El Occidente de Mesoamérica hacia 1520

A la llegada de los españoles a Mesoamérica, el señorío mexica tenía abiertos varios frentes de guerra en sus fronteras. Uno de los más conflictivos se hallaba hacia el poniente, en la tierra disputada a los tarascos o michoaques, “los de la tierra del pescado”.

El señorío tarasco fue fundado hacia el 1300 y llegó a ocupar una extensa región en los actuales estados de Michoacán, Colima y sur de Jalisco. Inicialmente contó con tres capitales: Tzintzuntzan, Ihuatzio y Pátzcuaro, pero en 1480 el de señor de Tzintzuntzan se impuso como señor único de los tarascos bajo el título de cazonci. Hacia 1521 el cazonci gobernaba sobre una población de alrededor de un millón de habitantes. La cuenca de Pátzcuaro contaba con cerca de 90 asentamientos de diversas dimensiones, con una población estimada de entre 60 y 100 mil habitantes.

Los tarascos fueron uno de los señoríos de mayor importancia durante el posclásico, tanto por su extensión territorial - cercana a los 70 mil kilómetros cuadrados-, su alto número de habitantes así como por el poderío de sus fuerzas bélicas. Los tarascos eran tenidos por valientes y feroces guerreros. Sus armas, señalaron los informantes mexicas de fray Diego Durán, eran “las hondas y varas tostadas arrojadizas, arcos y flechas y macanas con cuchillos de navajas, porras y otras armas ofensivas con muchas y muy galanas rodelas”. Con este armamento defendieron su frontera oriental, disputada por los mexicanos, siendo Taximaroa uno de los puntos frecuentes de confrontación. La guerra entre tarascos y mexicas dejó tras de sí numerosos muertos. Pero esta feroz resistencia permitió a los michoaques oponerse con éxito a los afanes expansionistas de los mexicas.

Sin embargo, la visión del señorío tarasco no debe hacernos perder de vista que el resto del Occidente mesoamericano estaba dominado por una enorme diversidad. Más allá del río Lerma, la región se hallaba habitada por una población lingüísticamente heterógenea, agrupada en torno a pequeños señoríos independientes y con un alto grado de autosuficiencia.

Históricamente, en el Occidente confluyeron diversas tradiciones culturales: la tradición Teuchitlán, el complejo Aztatlán, y la cultura Chalchihuites. La primera se desarrolló entre el 200 y el 600 d.C., teniendo como centro la zona lacustre y los valles adyacentes al volcán de Tequila, en el actual estado de Jalisco. Se trató sociedades organizadas en linajes que compartían el poder sin que ninguno de ellos pudiera monopolizarlo, y se distinguieron por la construcción de complejos arquitectónicos actualmente conocidos como guachimontones: plazas circulares, con una pirámide central circular también, rodeadas por plataformas rectangulares que servían de base para los templos. Estos espacios eran ocupados por las élites, ligadas a la agricultura intensiva, desarrollando extensos sistemas de canales de riego y campos de cultivo bien organizados.

La cultura Chalchihuites se desarrolló a partir del año 50 d.C., en el flanco este de la Sierra Madre Occidental, entre el río Grande de Santiago y el del Mezquital, durante la primera gran expansión al norte de Mesoamérica. Probablemente fue producto de un movimiento colonizador desde los valles centrales, y presentó una ocupación a lo largo de casi nueve siglos. Marie-Areti Hers nos dice que estos migrantes del sur debieron encontrar una gran resistencia, de ahí la importancia que adquirieron las construcciones defensivas y la práctica de la guerra, cuyo objetivo era la captura de esclavos y/o víctimas para el sacrificio. Fue en este contexto que aparecieron los primeros tzompantlis destinados a exhibir los cráneos de los enemigos capturados y sacrificados, estructuras que -junto con las salas de columnas y el chac mool- serían llevadas al centro de Mesoamérica cuando se contrajo la frontera norte mesoamericana. Fue entonces, hacia el año 900 d. C., que el territorio chalchihuiteño de Zacatecas y Jalisco fue abandonado; algunos descendientes de los antiguos migrantes regresaron al sur, mientras que otros se retiraron hacia la sierra de Durango o hacia la Sierra del Nayar. Los caxcanes, hablantes de “mexicano rústico” que los españoles consignaron haber encontrado en el valle de Juchipila y hasta el río Lerma, serían descendientes de la cultura Chalchihuites, y establecieron los señoríos con la densidad de población más alta y la organización sociopolítica más compleja de la región.

En las costas se vivieron también diversos periodos de mayor acercamiento e intercambio con los valles centrales mesoamericanos, particularmente entre el 600 y el 1200, etapa de auge de la cultura Aztatlán, producto del avance de la frontera mesoamericana 400 km al norte, hasta el río Fuerte. Ahí se integró una fuerte unidad cultural entre la costa de Sinaloa y el norte de Nayarit, que habría tenido relaciones estrechas con el centro de México, en particular con Tula, Culhuacan y Cholula.  Pero a partir del siglo XIII y hasta la llegada de los españoles, Aztatlán se caracterizó por la contracción territorial, el desmantelamiento de la unidad regional y el aislamiento en relación con el centro.

De tal suerte, el complejo panorama político y lingüístico reportado por los soldados conquistadores del siglo XVI en esta región habría sido producto de una larga historia de intercambios, influencias y migraciones ocurridas en el territorio. Al momento del contacto, entre Colima y el río Grande de Santiago se reportó la existencia de 79 pueblos ubicados mayormente en los valles o en la falda de los cerros. A decir de Thomas Calvo, se trataba de “un conjunto de señoríos muy desiguales, con dos extensas provincias en los extremos, Ahuacatlán (cerca de 1,400 casas) y Teuzacualpan (Zacualpa, 1615 casas)”. La transmisión del poder era hereditaria, con indicios de una organización centralizada. En varios de estos señoríos los españoles dejaron constancia de la bipartición del poder, como ocurría en Ahuacatlán, donde había un gobernante “naguatato” y otro “otomí” (es decir, no nahuahablante). En varios señoríos también fue notable la juventud de sus gobernantes: era el caso de Calatiane, señor de Zacapala, que contaba con solo seis años.

La economía indígena se basaba en el maíz, cuyo cultivo se ha documentado para todo el Occidente, así como el de frijol, calabaza y chile, junto con la extracción de sal y otros productos marinos. El comercio jugó un papel de suma importancia en la región, pues fue una de las vías para establecer relaciones con otras sociedades tanto cercanas como lejanas. Diversos señoríos del Occidente participaban de una enorme red de comercio que llegaba a extenderse incluso hacia el suroeste de los Estados Unidos, y en la que el intercambio de turquesa jugó un papel central, además de del cacao, plumas de ave, sal, diversos metales, así como algodón y concha. Esta red comercial funcionaba aún en 1519, pero fue la primera en sentir los efectos de la invasión española: la caída de los grandes centros de consumo como Tenochtitlan o el señorío tarasco, afectaron el flujo comercial y con ello, a la región occidental incluso antes de la llegada de los primeros conquistadores.

A la variedad de pueblos y culturas de Occidente correspondió también la diversidad de campañas que buscaron someter la región. Tras la derrota de los mexicas, los michoaques quedaron en la mira de los españoles. Allá fue Cristóbal de Olid en 1522, quien se encontró con que los tarascos prefirieron evitar la confrontación y se sometieron, sin luchar, al vasallaje del monarca católico. Olid, acompañado de numerosos guerreros mexicas, ocupó Tzintzuntzan por cerca de cuatro meses. Cuando salió rumbo a Colima, a su hueste se sumaron también guerreros tarascos.

La conquista de Colima no se logró sino hasta 1523 debido a la feroz resistencia que presentaron los indígenas. Fue Gonzalo de Sandoval quien, tras el fallo estrepitoso de las dos campañas que le precedieron, fundó la primera villa española en los términos del señorío de Tecomán. Para 1524 Francisco Cortés Buenaventura atravesó Michoacán y Colima, y subiendo por la costa llegó a los territorios de los actuales Jalisco y Nayarit. Aunque no logró someterlos, la expedición del sobrino de Hernán Cortés generó informes que fueron trascendentales para las siguientes expediciones. La conquista de estos territorios fue llevada a cabo entre 1529 y 1531 por Nuño de Guzmán, quien fundaría el reino de Nueva Galicia. A pesar de los frecuentes levantamientos indígenas y de la Guerra del Mixtón, que amenazó con despoblar la naciente Guadalajara, para mediados del siglo XVI podemos considerar a la región de Occidente conquistada. No obstante, existieron bastiones de resistencia indígena que no fueron conquistados sino hasta fechas muy tardías: es el caso de la Sierra del Nayar, que fue sometida 200 años después de la caída de Tenochtitlan.

 

Para saber más:

  • Thomas Calvo y Aristarco Regalado Pinedo (coords.), Historia del Reino de la Nueva Galicia, Guadalajara, UdeG, CUCSH, 2016.
  • Marie-Areti Hers, Los toltecas en tierras chichimecas, México, UNAM, 1989.
  • Beatriz Braniff Cornejo, “Comercio e interrelaciones entre Mesoamérica y la Gran Chichimeca”, en Janet Long Towell y Amalia Attolini Lecón (coords.), Caminos y mercados de México, México, UNAM, IIH, 2009, p. 27-50, disponible en http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/caminosymercados/cm004.pdf
  • Richard. F. Thowsend (ed.), Perspectivas del Antiguo Occidente de México. Arte y arqueología de un pasado desconocido, Guadalajara, Secretaría de Cultura Gobierno de Jalisco, The Arte Institute of Chicago, 2006.

 

Para citar: Raquel Güereca Durán, El Occidente de Mesoamérica hacia 1520, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2255/2255. Visto el 16/04/2024