La guerra de Tlaxcala

A principios de septiembre de 1519, los expedicionarios encabezados por Hernán Cortés y acompañados por varios millares de indígenas aliados de Cempoala, cruzaron una vistosa fortificación que marcaba la frontera de Tlaxcala. De inmediato fueron atacados por un bien organizado batallón de guerreros indígenas que detuvieron su avance. Tras este enfrentamiento inicial, las confrontaciones militares duraron hasta dos semanas. Provocaron numerosos heridos e incluso algunos muertos entre los españoles y millares de bajas entre los indígenas, aliados y enemigos, así como entre la población civil de Tlaxcala.

La guerra entre Tlaxcala y los conquistadores en septiembre de 1519 es uno de los episodios más importantes y menos conocidos de la llamada conquista de México. Reconstruir los acontecimientos de esos días se dificulta por el silencio respecto a esta confrontación militar por parte de las historias tlaxcaltecas, como el famoso Lienzo de Tlaxcala y la historia de Diego Muñoz Camargo, y también por las significativas diferencias entre las versiones recogidas en las relaciones escritas por los españoles.

La Segunda Carta de Relación escrita por Hernán Cortés en 1520 y la Historia de la conquista de México de 1552, escrita por Francisco López de Gómara, su secretario, enfatizan la violencia de las confrontaciones. La primera celada tlaxcalteca, por ejemplo, resultó en la muerte de un caballo, decapitado por la fuerza de las macquahuitl, macanas de obsidiana, de los guerreros indígenas, como explica Marco Cervera en su artículo sobre esta guerra.

En los siguientes 10 días hubo de 3 a 6 ataques tlaxcaltecas con ejércitos de grandes dimensiones, uno hasta de 150,000 hombres. Los guerreros indígenas eran otomíes, en la primera batalla, y luego pertenecían a los 4 “señoríos” o altépetl de Tlaxcala, así como a Huejotzingo. Por su parte, los expedicionarios y sus aliados realizaron al menos 5 salidas para atacar poblaciones aledañas.

Cortés y Gómara insisten en que los españoles y sus aliados lograron salir airosos de los ataques multitudinarios de los ejércitos indígenas, y que los cuerpos compactos y multitudinarios fueron buenos blancos para los arcabuces, ataques ecuestres con espada y lanza, y ballesteros. Así eliminaron batallones de miles de enemigos y provocaron “matanzas no chicas”. Casi no mencionan bajas ni daños a los españoles, aunque sí a sus aliados nativos. Bernal Díaz del Castillo, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España relata, en cambio, que al final de los primeros días de enfrentamientos constantes, los expedicionarios estaban todos heridos, algunos más de una vez, incluido él mismo.

La situación era tan desesperada que un grupo comenzó a presionar a Cortés para que diera marcha atrás y regresaran a la costa de Veracruz, antes de dejarlos ahí a esperar una muerte segura. El capitán se resistió a esta propuesta e insistió en que mostrar flaqueza con una retirada sólo los haría más vulnerables a los ataques tlaxcaltecas, además perderían el apoyo de sus aliados.

Por otro lado, desde el segundo día de los enfrentamientos, Hernán Cortés encabezó media docena de ataques sorpresa a poblaciones aledañas. En estas salidas, realizadas en la madrugada o en la noche, participaban todos los caballos, 100 a 200 españoles y medio millar de guerreros cempoaltecas y de Iztacmextitlan, que atacaban a la población civil desarmada. En una salida, Cortés presume haber quemado 300 a 500 casas, y haber tomado 400 cautivos. En otra, quemó 3,000 casas y dejó “muchos muertos”. Es de seguro que estas incursiones, que no tenían precedente en las tradiciones bélicas mesoamericanas, provocaron un creciente miedo entre la población de los diferentes altépetl de Tlaxcala.

Otro factor que jugó a favor de los expedicionarios y sus aliados fue que desde el segundo día de enfrentamiento los tlaxcaltecas realizaron al menos 3 visitas diplomáticas al campamento español, para llevar comida y bastimentos. Además, otro número de grupos locales se acercaron a los expedicionarios para ofrecerles alimentos, servicios y noticias. En otro artículo discutiremos con detalle la compleja estrategía de negociación y enfrentamiento llevada a cabo por los tlaxcaltecas.

Al cabo de una semana de enfrentamientos cruentos, los ataques indígenas bajaron en intensidad y los intercambios diplomáticos aumentaron. Gómara nos relata que había divisiones entre los diferentes altépetl que conformaban Tlaxcala sobre si debían continuar los ataques a los invasores, con sus altos costos humanos y el peligro creciente de las incursiones españolas, o sería mejor buscar un acomodo con ellos. Por otro lado, la situación era desesperada para los españoles, pues temían no poder sobrevivir  otro embate masivo.

El desenlace de este impasse lleno de peligros y de ambigüedades fue precipitado por iniciativa de los aliados indígenas de los españoles. Un señor de Cempoala contó a Cortés que los 50 embajadores tlaxcaltecas que habían llegado esa mañana al campamento a llevar comida eran en verdad espías que revisaban los detalles necesarios para un ataque mortífero esa misma noche. Cortés secuestró a uno de ellos y lo “intimidó”, un eufemismo para torturarlo, hasta que le extrajo una confesión con ayuda de Malintzin y Aguilar. Esta “noticia” fue confirmada con otros 5 o 6 interrogatorios, suponemos que igual de amigables. Luego el capitán español mandó cortar las manos de los 50 embajadores y los envió de vuelta a su lugar de origen.

Esa noche, el ataque no se materializó. Como sucede siempre en estas situaciones, es imposible saber si la brutal acción de los expedicionarios lo previno o si todo fue sólo una fantasía o una justificación para la misma.

Al día siguiente, Cortés organizó otra salida. Tras atacar 2 “lugarejos” y dejar “mucha gente muerta”, llegó al pueblo de Cimpancingo, una villa de 20,000 personas. “Y como los tomé de sobresalto, salían desarmados y las mujeres y niños desnudos”, relata sin pudor en su Carta. A su vez, Gómara cuenta que “los vecinos […] huían a más no poder, sin preocuparse el padre del hijo, ni el marido de la mujer, casa ni hacienda”.

Esta acción, tan contundente como brutal, marcó el punto de inflexión en el conflicto. Ese mismo día el señor de la ciudad atacada se dio como aliado de los expedicionarios y le prometió convencer a los demás gobernantes de Tlaxcala a que siguieran su ejemplo. Al día siguiente los 4 señores de Tlaxcala se presentaron en el campamento español para ofrecer su amistad e invitar a los expedicionarios a sus ciudades.

Podemos proponer que los españoles salieron airosos de la dura prueba que les pusieron los tlaxcaltecas no con una victoria militar contundente, ni con la consecuente derrota de los indígenas. En el complicado balance militar de estos enfrentamientos, sus armas “superiores” desde un punto de vista tecnológico -arcabuces- fueron importantes pero no decisivas. El factor clave, en cambio, fue la disposición que tuvo Hernán Cortés, y que tuvieron los otros expedicionarios españoles, así como sus aliados indígenas, para ejercer una violencia creciente y sin límite aparente: atacaron mujeres y niños, quemaron casas, tomaron cautivos, torturaron y mutilaron embajadores, asolaron poblaciones. Los invasores, conscientes de que estaban condenados en una guerra de desgaste con un enemigo mucho más numeroso, optaron por elevar el costo del conflicto por medio de acciones que hoy llamaríamos sin duda alguna “crímenes contra la humanidad”. Fue esta capacidad incontrolable e impredecible de violencia la que convenció a los tlaxcaltecas de que era mejor aliarse a los recién llegados y dirigir su fuerza contra sus propios enemigos.

Para citar: Federico Navarrete , La guerra de Tlaxcala, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/1693/1693. Visto el 17/04/2024