Las mujeres y los niños; traductores y transmisoras invisibles.

Comunicar es una de las actividades que nos distingue como humanos. En todo proceso histórico, la comunicación ha permitido conformar códigos comunes que han sido clave en la articulación de identidades de los diversos grupos sociales, en la trasmisión de conocimientos y tecnologías y en dirimir y provocar conflictos, desde los más simples hasta los más complejos. Por ello, hablar de la importancia del proceso comunicativo en la conquista de México Tenochtitlán es imprescindible. El tema ha sido tratado por varios especialistas (Tzvetan Todorov y Mathew Restall para sólo citar dos) y casi todos insisten en el fallo comunicativo y en la imposibilidad de comprensión entre dos códigos culturales opuestos, aunque no excluyen que haya habido momentos de intercambio eficiente. Con todo, la mayor parte de los autores que se han ocupado del problema construyen sus argumentos a partir del encuentro entre Cortés y Moctezuma en México y entre Pizarro y Atahualpa en Perú. Pero ¿qué pasó después de estos hechos en la vida cotidiana? ¿Cómo se pusieron de acuerdo los españoles y sus aliados en las estrategias militares utilizadas? ¿Cómo influyó la interacción lingüística en los encuentros y desencuentros entre las partes contendientes? A pesar de las dificultades, tal diálogo debió ser bastante eficiente en muchos momentos dado el éxito conseguido. Es cierto que una parte importante de la comunicación se realizó de manera no verbal y que gestos y señas “universales” fueron utilizados para solicitar alimentos, señalar direcciones, marcar posiciones de autoridad y jerarquía, trasmitir mensajes de hostilidad, amenaza o castigo etc. Pero sin duda la comunicación por medio de la lengua constituyó un factor fundamental durante las conquistas de México y Perú, a pesar de que sin duda hubo una total incomprensión en cuanto a concepciones religiosas, cosmovisiones y valores morales, jurídicos y estéticos.

Hasta ahora la perspectiva histórica ha centrado su interés en la actuación de los varones adultos como los principales actores del proceso comunicativo. Pero, salvo el caso de Malitzin la intérprete de Cortés, al parecer pocos se han interesado por el papel central que jugaron las mujeres y los niños en la interacción oral. En buena medida esto se debe al silencio que guardan las fuentes al respecto. Aunque no existe evidencia documental, es indudable que doña Marina no debió ser la única mujer que aprendió castellano para intentar comunicarse con aquellos invasores con los que tenían relaciones sexuales. Su condición femenina y de sujeción las obligaba a buscar los medios para agilizar la comunicación y debió ser más común que fueran ellas las que aprendieran la lengua de sus dominadores y no viceversa. El ámbito de la convivencia doméstica fue así un importante espacio de aprendizaje de saberes culinarios, religiosos, técnicos y, hasta emotivos. Sin duda, junto con los gestos y acciones, los intercambios lingüísticos fueron esenciales en esa transmisión. Esto fue aún más común entre las señoras nobles desposadas con conquistadores como las mexicas Isabel y Leonor Moctezuma y la tlaxcalteca María Luisa Tecuelhuetzin. Estas mujeres, al igual que aquellas que ocuparon cargos, como la cacica mixteca de Teposcolula Catalina de Peralta, no sólo aprendieron el castellano, también trasmitieron a sus hijos e hijas mestizos o indígenas sus lenguas “maternas”. Gracias a su participación en la crianza de la nobleza que regía los pueblos durante todo el periodo colonial, el bilingüismo fue  habitual entre sus dirigentes.

Al igual que las mujeres, los niños fungieron también a menudo como intermediarios, debido a la mayor capacidad que mostraban, por su edad, en la adquisición de nuevos códigos lingüísticos. Pero a diferencia de ellas, su presencia como intérpretes sí aparece mencionada tangencialmente en las crónicas. Aunque el protagonismo de Gerónimo de Aguilar es innegable, Bernal Díaz alude a Melchorcillo y Juliancillo, dos jóvenes mayas que Juan de Grijalva capturó en Cabo Catoche y que Cortés traía en su expedición cuando llegó a Yucatán. Ninguno de los dos llegó a cumplir la función para la que fueron capturados, pues Julián murió pronto de un contagio y Melchor huyó al desembarcar en el río Tabasco (o de Grijalva), con lo cual Aguilar comenzó su labor de intérprete.

A pesar de lo frustrado del intento, la actitud de Cortés al incluirlos en su expedición es muestra de una necesidad de allegarse niños intérpretes, actividad mencionada desde el primer viaje de Cristóbal Colón, quien se llevó a España a siete jóvenes taínos, regresando en su segundo viaje en 1493 con los dos que sobrevivieron y que le sirvieron como intérpretes. Años después, en 1528, Francisco Pizarro capturó a dos muchachos en la costa norte del Perú, los llevó a España para que aprendieran castellano y, bautizados como Felipillo y Martinillo, fueron incluidos a su regreso en 1531 como intérpretes en la conquista del imperio incaico. Bernal menciona también en varias ocasiones un caso en sentido inverso. Juan Orteguilla era un huérfano (quizás extremeño) que llegó con Cortés y aprendió náhuatl a lo largo del trayecto hacia Tenochtitlan. Cuando Motecuzoma fue hecho prisionero, se le asignó a este jovencito como paje e intérprete y, según Bernal, llegó a tener con él un trato muy cercano.

A esos niños intérpretes españoles e indios se unieron más tarde los africanos. En las expediciones norteñas de las décadas que siguieron a la conquista de México Tenochtitlan se menciona el caso de Estebanico, un esclavo marroquí que participó en la desafortunada expedición de Pánfilo de Narváez a la Florida en 1527. En la relación de los hechos que dejó Alvar Núñez Cabeza de Vaca, uno de los cuatro únicos supervivientes de la fallida empresa, se puede leer entre líneas la gran facilidad para aprender lenguas del esclavillo, a quien se le encargó conseguir información sobre los caminos mejores, sobre los pueblos que había adelante y cómo conseguir alimentos. De acuerdo a su testimonio, Estebanico (cuya lengua materna era el árabe y se desenvolvía bien en castellano y quizás en portugués pues pasó un tiempo en Lisboa) fue esencial para comunicarse, a lo largo de nueve años, en las diversas lenguas de los numerosos grupos que habitaban el extenso territorio recorrido por los cuatro náufragos, desde la Florida hasta el océano Pácifico. Es muy significativo el uso del diminutivo cuando Cabeza de Vaca menciona el nombre del esclavo marroquí, al igual que el de todos esos intérpretes señalados en las crónicas; el dato no da lugar a dudas sobre la minoría de edad de todos ellos y del hecho que fueran considerados niños antes de los quince años.

Ignoramos el número de esos jóvenes interpretes que participaron en la conquista, pero debieron ser muchos más de los que mencionan las crónicas. Bernal habla varias veces de “nuestros intérpretes” en plural y parecería imposible que los numerosos tlaxcaltecas, cempoaltecas, chalcas y texcocanos que se aliaron con Cortes pudieran comunicarse con los españoles sólo a través de la Malinche. Resulta pues lógico pensar que muchas mujeres y niños, al igual que algunos adultos varones del ámbito indígena, comenzaron a aprender castellano desde muy pronto y, aunque en menor medida, también algunos españoles hablaron un rudimentario náhuatl.

Una vez consumada la conquista de Tenochtitlán esos intercambios lingüisticos se intensificaron. Según fray Toribio de Motolinía los frailes franciscanos, recién llagados a México en 1524, comenzaron su aprendizaje de las lenguas indígenas con la ayuda de los niños que se educaban en sus conventos y en el excepcional colegio de Santa Cruz de Tlatelolco; ellos fueron a futuro importantes colaboradores en la elaboración de los puentes culturales que permitieron el proceso cristianizador. Las autoridades civiles también estuvieron muy interesadas en formar desde muy temprano sus cuadros de intérpretes para facilitar el gobierno, la administración de justicia y el cobro de los tributos de la mayoritaria población indígena, cuya diversidad lingüística hubiera sido imposible de abarcar sin su apoyo. Hernando de Tapia Motelchiuhtzin, hijo del gobernador indio de San Juan Tenochtitlan Andrés de Tapia, aprendió el castellano en su infancia, viajó dos veces a Castilla entre 1528 y 1537 y fue intérprete de la audiencia de México y un colaborador muy cercano del virrey Antonio de Mendoza. Gaspar Antonio Chi, era aún niño cuando Francisco de Montejo inició la conquista de Yucatán y, al pertenecer a un linaje noble maya, fue educado por los franciscanos en Mérida. Chi fungió como regidor de la ciudad y sirvió como intérprete a los primeros obispos y gobernadores de la península hasta su muerte a los ochenta años. Como ellos hubo muchos otros con un perfil similar que fungieron como intermediarios lingüísticos.

Del lado español, son notables dos ejemplos de aprendizaje lingüístico infantil en el siglo XVI:  el franciscano fray Alonso de Molina y el dominico fray Diego Durán. Ambos llegaron con sus padres de España cuando eran muy niños y aprendieron el náhuatl jugando con sus compañeritos indios en las calles. Su dominio de esta lengua fue excepcional en buena medida gracias a esta experiencia infantil.

A lo largo del periodo colonial, en todos los territorios donde se asentaron los españoles, el conocimiento de las lenguas indígenas por parte de muchos criollos está constatado por diversas fuentes y la explicación de tal situación se encuentra en su contacto en la infancia con dichos idiomas. Es un hecho que sus nodrizas, chichiguas y pilmamas indias los instruyeron en el náhuatl, el zapoteco, el mixteco, el purépecha o el maya. Testimonios coloniales aseveraban que los criollos yucatecos apredían a hablar maya antes que castellano. Las mujeres y los niños tuvieron un papel mucho más importante del que se les ha atribuido en la interacción lingüística de las nuevas culturas que se fueron generando en ese periodo que se inició con la toma de México Tenochtitlan.

 

Para saber más

  • Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Hay versión digital en www.cervantesvirtual.com.
  • Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Naufragios, Zamora, 1542. Hay versión digital en www.cervantesvirtual.com.
  • Toribio de Motolinía, Historia de los indios de la Nueva España, Edmundo O´Gorman (ed.), México, Porrúa, 1986 (Sepan Cuántos, 129).
  • Mathew Restall, Los siete mitos de la conquista española, Barcelona, Paidos, 2010.
  • Tzvetan Todorov, La conquista de América. El problema del otro, México siglo XXI 2001.
Para citar: Antonio Rubial García, Las mujeres y los niños; traductores y transmisoras invisibles., México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2586/2586. Visto el 28/03/2024