Una conquista hecha a lomo de humano, los cargadores indígenas

Los cargadores o tamemes indígenas -palabra derivada del náháutl tlameme, “el que lleva algo”- se cuentan entre los personajes más importantes y más olvidados de la conquista de México. Tras su victoria en Centla en marzo de 1519, los expedicionarios españoles recibieron como regalo del gobernante de la región un contingente de varones encargados de servirlos y ayudarlos a cargar sus pertenencias. En Veracruz, unos meses después, el gobernante de Cempoala puso a su disposición otro nutrido contingente de tamemes.

A partir de entonces, estos servidores nativos acompañaron a los conquistadores en todos sus recorridos, portando sus provisiones, su impedimenta militar, sus armas, sus armaduras, sus ropas y todos los presentes que iban recibiendo en el camino, así como los bienes que saqueaban. Cuando los relatos de los españoles, y de sus admiradores desde entonces, exaltan los padecimientos que sufrieron en sus peripecias durante la conquista, suelen olvidar que siempre tuvieron a su servicio mujeres que les cocinaban y que servían como sus concubinas, todo tipo de pajes y también tropas de cargadores. Incluso es probable que en los pasos montañosos más agrestes, los tamemes llevaran sobre sus hombros a más de un expedicionario, como lo hacían con los dueños de las fincas chiapanecas todavía a mediados del siglo XX.

La práctica de usar cargadores humanos para transportar todo tipo bienes y de personas  tenía miles de años en Mesoamérica, puesto que en la región no había ningún animal de carga. Mientras que los pueblos de los Andes tenían llamas, y los europeos tenían caballos, burros y bueyes que podían cargar hombres y bultos sobre sus espaldas, o que podían arrastrar grandes y pesados carros llenos de todo tipo de objetos, en México antiguo sólo los hombres podían hacer esa dura labor. Y aunque los conquistadores trajeron una docena de caballos de combate, no trajeron ninguna bestia de carga.

Los cargadores eran varones, en su mayoría tlacotli, término náhuatl que significa “medio”, y que suele ser traducido como esclavo, porque vivían en condiciones de servilidad y tenían que trabajar forzosamente para sus dueños, quienes podían venderlos a voluntad. En su mayoría eran personas pobres que no tenían tierras para cultivar ni otro oficio que practicar y que se vendían a sí mismos para obtener alimentos. Otros caían en esa condición disminuida por deudas de juego o por haber cometido algún delito.

Para poder cargar un peso mayor utilizaban un mecapal, una especie de parrilla de carrizo que se colocaban sobre sus espaldas y al que se podían amarrar todo tipo de objetos. También cargaban grandes canastas de mimbre que se podían llenar con mazorcas de maíz y otros alimentos, o grandes cántaros llenos de agua, pulque y otras bebidas. Todas estos contenedores iban amarrados a una anchas bandas de tela de fibra de maguey que se colocaban en la frente. Esto permitía que el peso de la carga descansara sobre su columna vertebral y no sólo sobres sus hombros o brazos y les permitía cargar más de 30 kilos.

Los tamemes que acompañaron a los conquistadores en su camino de Veracruz a México-Tenochtitlan se organizaban en contingentes parecidos a los que servían a los comerciantes que llevaban bienes de gran valor a gran distancia por toda Mesoamérica, desde las regiones tropicales del Istmo y de Yucatán hasta los valles del Altiplano. En un mural pintado siglos atrás en la ciudad de Cacaxtla, en lo que hoy es el estado de Puebla, aparece un comerciante y cargador maya que trae un mecapal lleno de los valiosos productos de las selvas de su región: plumas preciosas, cabezas de pájaro, pieles y otras cosas que no se podían conseguir en la región de Puebla.

Las caravanas estaban muy bien organizadas y podían avanzar más de 20 o 30 kilómetros por jornada. Además de los tamames que llevaban sobre sus espaldas los bienes de los expedicionarios, otros más cargaban los alimentos para que comieran todos los miembros de la expedición. Había además músicos que marcaban el ritmo para que todos caminaran a la misma velocidad y que cargaban las modestas pertenencias de sus compañeros: una manta para cubrirse del frío o de la lluvia y quizá un par adicional de sandalias para sustituir a las que se gastaban por tanto caminar. Hasta el frente iba el jefe de la caravana que marcaba el camino y cargaba la imagen de un dios que protegía a todo el contingente. En las noches, todos se detenían a descansar, y tras servir a los españoles y ayudarlos a acomodarse en su campamento, comían un poco de tortillas de maíz, chile y frijoles y se tumbaban a dormir en el piso y a la intemperie. Entre las pocas cosas que contaron los conquistadores sobre estos servidores suyos, está que muchos murieron de frío al atravesar las altas sierras que separaban la región costera del Altiplano central.

Pesa a la humilde condición de los cargadores y a la indiferencia de los españoles ante sus invaluables servicios, en Mesoamérica se consideraba que su labor era muy importante, pues la acción de cargar un peso sobre los hombros era una metáfora de todos los trabajos realizados por dioses y humanos. Por eso existían representaciones de dioses que cargaban el tiempo sobre sus espaldas, a la manera de tamemes. También se decía metafóricamente que los gobernantes eran cargadores pues suya era la responsabilidad de cuidar a su ciudad y su pueblo y de llevarlos por buen camino, sin que se perdieran o sufrieran calamidades. Por eso los sacerdotes mexicas dirigían esta arenga a los gobernantes recién coronados:

  “¡Oh, señor! Pon el hombro a la carga. Ponte debajo de la carga muy pesada y trabajosa que habrás de llevar a tus súbditos como carga.”

 

Para citar: Federico Navarrete , Una conquista hecha a lomo de humano, los cargadores indígenas, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/1512/1512. Visto el 23/04/2024