La vida ceremonial en los barrios de México-Tenochtitlan

A la hora de imaginar cómo lucía la ciudad de México-Tenochtitlan en los días de su apogeo, es muy frecuente que el pensamiento evoque la arquitectura poderosa del centro ceremonial de la capital. Este espacio abierto, encalado, donde se levantaban como centinelas las casas oscuras e inaccesibles de los dioses; el lugar donde se celebraban las ceremonias más fastuosas, escenario perfecto para la ostentación del poder político mexica. Sin embargo, más allá del cerco del recinto sagrado de la ciudad insular, empezaba un laberinto acuático de acequias y chinampas donde vivía la mayoría de la población, dividida por “parcialidades” y barrios. El territorio de la isla de Tenochtitlan estaba dividido en cuatro grandes áreas: al sureste Teopan, al suroeste Moyotlan, al noroeste Cuepopan y al noreste Atzacualco. Cada uno de estos grandes segmentos administrativos estaba caracterizado por la presencia de un barrio central, el cual dominaba el espacio comunitario más importante de la parcialidad. Ahí estaba edificado un templo, probablemente rodeado por otros edificios relacionados con la vida comunitaria. Las entidades administrativas, llamadas “barrios” por los españoles, tenían una topografía parecida a la de la parcialidad, aunque más reducida. En las fuentes documentales se encuentran a menudo los términos calpulli y tlaxilacalli, para denominar el barrio. El significado y los campos de acción de estos términos han generado un debate académico significativo, al ser calpulli un vocablo que podría aludir a una división territorial y, a la vez, a la relación social del grupo que organizaba y administraba la vida comunitaria del barrio (López Austin 1973). El término calpulli tenía, asimismo, una doble acepción terminológica, al ser utilizado también en su forma locativa de calpulco. Según Reyes García (1996), esta denominación se usaba con regularidad para hablar del centro comunitario de cada barrio. Desde luego, en este espacio se daba lugar a los eventos que mantenían viva la identidad de los grupos familiares que lo integraban.

 

¿Cómo estaba conformado un barrio mexica?

Según la mayoría de los especialistas, este espacio contaba con una plaza pública, a menudo de planta rectangular, un templo y un edificio anexo, el cual era probablemente la morada de los sacerdotes, y una escuela telpochcalli para la educación de los jóvenes. Alcántara Gallegos (2004) considera que el calpulco – entendiendo con este término al espacio central del barrio – representaba la única área donde todos los habitantes de la vecindad podían reunirse.

Aparentemente, las encrucijadas eran consideradas espacios de culto en honor a las Cihuapipiltin, las mujeres muertas en su primer parto y sucesivamente divinizadas. Ahí los miembros del calpulli les dejaban ofrendas y tenían cuidado de no acercarse en los días señalados del tonalpohualli en los que estas temibles entidades femeninas bajaban a la tierra. La administración estaba a cargo de individuos llamados calpulhuehuetque, los hombres ancianos del calpulli. Estos personajes tenían una función determinante en la realización de las ceremonias religiosas. En efecto, su papel era comparable al de los sacerdotes en el espacio constituido por el recinto ceremonial de Tenochtitlan (Pastrana Flores, 2008; Mazzetto, 2014).

Cada barrio estaba vinculado a una o más divinidades, definidas calpulteteo, quienes eran honradas en días específicos del tonalpohualli y también dentro de las ceremonias de las fiestas de las veintenas del año solar. El número de estos dioses es difícil de determinar. En efecto, como advierte Hernando Alvarado Tezozómoc (2001, p. 55) al describir los siete barrios que conformaban la migración mexica: “aunque cada barrio de los siete traía señalado su dios, traían asimismo otros dioses con ellos”. Coatlicue, por ejemplo, era la diosa calpulteotl del barrio de Coatlan, donde se encontraba el gremio de los xochimanque, los que trabajaban con las flores. Asimismo, Xipe Tótec era el calpultéotl del barrio Yopico, donde muy probablemente se reunía el gremio de los orfebres.

A pesar de que las fuentes documentales proporcionan información bastante escueta acerca de la vida cotidiana de los barrios de Tenochtitlan, podemos sin duda proponer una lista sugestiva de actividades desempeñadas con regularidad por la vecindad durante los eventos festivos. En el ciclo de las fiestas, los grupos familiares trabajaban en conjunto para preparar las comidas rituales, ofrecidas a las efigies divinas del calpulco y degustadas en cada familia. Durante la veintena de Tlacaxipehualiztli, el guerrero llevaba el cuerpo desollado de su cautivo a su barrio, donde la familia preparaba en caldo su carne acompañado de maíz. Este platillo era compartido entre los superiores, los amigos y los parientes del guerrero.

En la veintena siguiente, no hubiera sido difícil toparse con los penitentes que traían puestas las pieles de las víctimas desolladas. Éstos iban a recolectar alimentos, prodigando bendiciones a los integrantes de cada grupo familiar. Sabemos que el encuentro de dos Xipe en el mismo espacio podía dar paso a peleas violentas. De igual manera, en Etzalcualiztli, la noche del treceavo día de la veintena era colmada con los cantos de los guerreros, quienes, ataviados como tlaloque, se desplazaban cantando y bailando de una casa a otra, solicitando insistentemente que les llenaran sus ollas del “pozole” llamado etzalli, hecho con maíz y frijol. En Tozoztontli, los habitantes del barrio de la diosa de la tierra Coatlicue podían oler el aroma penetrante de las serpientes de cascabeles asadas y ofrecidas en el templo junto con tamales de amaranto, en medio de una gran profusión de flores reunidas en el espacio de culto por los xochimanque. En los santuarios de los barrios se llevaban a cabo, también, sacrificios de ixiptla -personificaciones de los dioses- elegidos por algunos gremios de la ciudad, como los pochteca, las médicas y parteras, los productores y vendedores de sal, etc.

En la vida comunitaria se compartían éxitos y fracasos. Así, en la veintena de Tóxcatl, los muchachos jóvenes del barrio de Huitznáhuac tenían el privilegio de sostener y escoltar la litera con la efigie de tzoalli (masa de amaranto y miel) de Huitzilopochtli, desde el santuario del barrio hacia el corazón de la ciudad, el Templo Mayor. De igual manera, en la veintena de Panquetzaliztli, los guerreros valerosos que habían capturado varios cautivos en el campo de batalla y que habían destacado por su velocidad en la gran carrera ritual Ipaina Huitzilopochtli compartían con su familia y vecindad el honor de comer de la efigie de Huitzilopochtli. Era siempre en el barrio que se acogían los sacerdotes jóvenes que habían fracasado en sus ejercicios penitenciales y que eran regresados a sus casas, mojados y humillados, después de haber sido casi ahogados en las aguas del lago. Los ejemplos podrían multiplicarse.

Queda claro que la vida social y religiosa de los barrios de México-Tenochtitlan era bastante activa. Algunas actividades rituales – como la ingesta de imágenes divinas o la elección de jóvenes enviados a servir en los templos más importantes de la ciudad – preveían una rotación entre los barrios. Otras ceremonias, llevadas a cabo en el recinto ceremonial, tenían su reflejo simultáneo en uno u otro barrio, ya que los dos espacios compartían el mismo culto. Es el caso de Izcalli, donde la lumbre del fuego nuevo era prendida a la medianoche del décimo día de la veintena, tanto en el templo de Xiuhtecuhtli, el Tzonmolco, ubicado en el recinto ceremonial, cómo en el santuario del barrio homónimo. Cuando los integrantes de los calpulli no estaban ocupados en las tareas domésticas, agrícolas, cinegéticas, pesqueras o comerciales, la participación comunitaria se articulaba alrededor de un espacio donde se compartía conocimiento, ofrendas, sacrificio, comida, cantos y penitencias.

Sólo nos queda imaginar México-Tenochtitlan en toda su complejidad: una capital próspera y dinámica, cuyos habitantes vivían su día a día en el espacio familiar y reconfortante del calpulli, asomándose, en ocasiones especiales, a los espacios imponentes que formaban el corazón sagrado de la isla.

 

Para conocer más:

  • Alcántara Gallegos, Alejandro, 2004, “Los barrios de Tenochtitlan. Topografía, organización interna y tipología de sus predios”, en P. Escalante Gonzalbo (ed.), Historia de la vida cotidiana en México, t. I : Mesoamérica y los ámbitos indígenas de la Nueva España, México, El Colegio de México, Fondo de Cultura Económica, pp. 167-198.
  • Alvarado Tezozómoc, Hernando, 2001, Crónica mexicana, Madrid, Dastin.
  • López Austin, Alfredo, 1973, Hombre-dios: religión y politica en el mundo náhuatl, México, Universidad Nacional Autónoma de México.
  • Mazzetto, Elena, 2014, Lieux de culte et parcours cérémoniels dans les fêtes des vingtaines à Mexico-Tenochtitlan, Oxford, British Archaeological Reports.
  • Pastrana Flores,Miguel, 2008, Entre los hombres y los dioses. Acercamiento al sacerdocio de calpulli entre los antiguos Nahuas, México, Universidad Nacional Autónoma de México.
  • Reyes García, Luis,1996, “El termino calpulli en documentos del siglo XVI”, en L. Reyes García, E. Celestino Solís, A. Valencia Ríos et al (eds), Documentos nauas de la Ciudad de México del siglo XVI, México, Centro de Investigaciones Superiores en Antropología Social, Archivo General de la Nación,pp. 21-68.
Para citar: Elena Mazzetto, La vida ceremonial en los barrios de México-Tenochtitlan, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2075/2075. Visto el 24/04/2024