Michoacán en 1520

Cuando el capitán Hernando Cortés llegó a la ciudad de Mexico en 1519 muy pronto supo de la existencia de un gran reino, hacia el occidente, llamado Mechuacan. Este nombre es náhuatl, viene de mechin, o michin, pez, pescado; -hua, poseedor de; -can, lugar; lo cual da “Lugar de los que tienen pescado”, “Lugar de pescadores”, y se refiere a los lagos del centro de Michoacán (el de Pátzcuaro, el de Sirahuén, el de Cuitzeo y otros hoy desaparecidos), alrededor de los cuales se estableció el núcleo central de la población michoacana. Los españoles lo debieron pronunciar ya Michoacán, como una manera de rendir la larga del locativo –cn, Mechuacn. Este nombre náhuatl se escribía con un cerro y un pescado, en donde el cerro, tépetl en náhuatl, refiere al altépetl, “cerro de agua”, reino o señorío; y el pescado, mechin, refiere a Mechuacan, por lo que significa el glifo significa “el reino de Mechuacan”, y era entendido en todo Mesoamérica, con su Babel de lenguas.

Los mexicas tenían a Mechuacan muy en mente, porque era un reino grande y poderoso, un reino de reinos, un imperio, como el de los mexicas, y al que nunca habían podido conquistar o derrotar, después de sangrientas batallas. Había fortalezas muy guarecidas y poblaciones de otomíes en las zonas fronterizas entre los imperios de Mechuacan y Mexico. Se ha dicho que la superioridad militar michoacana se debió a que fue el único pueblo de Mesoamérica que desarrolló la producción de cobre y le dio uso utilitario y armamentístico.

La existencia misma de los michoacanos les causaba un problema de identidad a los mexicas. Los llamaban tarascos, por su dios Taras, porque sus ídolos eran tharés, porque usaban mucho la palabra tarascue, “suegro o yerno” (vitales en las alianzas matrimoniales), y porque en las batallas, con sus cortas faldas sus genitales golpeaban a una y otra pierna haciendo el sonido “taras, taras”, como lo refiere el cronista tlaxcalteca Diego Muñoz Camargo. Ambos, tarascos y mexicas, se decían de origen chichimeca (“mecate, linaje de perro”, en náhuatl), que llegaron, o regresaron, a poblar sus respectivas regiones lacustres, la de Mexico y la de Mechuacan. Hermanos enemigos. Y se decía que habían migrado juntos del norte, y que los mexicas abandonaron a los tarascos en el lago de Pátzcuaro y les robaron su ropa, curioso mito de origen de sus faldas cortas que incomodaban a los mexicas. Desde entonces hasta el presente, la cuestión de los orígenes michoacanos no dejó de desvelar a los estudiosos, que no hallan de dónde vino la población michoacana, con su antigua “vocación autárquica” (Christian Duverger), con una arquitectura original (las célebres yácatas) y la presencia de tumbas de tiro, hablante de una lengua, la michoacana, tarasca o purépecha, que no tiene vínculos con ninguna otra lengua mesoamericana, y sólo se han encontrado remotas afinidades con el quechua y el zuñí. También de los Andes llegó a Michoacán la mencionada producción de cobre y el uso de conchas spondilus, que les traían mercaderes en canoas siguiendo la costa del Pacífico.

Tampoco se conoce bien el origen de la presencia nahua en Mechuacan, siendo los nahuas mexicas sus enemigos capitales. Es curioso que no se conozca o exista un nombre en tarasco de Mechuacan, que sólo conocemos por su nombre y su glifo nahua, mexica. Muchos de los nombres de lugar michoacanos tenían nombres en tarasco y en náhuatl (Tzintzuntzan-Huitzitzillan-Uchichila, “lugar de colibríes”; Iguatzio-Cuyacan “lugar de los que tienen coyotes”), y la población nahua en Michoacán parece ser antigua, si atendemos a documentos como la Memoria de Melchor Caltzin, de 1543, en tarasco, que se refiere a un códice perdido sobre los nahuas de Tzintzuntzan, que le decía Huitzitzillan. De hecho, cuando llegaron los españoles, Tzintzuntzan era la capital del reino y era llamada “ciudad de Mechuacan”, donde se encontraban los palacios del Cazonci (Emperador) Zuangua. En el título mismo de Cazonci se entrecruza lo nahua y lo michoacano, porque no se sabe si significa “el rapado”, en tarasco, o si en náhuatl es caltzontli, “Muchas casas”, o “Cabeza de las casas”, o cactzontli, en relación con sus cactli, sandalias.  Y es notable que el nombre mismo de la capital michoacana Tzintzuntzan-Huitzitzillan rememore a Huitzilopochtli, “Colibrí de la izquierda”, dios tutelar de los mexicas.

En lo religioso los michoacanos no eran muy diferentes de los mexicas, con dioses y diosas, calendarios y fiestas equivalentes, y con un exacerbado culto a la guerra y a los sacrificios humanos. Durante la fiesta de Ecuata Cónscuaro, la “Fiesta de las Flechas” (que corresponde según Rafael Tena a la fiesta mexica de Tecuilhuitontli, “Pequeña fiesta de los señores”), después de sangrientas ejecuciones, el Petámuti, o sacerdote mayor, le contaba la historia de los orígenes del reino a los señores de los pueblos allí reunidos, y los petámutiecha (plural tarasco de Petámuti) contaban la misma historia en cada uno de los reinos. Conocemos esta historia porque un Petámuti sobreviviente se la contó al franciscano fray Jerónimo de Alcalá y sus colaboradores michoacanos, quienes la registraron en español en la segunda parte de su Relación de Mechuacan, que entregó en 1541 al virrey don Antonio de Mendoza. Esta fuente es de vital importancia, pero está ciertamente sesgada, como cualquier otra, pero con el problema de ser casi la única versión conocida. Con todo, la escasa investigación arqueológica no la contradice en lo fundamental. La historia cuenta la migración de los chichimecas uacúsecha (“águilas”, en tarasco, plural de uacús), cazadores recolectores, vestidos con pieles, con arcos y flechas, quienes al llegar a Michoacán se encontraron a pobladores de agricultores y pescadores que hablaban la misma lengua que ellos. Se formó una alianza estrecha entre agricultores, pescadores y agricultores que conformó una fuerza política y militar que pronto dominó la zona central de los lagos, con el rey Taríacuri, que inició la conquista del amplio territorio de lo que hoy es Michoacán. La “conquista divina de Michoacán”, como le llamó Jean Marie Gustave Le Clézio, porque fue hecha bajo el emblema del dios del sol Curícaueri, implicó no sólo una dominación política y económica tributaria, sino también una imposición religiosa, cultural y lingüística, con la difusión del tarasco, por encima de las varias lenguas que se seguían hablando en Michoacán (diferentes variedades del náhuatl, otomí, mazahua y otras).  

La capital de Taríacuri estaba en Pátzcuaro, y dividió sus capitales entre su hijo y sobrinos, en Pátzcuaro, Ihuatzio-Cuyacan y Tzintzuntzan-Huitzitzillan, que conformaron, según Alfredo López Austin, una suerte de Triple Alianza (Excan Tlahtolloyan) michoacana, antigua fórmula mesoamericana de ejercicio del poder. Su relación no siempre fue armoniosa y el dominio pasó de Pátzcuaro a Ihuatzio, y de allí a Tzintzuntzan, donde se encontraba la sede del poder, la “ciudad de Mechuacan”, cuando llegaron los españoles. Allí se hablaba la lengua tarasca más elegante, la tzintzúntzanapu uandacua, el habla de Tzintzuntzan, que contrastaba con la purépechanapu uandacua, el habla de los purépecha, que en lengua de Mechuacan significa lo mismo que macehualli, “hombre común, súbdito”.

El dominio de la ciudad de Mechuacan sobre el territorio del reino o imperio michoacano adquirió una fuerza de unidad que parece superior al que alcanzó el imperio mexica. Aún en siglo XVIII, tras dos siglos y medio de dominio español, de la división de los pueblos en encomiendas y corregimientos, de catástrofe demográfica, explotación tributaria y laboral y expoliación de tierras, el gobernador indio de la ciudad de Mechuacan en Pátzcuaro conservaba un poder de convocatoria en el conjunto de la provincia.

En la tercera parte de la Relación de Mechuacan, fray Jerónimo de Alcalá registró el testimonio de don Pedro Cuínierangari, gobernador indio de la ciudad de provincia de Mechuacan sobre la organización política del reino. Como en el centro de México, los purépecha (macehuales) les pagaban tributo a sus acháecha (teteuctin, en náhuatl, señores), quienes además disponían de trabajadores adscritos a sus tierras, acípecha (mayeque, en náhuatl, terrazgueros), que eran particularmente abundantes en Michoacán. Desde la capital michoacana, se organizaba una amplia red de producciones especializadas en diferentes regiones y pueblos de los lagos, organizada por una amplia red de mayordomos, que permitió el abastecimiento del palacio del Cazonci.

Al Cazonci Zuangua le tocó saber bastante pronto de la próxima llegada de los españoles, que vendrían a cambiarlo todo, por acontecimientos extraordinarios (temblores, cometas, incendios) y por sueños que tenía la gente. En 1502 Cristóbal Colón se encontró en el Golfo de Honduras con una embarcación mercante mesoamericana que, entre otras mercancías, traía cobre, que debía ser michoacano. Pronto la noticia del encuentro corrió por Mesoamérica y llegó a la ciudad de Tzintzuntzan. Al igual que el hueytlatoani mexica Moteuczoma Xocoyotzin, el Cazonci Zuangua no fue, en términos estrictos, un señor michoacano prehispánico.

 

 

Iréchecuaro, viernes 12 de junio de 2020

Para citar: Rodrigo Martínez Baracs, Michoacán en 1520, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2094/2094. Visto el 25/04/2024