El recinto ceremonial de México Tenochtitlan

El corazón religioso de la capital mexica representó, sin lugar a duda, el lugar que más atención capturó en los recién llegados y suscitó en ellos sentimientos encontrados, tales como curiosidad, admiración, miedo, enojo o indignación. En este espacio vieron por primera vez la mole imponente del Templo Mayor y los cráneos de las víctimas empalados en los tzompantli. Días después de su entrada a Tenochtitlan, el soberano Motecuhzoma permitió a Cortés subir hasta la cumbre del Templo Mayor, donde el conquistador pudo mirar con sus propios ojos el panorama representado por la ciudad insular y el espacio de culto más significativo de los mexicas, la casa de Huitzilopochtli.

En la historia de los estudios mesoamericanos, un centro ceremonial se define como un sitio donde viven los jefes, los sacerdotes y los civiles, así como sus dependientes directos. La mayoría de la población residía en las afueras en pequeños poblados subordinados a este centro, cuyos habitantes lo visitaban solamente en los días festivos o para realizar los trabajos impuestos por la élite (Ashmore y Willey 1981). En el caso mexica, a lo largo de sus peregrinaciones, la toma de posesión de los territorios por donde transitaban consistía en la creación, más o menos duradera, de asentamientos, los cuales constaban de un centro ceremonial que debían incluir el santuario de Huitzilopochtli, una cancha para el juego de pelota y un tzompantli.

Con respecto al recinto de Tenochtitlan, los cronistas del siglo XVI no llegaron a un acuerdo sobre la cantidad de estructuras religiosas presentes en este espacio. Hernán Cortés (1970) cuenta alrededor de cuarenta “torres” (palabra empleada a menudo por los expedicionarios para describir el conjunto pirámide-templo de las ciudades prehispánicas). Lo describe como un espacio tan grande que un pueblo de quinientas personas habría podido residir ahí sin ningún problema. Según Oviedo se trataba más bien de sesenta estructuras, mientras que Toribio de Benavente “Motolinía” (1971) y Diego Durán (1984) hablan de un patio cuadrado, rodeado por muros almenados, donde se ubicaban entre ocho y quince estructuras piramidales, orientadas hacia los cuatro rumbos cósmicos. Para concluir, Bernardino de Sahagún (1969, tomo 1), al recolectar la información proporcionada por sus colaboradores nahuas, señala la existencia de setenta y ocho estructuras.

¿Cómo podemos conciliar datos tan divergentes?

Una primera respuesta se encuentra en la manera de enumerar las construcciones. Sabemos que el templo de un dios estaba rodeado por edificios relacionado con el mismo culto, como la residencia de los sacerdotes, a veces con una piscina para las abluciones rituales, un tzompantli, un cuauhxicalli y una cancha para el juego de pelota. Por ello, existían probablemente distintos conjuntos de estructuras, dentro del recinto, dedicados a divinidades diferentes. Mientras que Sahagún da cuenta los edificios de todos los conjuntos que se encontraban en el recinto, ya sean templos-pirámides, cuauhxicalli, tzompantli, altares, albercas, etcétera; Durán enumera exclusivamente los conjuntos, esto es, las cercas donde se encontraban todos los edificios relacionados con el culto de un dios.

La segunda respuesta a nuestra pregunta se encuentra en los datos procedentes de dos proyectos arqueológicos de importancia capital en la Ciudad de México que nos ayudan a entender la información contradictoria de las fuentes escritas: el Proyecto Templo Mayor (1978) y el Programa de Arqueología Urbana (1991). 

Gracias a los avances de estas investigaciones, sabemos que el centro ceremonial de Tenochtitlan estaba recubierto por un piso de losas de piedra y abarcaba el área hoy en día delimitada por calle Moneda, al sur; Correo Mayor y El Carmen, al este; San Ildefonso y González Obregón, al norte; y República de Brasil y Monte de Piedad, al oeste. Este perímetro estaba delimitado por un muro que separaba el centro ceremonial del resto de la ciudad. El acceso era posible a través de tres entradas ubicadas al norte, al oeste y al sur, así como gracias a unas escaleras que interrumpían la cerca. Las puertas fungían también como arsenales de armas y permitían la comunicación directa entre el centro ceremonial y las tres grandes calzadas que conectaban la isla con la tierra firme: la de Tepeyac, al norte; la de Tlacopan, al oeste y la de Iztapalapa, al sur. La salida hacia el este llevaba al embarcadero de Tetamazolco y de paso a las islas de Tepetzintli, Tepepolli y el remolino del Pantitlan, en el lago de Texcoco.

Entre las construcciones más significativas estaba, por supuesto, el Templo Mayor, con su orientación este-oeste y sus santuarios dedicados a Huitzilopochtli y Tláloc, al este del centro ceremonial. En el costado norte del Templo Mayor se encontraba la Casa de las Águilas o Tlacatecco, un espacio ritual de estilo neo-tolteca donde – entre otras ceremonias – se encerraba el futuro soberano para realizar penitencias antes de ser elegido tlatoani (López Luján 2006). Alrededor se localizaban también los Templos rojos probablemente dedicados al dios Xochipilli, y las residencias de los sacerdotes, tal como demuestra el hallazgo de un calmecac en calle Donceles (el acceso se realiza a través del Centro Cultural de España, ubicado en la misma calle). Donde hoy está ubicado el Antiguo Palacio del Ex-Arzobispado, se encontraba el templo de Tezcatlipoca, al sur del Templo Mayor. En frente de este último edificio se localizaba el templo circular de Ehécatl-Quetzalcóatl, y la cancha del juego de pelota, cuyos descubrimientos se han realizado a espaldas de la Catedral Metropolitana (calle República de Guatemala). Otra estructura de importancia primordial ubicada en el mismo predio era el Huey Tzompantli, el gran muro de cráneos donde los mexicas empalaban en hilera las cabezas de sus víctimas.

En el centro ceremonial se ponían en escena, periódicamente, ceremonias públicas muy sugerentes del ciclo festivo mexica, como danzas, procesiones, sacrificios, carreras, erección de árboles que tenían, a menudo, la finalidad de re-actualizar acontecimientos míticos determinados. Como se verá más adelante, los expedicionarios desempeñaron un papel significativo en algunas de estas ceremonias, alterando, con su presencia, el desarrollo de las mismas.

 

Para saber más:

  • Ashmore Wendy y Gordon R. Willey, 1981, “A Historical Introduction to the Study of Lowland Settlement Patterns”, en W. Ashmore (ed.), Lowland Settlement Patterns, A School of American Research Book, Albuquerque, University of New Mexico Press, pp. 3-18.
  • Cortés, Hernán, 1970, Cartas de relación, México, Porrúa.
  • Durán, Diego, 1984, Historia de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme, 2 vols, México, Porrúa.
  • López Luján, Leonardo, 2006, La Casa de las Águilas : un ejemplo de la arquitectura religiosa de Tenochtitlan, 2 vol., México, Harvard University, FCE, INAH.
  • Matos Moctezuma, Eduardo, 1999, “Sahagún y el recinto ceremonial de Tenochtitlan”, Arqueología Mexicana, vol. 6, n. 36, pp. 22-31.
  • Motolinía Benavente, Toribio (de), 1971, Memoriales o libro de las cosas de la Nueva España y de los naturales de ella, E. O’Gorman (ed), México, UNAM.
  • Sahagún, Bernardino (de), 1969, Historia general de las cosas de Nueva España, 4 vols, México, Porrúa.
Para citar: Elena Mazzetto, El recinto ceremonial de México Tenochtitlan, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/1844/1844. Visto el 18/04/2024