fray Bartolomé de Olmedo y el clérigo secular Juan Díaz, ambos elegidos por Cortés como curas castrenses que atenderían las necesidades espirituales de sus huestes, algo muy común en todas las expediciones. Estos religiosos no tenían como finalidad la evangelización de los naturales, aunque muchas veces administraron el bautismo a las mujeres indígenas que los españoles recibían como regalo a lo largo de su travesía. En épocas posteriores también se atribuyó a Juan Díaz el bautizo de los caciques de Tlaxcala (como se muestra en una escena del Lienzo de Tlaxcala) y a Olmedo el del señor de Texcoco e incluso el del vencido Cuauhtémoc. En algunos códices del siglo XVI y en pinturas del XVII se mostraría a Cortés apadrinando los bautizos de caciques, tema que fue utilizado para darles prestigio y autoridad antes los funcionarios españoles.

Fray Bartolomé de Olmedo fue sin duda el más connotado y mejor conocido de esos hombres de Iglesia que llegaron en la expedición cortesiana. Pertenecía a una orden religiosa que desde su fundación estuvo asociada con las contiendas que había entre cristianos y musulmanes en el Mediterráneo y cuya misión era reunir dinero para rescatar cautivos capturados en las cárceles de Túnez y Marruecos. Varios miembros de la orden habían pasado a las Antillas a pedir limosna para dicha “redención” y se embarcaron en las expediciones organizadas desde Santo Domingo, como la del esclavista Pedrarias Dávila en 1514 al Darién, en la cual participó fray Francisco Bobadilla. Dos años después, en 1516, fray Bartolomé de Olmedo, llegó a la isla de Santo Domingo y permaneció ahí hasta 1518 en que pasó a Cuba (ignoramos las razones), donde conoció a Cortés.

Ese mismo año, don Hernando también entraba en contacto con el clérigo Juan Díaz, quien había llegado recientemente de la expedición dirigida por Juan de Grijalva en las costas del Golfo; la misma en la que habían participado Pedro de Alvarado, Gil González Dávila, Francisco de Montejo, Bernal Díaz del Castillo y otros que se unieron también a las huestes de Cortés. Juan Díaz llevaba cuatro años viviendo en las islas, a donde había arribado en 1514 en busca de fortuna a cambio de sus servicios religiosos y de su labor como escribano; al igual que otros clérigos seculares, como el joven Bartolomé de las Casas, los medios para ganarse el sustento incluían desde recibir indios en encomienda hasta participar en expediciones, tanto de sondeo de territorios, como de saqueo y esclavización. Contar con este sacerdote debió ser para Cortés una buena adquisición por haber sido el escribano que describió el itinerario seguido por la expedición de Grijalva y por los conocimientos sobre la tierra adquiridos en ese viaje.

Es también conocido el caso de Jerónimo de Aguilar, de quien se dice tenía las órdenes menores (“lector de los evangelios”) y por lo tanto aún no había recibido la consagración, ni de diácono ni de sacerdote, aunque para los fines eclesiásticos ya se le consideraba clérigo, siendo su “castidad” mencionada en las crónicas como prueba de ello. La expedición cortesiana lo encontró en las costas de Yucatán, donde había naufragado desde 1512 y hacia servicios como esclavo. Los cronistas han resaltado su labor de intérprete de la lengua maya y fue un importante colaborador en las ceremonias religiosas por sus conocimientos del latín y como traductor de los sermones que Olmedo predicaba antes de arribar a Totonacapan.

Cortés llegó con esos tres clérigos a las playas de Chalchicueyecan, aunque el apoyo incondicional al conquistador no fue en un principio unánime. En efecto, Juan Díaz formó parte de los conspiradores que estaban en contra de la decisión de Cortés de establecerse en el territorio. Bernal señala que “en reverencia de sus órdenes” (por ser clérigo) se libró del castigo atroz que sufrieron los otros rebeldes, pues Juan Escudero y Diego Cermeño fueron ahorcados, al piloto Gonzalo de Umbría le cortaron los pies y al marinero Alonso Peñate le dieron azotes. A partir de ésto, Díaz juró lealtad a Cortés y en la crónica de Bernal es mencionado oficiando misa en ocasiones especiales: antes de la batalla contra los otomíes o para sellar la alianza con los tlaxcaltecas.

Pero sin duda fue el mercedario quien recibió los mayores respetos y encargos por parte de Hernando Cortés. Algunos de sus biógrafos mencionan que Olmedo fue enviado por el conquistador a entrevistarse en Veracruz con Pánfilo de Narváez en mayo de 1520, quien venía en nombre del gobernador de Cuba Diego Velázquez para apresarlo. El mercedario también fue encargado de redactar las ordenanzas de Tlaxcala fechadas unos meses después el 22 de diciembre. Cuando los ejércitos hispano-indígenas de Cortés se preparaban para sitiar México Tenochtitlan, los tres clérigos los acompañaron, dos de ellos celebrando misas, confesando y predicando a los españoles, el otro como acólito y lector. Todos tenían conocimientos de latín, pero ninguno hablaba náhuatl por lo que sus contactos con los nativos debieron hacerse siempre por medio de intérpretes. En 1521 Juan Díaz tenía cuarenta y un años, Jerónimo de Aguilar treinta y dos y Olmedo treinta y seis años, la misma edad de Cortés.

Unos meses antes de la toma de Tenochtitlan, en febrero de 1521, llegaba a México el franciscano fray Pedro Malgarejo en la flota que dirigía Rodrigo de Bastidas con refuerzos para la toma de la ciudad y con el tesorero del rey Julián de Alderete. El franciscano pasó a vender bulas de cruzada entre los conquistadores, documentos pontificios con los que se ganaban indulgencias para el paso expedito por el purgatorio. Poco después, también llegó otro franciscano, fray Diego Altamirano, primo de Cortés. Se había corrido la voz que la importante ciudad iba a ser sitiada y, al igual que numerosos españoles, esos religiosos llegaron atraídos por los intereses más diversos. Los dos frailes, junto con el mercedario y los clérigos Aguilar y Díaz presenciaron la toma de Tenochtitlan en 1521, aunque ninguno murió en el campo de batalla.

Melgarejo fue enviado por Cortés para dialogar con Cristóbal de Tapia, quien traía el cargo de gobernador de Nueva España después de la toma de Tenochtitlan y pretendía desplazar al conquistador como parte de los tejemanejes de Diego Velázquez. Este fraile partiría a España poco después, “muy rico” en palabras de Bernal y don Hernando le encargó llevar diez mil pesos a su padre Martín, los cuales nunca entregó por lo que Cortés entabló pleitos con él por esta razón. Con todo ese dinero Melgarejo pasó a Roma y gracias a él pudo conseguir en 1534 el episcopado de Dulcigno en la costa Dálmata, entonces perteneciente a Venecia, al cual nunca llegó.

Fray Diego Altamirano se quedó en la ciudad de México y en 1524 se unió a sus hermanos de hábito arribados ese año. En 1525 fray Toribio de Motolinía lo autorizó a dejar el convento de México para ir en busca a Cortés a las Hibueras e informarle de la situación en la que se encontraba la ciudad por su ausencia. Al regreso del conquistador, éste lo envió a España a llevar mensajes para su padre, don Martín Cortés. Fray Diego Altamirano, fue nombrado uno de los albaceas testamentarios de don Hernando y estuvo presente en el momento de su muerte.

Sobre los clérigos llegados en la primera expedición sabemos que Jerónimo de Aguilar recibió varios pueblos en encomienda y tuvo una hija con una noble tlaxcalteca. Juan Díaz, a finales de 1521, viajó con Francisco de Orozco y Tovar conquistador español que concentró sus fuerzas en Huaxacac y se integró después a las fuerzas de Pedro de Alvarado, aunque por poco tiempo, pues murió en 1549, algunos dicen que en una revuelta indígena en Quecholac, Puebla. Fray Bartolomé de Olmedo participó en la primera fundación de la ciudad de México, recibió al contingente franciscano en 1524 y murió en 1529 en la capital siendo enterrado en el convento de dichos frailes.

De todos estos eclesiásticos sólo este último fue el más representado al lado de Cortés en las imágenes de los siglos XVII y XVIII. Esto se debió a que los mercedarios introdujeron mucha información sobre él cuando publicaron en 1632 la obra de Bernal Díaz del Castillo, quien hace escuetas menciones de él en el original manuscrito. En esos agregados, su hermano de hábito era descrito como el primer evangelizador de Nueva España, colaborador y consejero de Cortés, recomendando mesura en la destrucción de ídolos y predicando la fe cristiana a los indios por medio de intérpretes. El hecho real de la participación de Olmedo en la gesta conquistadora, tanto en México como en Guatemala, tomaba en la versión mercedaria de Bernal un tono heroico y unas dimensiones exorbitantes que lo equiparaban al mismo Cortés. Eso influyó en las representaciones de la conquista que se hicieron a partir de entonces, en las cuales el padre Olmedo aparecía como uno de los personajes protagónicos.

Para saber mas

Sobre Juan Díaz, Jerónimo de Aguilar y los franciscanos Melgarejo y Altamirano ver:

Sobre Jerónimo de Aguilar:

  • Antonio de Solis, Historia de le Conquista de México, Madrid, Espasa Calpe, 1970, pp. 54-55.
  • Carlos Conover Blancas, Del buen cautivo y del mal salvaje. Naufragios y cautiverios de Jerónimo de Aguilar, Mérida, UNAM, 2013.
  • Sobre fray Bartolomé de Olmedo: José Castro Seoane, El P. Bartolomé de Olmedo, capellán del Ejército de Cortés, México, Editorial Jus, 1968.

Sobre su construcción como personaje heroico se puede ver.

  • Carmen León Cázares, Reforma o extinción. Un siglo de adaptaciones de  la orden de Nuestra Señora de Merced en Nueva España, México, UNAM, IIF, 2004.
  • Antonio Rubial, “Fray Bartolomé de Olmedo: la construcción de una figura heroica en el espejo de la literatura y el arte” en Revista de la Universidad de México, México, septiembre de 2000, num. 596, pp. 47-51. Consultada en  www.revistadelauniversidad.mx/releases/baff635b-80e9-48e8-9524-321ff63eecd0/596

 

Para citar: Antonio Rubial García, La presencia de personal eclesiástico en los meses previos a la toma de Tenochtitlan., México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2589/2712. Visto el 26/04/2024