El primer palacio y la conveniente hospitalidad: Cortés en la casa de Xicohténcatl

En palabras de Bernal Díaz del Castillo, luego de que llegara el ejército español a los límites del territorio tlaxcalteca, pasaron veinticuatro días hasta pisar su ciudad principal el 23 de septiembre de 1519. Tras varios combates en los que las fuerzas de los tlaxcaltecas se midieron con las de los españoles y sus primeros aliados los cempoaltecas, los de Tlaxcallán decidieron pactar. ¿A quién convenía más esta alianza? Recibir a los invasores no fue una decisión fácil. Luego de intensos debates entre los principales gobernantes se acordó la recepción en los aposentos de Xicohténcatl, “El viejo”, aún contra el enojo de su hijo  “El joven”, quien habría fungido como el principal estratega en las batallas pasadas.

Su entrada fue un acontecimiento que el mismo Bernal describió: flores, enramadas, incienso, gritos y un gran tumulto en el que destacaban los principales, esposas, hijos e hijas y sacerdotes; curiosos asomándose desde sus casas, otros corriendo por las calles para seguir la avanzada de los soldados, no hay que olvidar la gran impresión que debieron causar aquellos montados en caballos, los que a primer ojo creyeron venados. ¿Habrán existido otros  naturales escondidos por el miedo a los extranjeros?

 Elocuentes palabras escribieron algunos cronistas sobre las características de esta ciudad, seguro, la más impresionante desde el arribo a la Villa Rica de la Vera Cruz. Hernán Cortés en sus Cartas de Relación la describió así: “…mucho más grande que Granada, abastecida con cosas de la tierra, aves, pan, pescado, legumbres y otros alimentos; un mercado donde se vendían plumas, joyería, piedras y metales; loza tan buena como la de España; hierbas comestibles y medicinales; baños donde se lavaban la cabeza y recortaban el pelo…” El Conquistador anónimo añadirá “…se parece a Granada o a Segovia, aunque está más poblada que cualquiera de ellas. Es gobernada por varios señores, aunque en cierta manera reconocen a uno solo por principal, el cual tenía y tiene un capitán general para la guerra. Es buena tierra de llano y monte; la provincia es muy poblada y se coge en ella mucho grano…conté ciento noventa torres, entre mezquitas y casas de señores [con] veintisiete  principales; todos reverenciaban y respetaban a un viejo, que pasaba por ciento y veinte años y lo traían en litera. La comarca es muy bellísima y muy abundante en árboles frutales, principalmente cerezos y manzanos y produce mucho pan…” la producción de pan y tortillas de maíz daban nombre preciso al lugar: Tlaxcallán.

Continuando con la descripción del Conquistador anónimo, en la ciudad residían los cuatro principales, no obstante, fue en la cabecera de Tizatlán, en la casa de Xicohténcatl, donde se dispuso de un espacio para hospedar a los recién llegados ya que, como se mencionó, los otros principales le respetaban dada su avanzada edad y la propuesta acerca de la recepción la habría formulado él. Fue en sus dominios descritos como “un lugar con grandes patios y casas bien hechas” donde la alianza entre españoles y tlaxcaltecas se pactó.

Los restos arqueológicos in situ nos muestran la diversidad iconográfica y el color con el que este lugar pudo haber estado embellecido: colores como el carmín, azul, amarillo, verde, blanco, negro daban vida a las historias pintadas acerca del origen de la cabecera, sus dioses, proezas militares, en resumen, su vida y cosmovisión.  La arquitectura en su conjunto causó asombro entre los ibéricos. Mismo caso, con seguridad, sucedió cuando conocieron los aposentos de los otros señoríos.

En aquellas casas colocaron camillas de esteras[1] para cada uno de los huéspedes, las cubrieron con mantas de hilo de henequén, por cierto “primas y de buenas labores y pinturas” como lo eran las telas de la región. Esta buena disposición extrañó a Cortés; su desconfianza derivó del supuesto y repentino cambio de opinión al recibirlo en paz luego de por lo menos cuatro enfrentamientos en los que estuvieron a punto de ser derrotados él y sus compañeros. Xicohténcatl “El viejo” se ofreció a demostrar, como buen anfitrión, su disposición para cooperar y que la paz siguiera su curso. Lo secundaron otros principales, quienes enviaron hasta el palacio “gran cantidad de gallinas y pan de maíz y tunas y otras cosas de legumbres que había en la tierra..”

            Veinte días permanecieron ahí, periodo en el que estuvieron “descansando y tomando reposo del trabajo pasado” como afirma Francisco de Aguilar. Durante esos días Cortés recibió distintas delegaciones enviadas por Motecuhzoma para convencerlo de no ir a sus tierras a cambio de regalos como piedras preciosas, oro, plumas y telas. Los tlaxcaltecas le advirtieron al capitán sobre el riesgo de confiar en los enviados y antes de que éste pudiera inclinarse por Motecuhzoma y no por los anfitriones, se adelantaron a demostrar la necesidad de un pacto, para lo cual permitieron diversos eventos que contravinieren a sus arraigadas costumbres, esto, con seguridad, para tomar las riendas de la guerra.

Fue así que en la residencia del viejo gobernante se llevó a cabo la primera misa a cargo del clérigo Juan Díaz en un altar hecho ex profeso, al día siguiente de la celebración de la eucaristía, una cruz se apareció por aquellos rumbos “…no supieron de dónde vino, ni quién la hizo… a la media noche la hallaron levantada de altura de tres brazas, bien labrada…”. Curiosamente Cortés fue el primero en verla, según nos narra Fray Gerónimo de Mendieta en su Historia eclesiástica indiana, y fue él quien ordenó fuese trasladada a otro sitio donde  Maxixcatzin, Xicohténcatl “El viejo” y él la levantaron nuevamente.

Otra noche, nos cuenta Mendieta, luego de celebrar los sacerdotes ciertos rituales como reivindicación de sus dioses, el cielo se iluminó con un trueno; detrás de uno de sus altares salió “…un demonio… en forma espantosa que le pareció tiraba algo a puerco y se fue corriendo por la ladera de una cuesta que le nombran Moyotepeque, y en lo alto desapareció…”

            Algunos altares del palacio fueron derribados, sobre éstos colocaron la imagen de la Virgen María. En los patios del palacio se dieron las primeras cátedras de la doctrina cristiana. La imposición fue inmediata, con una resistencia natural por parte de los principales quienes aún como respuesta reivindicaron el pacto a través de la cesión de sus hijas a los españoles para emparentar; antes de aceptarlas las bautizaron: “la hija de Xicoténcatl fue llamada Luisa, y Cortés la entregó a Pedro de Alvarado; y a la hija de Maxixcatzin la llamaron Elvira y la entregaron a Juan Velázquez de León; otras fueron dadas a Gonzalo de Sandoval, Cristóbal de Olid y Alonso de Ávila.” (Ver "las mujerestlaxcaltecas durante la conquista" de Margarita Cossich Vielman).

            Larga relación sobre Tenochtitlán dieron los principales en aquel palacio. Los días siguientes a la aparición de la cruz, el bautizo de los principales y sus hijas fueron dedicados a marcar el rumbo de la conquista. A los españoles no les faltó nada, pues Bernal Díaz refiere “en veinte días que allí estuvimos siempre hubo todo y muy sobrado” no sólo para ellos, sino también para sus acompañantes aliados. Esta corta permanencia puso a prueba la capacidad de negociación de los tlaxcaltecas en tanto tuvieron que tolerar, sobre todo, la desconfianza de Cortés y la imposición del cristianismo. La hospitalidad, el bautizo de los principales y sus hijas, la primera misa y la erección posterior de la cruz que ahuyentó a los demonios de aquel lugar fueron hechos para probar que el discurso pacífico era real, sin embargo, sólo era el envoltorio de las auténticas intenciones de los tlaxcaltecas: convertirse en adelante en la pieza fundamental para el asalto de sus enemigos en Tenochtitlán.

Convencido de la lealtad de sus anfitriones y antes de partir de la ciudad, Cortés “…pidió a ciertos mensajeros que fuesen a Cempoalan para traer cantidad de mantas, enahuas, huipiles, pañetes, cacao, sal, camarones y pescado, que todo ello, traído que fue, lo repartió entre las cuatro cabezas y los demás señores tlaxcaltecas, y fue para ellos de muy gran merced y regalo, porque carecían de todo ello…” como nos narra Fernando de Alva Ixtlilxóchitl. El pacto se había concretado. Los tolerantes anfitriones lograron su objetivo: convencer, re direccionar y seguro dirigir gran parte del proceso de conquista.

 

[1] Pieza de tejido grueso y áspero (esparto, palma, junco u otro material parecido), que generalmente se utiliza para cubrir parte del suelo de un lugar.

Para leer más:

  • -----.1941. El conquistador anónimo. México: Editorial América.
  • Aguilar, Fray Francisco de. 1954. Relación breve de la conquista de Nueva España. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas.
  • Alva Ixtlixóchitl, Fernando de. 1975. Historia de la nación chichimeca. México: Instituto Mexiquense de Cultura, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas.
  • Cortés, Hernán.1975. Cartas de relación. México: Porrúa.
  • Díaz del Castillo, Bernal. 2011. Historia verdadera de la nueva España. Madrid: Real Academia española.
  • Mendieta, Gerónimo de. 1945. Historia Eclesiástica Indiana. Libro I. México: Editorial Salvador Chávez.
Para citar: Rodolfo Juárez Álvarez, El primer palacio y la conveniente hospitalidad: Cortés en la casa de Xicohténcatl, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/1903/1903. Visto el 23/04/2024