Los pueblos originarios del norte de México en el siglo XVI: Chihuahua y Coahuila

Sabemos poco sobre las sociedades que existían en los actuales estados de Chihuahua y Coahuila cuando los españoles llegaron al centro de México. Ello se debe a que la conquista de la región fue tardía y lenta, tanto por sus difíciles condiciones ambientales y topográficas como porque su población nativa no contaba con estructuras políticas de tipo estatal que los conquistadores pudieran aprovechar para imponer su dominación, ni vivía concentrada en grandes ciudades como las que se encontraron en el ámbito mesoamericano.

Estos pueblos septentrionales no habían desarrollado sistemas de escritura que dejaran registros históricos o descripciones socioculturales previas a sus primeros contactos con los europeos, ocurridos en su mayoría en la segunda mitad del siglo XVI, o incluso el XVII. Tampoco conocemos con precisión sus lenguas e identidades étnicas, pues los nombres de aquellos grupos humanos que han llegado a nosotros son los que impusieron los españoles; con frecuencia versiones castellanizadas de vocablos indígenas malentendidos o vagas referencias al paisaje de los sitios donde los encontaban. Por ejemplo, la palabra ópata que en la lengua de los pimas de Sonora significa “tener enemigo” fue confundida con el gentilicio de un grupo específico; mientras que el término conchos que denominó a los nativos de un amplio territorio en el norte de Chihuahua, alude a las abundantes conchas encontradas en el río que muchas bandas frecuentaban, o a cuya vera residían. Así mismo, las lagunas salobres de la Comarca Lagunera, situada en los límites de Chihuahua, Coahuila y Durango, dieron nombre a los salineros.

Desde que Paul Kirchoff trazó en 1940 el mapa de grandes “áreas culturales” para orientar los estudios sobre Norteamérica en la época del contacto, la mayor parte del norte mexicano y el suroeste de Estados Unidos suele identificarse bajo la categoría de Aridoamérica. El término alude a su clima predominante y la ausencia de sociedades urbanas agrícolas en el temprano siglo XVI (ver ficha Pluralidad cultural en Mesoamérica). No obstante, el área es en realidad muy diversa en términos topográficos, ambientales y humanos. Los estudiosos han podido inferir muchas características de los pueblos que ocupaban ese territorio a partir de las descripciones etnográficas de grupos originarios que hoy lo habitan, los relatos de los primeros intrusos europeos y los datos escasos y dispersos que arroja el registro arqueológico, correspondientes por lo común a periodos anteriores.

La Sierra Madre Oriental y la Occidental, cuyas elevaciones alcanzan los 3000 metros sobre el nivel del mar, atraviesan Aridoamérica de norte a sur. Las zonas altas de estas cordilleras están cubiertas por bosques de coníferas con una gran variedad de animales como osos, pumas y lobos. En las barrancas que forman sus pliegues y las zonas bajas abunda el mezquite, el huizache y distintas variedades de agave y nopal. Habitan ambos espacios animales más pequeños como coyotes o roedores y aves como zopilotes y águilas. Entre las dos cordilleras está el altiplano central, compuesto por llanuras y serranías de escasa altitud y clima semiárido. Las vertientes aledañas de la Sierra Madre Occidental fueron ocupadas por los españoles desde mediados del siglo XVI por sus abundantes minas de plata, su suelo fértil y plano susceptible de irrigación y sus grandes pastizales aptos para la ganadería. Al centro de la gran mesa, donde los vientos húmedos de los océanos interrumpidos por las barreras montañosas casi no alcanzan a llegar, está el Desierto Chihuahuense que se extiende desde el norte de Zacatecas y San Luis Potosí hasta Texas, Nuevo México y Arizona.

A esta enorme diversidad geofísica corresponde una diversidad cultural y lingüística semejante. Adaptados a una geografía de temperaturas extremas que ofrece una gran variedad de recursos, pero donde la agricultura sólo puede practicarse en pequeña escala y en lugares distantes entre sí, los nativos de este gran norte desarrollaron estrategias de supervivencia basadas en un profundo conocimiento del medio ambiente. Una característica que todos ellos compartieron fue su intensa movilidad, la cual no siempre implicaba nomadismo sino grados muy distintos de sedentarización.

Cuando Hernán Cortés desembarcó en Veracruz, los grupos de las tierras más secas en la mesa central, como los zacatecos, irritilas, tobosos y salineros, todos desaparecidos hoy, eran cazadores-recolectores-pescadores sin asentamientos permanentes y con una cultura material simple: las crónicas españolas dicen que andaban desnudos o se cubrían con pieles y que sus principales herramientas eran el arco y la flecha, aunque obtenían por trueque con sus vecinos productos cultivados, cerámica y otros utensilios. Aparentemente se organizaban en bandas dispersas de cuarenta a cincuenta personas unidas por lazos familiares y, cuando los españoles hicieron contacto con ellos, ofrecieron una resistencia tenaz a la colonización.

En contraste, pueblos como los rarámuri (tarahumaras) de la sierra de Chihuahua combinaban el cultivo de maíz, frijol y calabaza con prácticas forrajeras de caza y recolección, que aportaban suplementos alimenticios, fibras para el vestido y la cestería, material de construcción y plantas medicinales o de uso ritual. Su residencia seguía un patrón acorde con los cambios estacionales y el ciclo agrícola: en invierno habitaban las barrancas, más cálidas, y en verano se mudaban a las zonas altas cuyo régimen de lluvia es propicio para la agricultura. Igual que los o’odam (tepehuanes) más al sur de la sierra, cuya subsistencia se basaba en el cultivo de las mismas plantas y el algodón, vivían dispersos en unidades territoriales de gran amplitud que los españoles llamaron rancherías, compuestas por pequeñas unidades domésticas articuladas por redes de parentesco extenso y relaciones sociales de intercambio y reciprocidad: periódicamente varias rancherías se reunían para intercambiar productos, celebrar rituales y establecer alianzas matrimoniales. Sus habitaciones, herramientas, vestido y parafernalia eran fundamentalmente de materiales perecederos pero también practicaban la alfarería y usaban instrumentos de piedra como el metate.

Como todas las sociedades del periodo colonial temprano en Aridoamérica, las de Chihuahua y Coahuila eran  igualitarias, aunque posiblemente sus bandas y rancherías tenían líderes electos. Todas sostenían constantes relaciones, pacíficas o beligerantes, con sus vecinos en redes regionales que les permitían intercambiar productos y conocimientos para aprovechar mejor los recursos. Sin embargo, a diferencia de los pueblos mesoamericanos y europeos, sus conflictos no resultaban en la imposición de estructuras de dominación político-territorial que implicaran relaciones de explotación. Esta circunstancia, la profunda versatilidad de su modo de vida y la naturaleza topográfica de las zonas que habitaban explica que algunos grupos hayan podido mantener su identidad y su cultura con una autonomía relativa, prácticamente, hasta el día de hoy; mientras que muchos otros mencionados en las fuentes históricas desaparecieron en el curso del tiempo, desde el siglo XVI hasta el XIX por causa de las epidemias, el exterminio violento y la sobreexplotación a la que fueron sometidos por el régimen colonial en las minas y el trabajo agrícola.

 

 

Para citar: Danna A. Levin Rojo, Los pueblos originarios del norte de México en el siglo XVI: Chihuahua y Coahuila, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2263/2263. Visto el 29/03/2024