Los otomíes como conquistadores y colonos de frontera en el periodo virreinal

Los otomíes, hñähñü en su propio idioma, se cuentan entre los habitantes más antiguos del centro de México. Su lengua pertenece a la rama otopame de la familia otomangue que se extiende desde San Luis Potosí hasta Centroamérica. Sus ancestros poblaban los valles de México, Morelos y Toluca, así como el Mezquital, en Hidalgo y partes de Puebla y Tlaxcala desde el cuarto milenio aC. Para el periodo Preclásico temprano (2000-1200 aC) habían desarrollado una cultura agrícola a base del cultivo de maíz, frijol, calabaza y chile y un patrón de asentamiento irregular con unidades habitacionales dispersas y pequeños centros civiles o religiosos. Durante los periodos Protoclásico y Clásico (150 aC-900 dC) jugaron un papel importante en el altiplano central. El poblamiento inicial de Teotihuacán probablemente fue otopame y la etapa de auge de esta metrópoli coincide con el proceso de diferenciación lingüística que culminó con la separación del otomí y el mazahua de la rama madre otopame, algunos de cuyos hablantes dieron origen al pueblo pame que habitaba El Bajío a la llegada de Hernán Cortés.

Ya en el Posclásico (900-1521 dC), los otomíes constituían un grupo etno-lingüístico específico que participó de manera importante en la construcción de la hegemonía tolteca de los siglos X y XI. Estaban organizados en linajes encabezados por “principales” que eran cabezas de familias patrilineales. Durante este periodo ocupaban también la provincia de Xilotepec, zona de confluencia entre Tula y los pequeños señoríos del valle de Toluca, pero más tarde fueron desplazados de las mejores tierras de la región por los grupos nahuas que llegaron al altiplano desde el noroccidente, expandiéndose hasta los valles centrales de la cuenca de México.

Tras el colapso de Tula en el siglo XII de nuestra era, los otomíes fueron el grupo preponderante en El Mezquital y, en el norte de la cuenca de México, mantuvieron un centro de poder en Xaltocan. Éste fue sometido en la última década del siglo XIV por los tepanecas de Azcapotzalco, entonces el centro más poderoso en la cuenca, fundamentalmente habitado por nahuas. Aunque Xilotepec permaneció durante algún tiempo como señorío independiente, también cayó bajo la dominación tepaneca y más tarde quedó integrado como tributario a los dominios mexicas de Tenochtitlan. Las fuentes que registran estos sucesos son contradictorias, algunas afirman que fueron sometidos en 1379 bajo el reinado de Acamapichtli, otras dicen que fue bajo Itzcóatl en 1427-1428 o bien durante el reinado de Ahuízotl (1486-1502). Desde 1428 los tenochcas se convirtieron en la potencia dominante de la región tras derrotar a Azcapotzalco en alianza con los acolhuas de Texcoco y los tepanecas de Tlacopan. Para aumentar su zona de control, esta Triple Alianza aprovechó antiguas estructuras tributarias e incorporó como auxiliares militares a grupos otomíes, habituados a negociar tributaciones y servicios defensivos con los pueblos de las zonas que habitaban como una estrategia para proteger sus territorios de los grupos seminómadas de la Gran Chichimeca, con la que colindaban. Así, la “dominación” tenochca de los otomíes, más que una derrota, pudo ser resultado de estas negociaciones.

A principios del siglo XVI el señorío predominante en el oriente del territorio de Tlaxcala era Tecóac, una fundación otomí que intercambiaba con la confederación tlaxcalteca servicios defensivos por derechos de asentamiento. Aquí se verificó el primer enfrentamiento militar de Cortés en su marcha a Tenochtitlan en septiembre de 1519. Después de combatir contra los españoles en nombre de los tlaxcaltecas, los otomíes se convirtieron, junto con éstos, en sus aliados para derrotar a los mexicas. Cuando Cortés fue expulsado de Tenochtitlan durante la llamada “noche triste” el 30 de junio 1520, los otomíes de Teocalhueyacan, a quienes parecen haberse sumado otros del Mezquital, ofrecieron refugio y suministros a sus maltrechas huestes. A cambio de este apoyo y la promesa de convertirse en vasallos junto con los otomíes de Tlaxcala, el conquistador ofreció dar a su pueblo el título de cabecera, librándolos de la carga tributaria que pagaba a los mexicas. Aparentemente la oferta nunca se cumplió, pero tras la derrota de Tenochtitlan los españoles renovaron sus alianzas con los otomíes, esta vez los del señorío de Xilotepec donde pronto se consolidó una élite gobernante indígena.

Pueblos de frontera, autónomos y móviles desde mucho antes de la conquista española, los otomíes emprendieron una vasta colonización en El Bajío durante las primeras décadas del periodo colonial, con el respaldo de la Corona, y participaron en la pacificación de la Gran Chichimeca (1551-1590). Inicialmente, para evadir el dominio español, pequeños grupos de familias dejaron sus asentamientos y migraron hacia el norte y el occidente, donde permanecieron como observadores distantes hasta que sus líderes, finalmente, sellaron acuerdos de mutuo beneficio con los conquistadores europeos. Éstos no siempre se registraron en el momento que sucedieron, tal vez porque fueron pactos locales de carácter oral.

El caso más documentado es el de Fernando de Tapia Conní, o Conín. Según la Relación de Querétaro (1582) tras la caída de Tenochtitlán en 1521, Connín condujo a treinta familias de Xilotepec hasta La Cañada, cerca del actual Querétaro, para refugiarse entre los pame-chichimecas de la zona con los que comerciaba. A cambio del permiso de asentarse en su territorio negoció pagarles un tributo en maíz, frijol y chile y, eventualmente, los convenció de integrarse al nuevo orden colonial y convertirse en tributarios del encomendero de Acámbaro, preservando sus tierras y ciertos privilegios. Entonces fue bautizado como Fernando de Tapia y, en 1531, fundó Querétaro, donde construyó un orden sociopolítico basado en los modelos del altépetl y el ayuntamiento español y fungió como “gobernador” hasta su muerte en 1571 –con nombramiento del Virrey y la Real Audiencia. Como algunas fuentes ubican al personaje peleando con los otomíes de Tlaxcala durante la Conquista militar de Tenochtitlan, la veracidad de estos sucesos es controvertida. Sin embargo, no es imposible que después del primer contacto con Cortés, Conín migrara a Xilotepec y después al norte.

Otros documentos sobre la fundación de Querétaro se refieren a Fernando de Tapia como “general en jefe del ejército conquistador” en la batalla de la loma de El Sangremal el 25 de julio de 1531, en la que también participó su pariente político, Nicolás de San Luis Montañez. En esta batalla, huestes otomíes y españolas se enfrentaron con los pames para tomar control de la zona a favor de la Corona. Algunas versiones cuentan que tras once horas de combate, cuando otomíes y españoles estaban a punto de la derrota, el cielo se abrió en medio de un gran eclipse y, mientras descendía el señor Santiago a caballo pacificando el campo, apareció una gigantesca cruz de piedra que quedó como testimonio. Seguramente lo que hubo fue una negociación entre los agotados líderes de ambos ejércitos, mediante la cual los chichimecas reconocieron la supremacía otomí y aceptaron someterse a la Corona, preservando sus tierras y otros derechos a cambio de pagar tributo. También se atribuye a Conní haber incorporado al Virreinato los asentamientos de Amealco, San Miguel el Grande y San Juan del Río. Aparentemente, como retribución por sus servicios obtuvo para su linaje y los otros principales de su ejército mercedes de tierra cultivable, huertos, ganado y minas.

Para 1526 los otomíes que se quedaron en Xilotepec eran tributarios de la Corona por encomienda, otorgada al capitán español Juan Jaramillo, pero seguían gobernados por sus propios “señores principales”. Además, de allí salieron otros líderes que fundaron otras poblaciones y crearon nuevos linajes. Por su parte, los otomíes de Tlaxcala y Tepeaca, aliados de los tlaxcaltecas por lo menos desde 1519, conservaron cierta independencia que se perdió al paso del tiempo por la cristianización, mientras los del Valle de Toluca y Meztitlán fueron los que sufrieron en mayor medida el abuso de los encomenderos. Sin duda fueron los otomíes asentados en el Mezquital y los que migraron al Bajío quienes gozaron de mayor independencia.

Algunos investigadores cuestionan la veracidad de los relatos sobre estos “señores principales” porque datan en su mayoría del periodo 1690-1720, muy posterior a los hechos que narran. Efectivamente son documentos apócrifos que pretenden ser del siglo XVI pero se fabricaron después de la Guerra Chichimeca, cuando los otomíes perdieron poder y muchos privilegios porque los españoles dejaron de depender de sus servicios. No obstante, aunque presentan discordancias con otras fuentes y tienen el claro propósito de validar privilegios hereditarios ante nuevas normativas, recogen tradiciones ancladas en la memoria oral. Sin duda deben utilizarse con cautela mas no podemos descartar por completo los fenómenos que describen. Para suplir parcialmente estas fallas en la documentación escrita podemos acudir a otro tipo de rastros, como la iconografía en el arte colonial y la parafernalia ritual que todavía elaboran los otomíes contemporáneos.

En la tradición otomí existe una deidad creadora dual similar a las de otros pueblos mesoamericanos: Yozipa. En el relato mítico y las representaciones plásticas asume la forma de una gran águila que sale del inframundo y, después de fecundar la tierra sube al firmamento y se parte para crear el universo, desdoblándose en dos soles, uno diurno y uno nocturno. En tiempos precolombinos se le representaba como dos soles enlazados o como un círculo con rostro (típica representación de los ancestros o uemas) rodeado por un halo grueso; es decir, un gran uema vinculado con el sol. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XVI, los otomíes se apropiaron de la imagen del águila bicéfala de los Habsburgo para representar esta divinidad. La incorporación y resignificación de esta imagen, que tenía una fuerte carga simbólica para el nuevo grupo hegemónico, podría interpretarse, incluso, como una simbolización otomí de la alianza con los españoles. La imagen de Yozipa como águila bicéfala, con o sin corona, se volvió omnipresente en el universo cotidiano otomí, la encontramos representada en las pinturas murales que decoran sus capillas, en sus bordados y otros objetos de uso común. Lo que resulta revelador en relación con la diáspora que hemos descrito aquí, es la presencia de este tipo de águilas bicéfalas en el antiguo septentrión novohispano, más allá de la Gran Chichimeca, en contextos pictóricos o arquitectónicos donde no parecen justificarse como representaciones del emblema imperial y podrían indicar la presencia de colonos otomíes. Un ejemplo está dibujado, entre muchos otros motivos, en el techo del sotocorro de la capilla de San José de Gracia en Las Trampas, Nuevo México, construida en la segunda mitad del siglo XVIII.

 

Para saber más:

 

  • Beatriz Isela Peña Peláez. Espacios, imágenes y rituales en el devenir de la identidad otomí. Tesis de Doctorado en Historia del Arte, México, UNAM, 2019.
  • David Charles Wright Carr. “El papel de los otomíes en las culturas del altiplano central: 5000 aC-1650 dC”. En Otopames. Memoria del primer Coloquio, E. Fernando Nava L. (comp.). México, UNAM-IIA, 2002, pp. 323-336.
  • -------. Conquistadores otomíes en la guerra chichimeca: dos documentos en el Archivo General de la Nación. Querétaro, Secretaría de Cultura y Bienestar Social, Gobierno del Estado de Querétaro, 1988.
  • Rosa Brambila (coord.). Episodios novohispanos de la historia otomí. Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México-Instituto Mexiquense de Cultura, 2002.
  • Alfonso Vite Hernández, El mecate de los tiempos: continuidad en una comunidad hñähñü del Valle del Mezquital. Tesis de Licenciatura en Historia. México, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2012
Para citar: Danna A. Levin Rojo, Los otomíes como conquistadores y colonos de frontera en el periodo virreinal, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2370/2370. Visto el 17/04/2024