Las hazañas del búho-quetzal y el último presagio de la conquista

Los mexicas, quienes en poco menos de un siglo habían construido un imponente dominio militar que se extendía por los cuatro rumbos de Mesoamérica, no estaban acostumbrados a que la guerra fuera llevada al corazón de su propio imperio. Durante el sitio de la ciudad de México, que empezó en abril de 1521 y que culminaría cuatro meses después, los islotes gemelos de Tenochtitlan y Tlatelolco fueron cercados por los bergantines y las fortificaciones mexicas fueron destruidas por el fuego de las pequeñas, pero eficaces piezas de artillería. Estas tecnologías náuticas y balísticas europeas eran completamente desconocidas a los indígenas, quienes intentaron resistir con todas sus fuerzas, pero al final tuvieron que capitular frente a las ventajas numéricas y estratégicas de sus adversarios. En el curso del asedio encarnizado de la coalición indo-española, los mexicas tuvieron que ceder primero la plaza central de Tenochtitlan, donde estaba el templo principal de Huitzilopochtli, y luego se retiraron a un barrio de Tlatelolco llamado Amáxac, donde se fortalecieron para enfrentar la última y decisiva arremetida de los enemigos.

Al final del sitio, los españoles y sus aliados indígenas lograron romper las defensas de los mexicas que se habían refugiado en Amáxac con sus mujeres, niños y ancianos. Estando en estas circunstancias desesperadas, nos cuenta Sahagún en el capítulo 38 del libro XII de la Historia general de las cosas de Nueva España, que el último dirigente mexica, Cuauhtémoc, decidió echar a andar un último recurso, para ver si realmente los dioses habían decretado abandonarlos para siempre y si todavía existía esperanza de escapar a su destino. Cuauhtémoc habló a sus ocho generales y propuso vestir a uno de los guerreros mexicas más valientes llamado Tlapaltécatl Opochtzin con la divisa de su padre Ahuitzotzin. Esta armadura quimérica correspondía a un quetzaltecólotl, es decir un “búho-quetzal”, y los mexicas tenían como cosa segura que cuando un guerrero la llevaría puesta, ésta causaría espanto y muchas bajas en el campo enemigo.

Los informantes de Sahagún relatan que a Tlapaltécatl Opochtzin se le dieron también las armas de Huitzilopochtli, es decir su arco y sus flechas con casquillo de pedernal. Estas armas prodigiosas eran conocidas en náhuatl con los nombres de xiuhcóatl (serpiente de turquesa) y mamalhuaztli (palillos para prender el fuego). Los sacerdotes mexicas las tenían guardadas como reliquias de su dios patrono y las sacaban solamente en eventos extraordinarios, como la fiesta de panquetzaliztli (levantamiento de banderas), en la que nacía Huitzilopochtli cada año en el solsticio de invierno, o en la ceremonia de toxiuhmolpilía (se atan nuestros años), en la cual los mexicas encendían el Fuego Nuevo al final de cada ciclo de 52 años.

Como narraba el famoso mito de Coatépec, contado en el libro III de la obra de Sahagún, la xiuhcóatl y la mamalhuaztli habían sido utilizadas por Huitzilopochtli recién nacido para derrotar a sus tíos Centzonhuitznahuas y a su hermana mayor Coyolxauhqui durante el asalto que sufrió su madre Coatlicue en los tiempos de la migración mexica. Después de este episodio crucial que marcó por siempre la historia de los mexicas y los obligó a abandonar el Coatépec en pos de Tenochtitlan, los cargadores de los dioses mexicas recogieron las armas que les había dejado Huitzilopochtli y las envolvieron en sus paquetes sagrados, los tlaquimilolli, para llevarlas hasta su destino final en el sitio del águila sobre el nopal. De esta manera, el arco y las flechas que mataron a Coyolxauhqui y los Centzonhuitznahuas se convirtieron en reliquias sagradas, que los mexicas custodiaron celosamente durante siglos y en las cuales residía la fuerza militar de su dios patrono. Podemos entender, entonces, el porqué Cuauhtémoc y sus generales ponían en la armadura de Ahuitzotzin y en las armas de Huitzilopochtli sus últimas esperanzas de enderezar la suerte y repeler por fin el sitio de México.

Cuenta Sahagún que Tlapaltécatl Opochtzin fue escoltado por cuatro guerreros acompañantes y que, antes de salieran al combate, el cihuacóatl Tlacotzin dirigió un discurso en el cual los instaba a hacer prisionero a algún enemigo como señal de que su dios patrono no los había abandonado. Después de la arenga, Tlapaltécatl Opochtzin con sus cuatro guardaespaldas se subió a una azotea para que todos pudieran verlo, causando maravilla y espanto en los adversarios. Sin embargo, los españoles y sus aliados se dieron cuenta de que se trataba de un hombre disfrazado, y no de un demonio, y lo acometieron haciéndolo huir. En lugar de desanimarse, el guerrero quetzaltecólotl volvió a treparse al techo de una casa en la cual los tlaxcaltecas habían guardado el botín robado a los mexicas y logró recuperarlo sin ser capturado por los enemigos, brincando del tlapanco con una agilidad que dejó a todos estupefactos. Los cuatro ayudantes del búho-quetzal consiguieron además llevarse a tres enemigos como cautivos. Tras estas hazañas inesperadas, la batalla para la conquista del último reducto mexica en el barrio de Amáxac cesó durante dos días y los mexicas tuvieron un poco de tiempo para descansar y retomar el aliento, reconfortados por las señales que les daban la ilusión de que Huitzilopochtli no los había abandonado.

Desafortunadamente, esta racha favorable duró muy poco. El tercer día después de las proezas del quetzaltecólotl, los sitiados fueron testigos de un acontecimiento inexplicable y funesto que los dejó tan espantados que no pronunciaron ningún sonido, ni siquiera lanzaron los gritos que solían emitir para ahuyentar la mala suerte. Cerca de la medianoche empezó a llover de manera extraña y en medio de la lluvia menuda estalló un gran incendio que se movía en el cielo como una especie de torbellino y empezó a rodear el cercado en el cual se escondían los mexicas. Luego, el fuego se alejó de manera sorprendente hacia la laguna y desapareció en el agua. El día siguiente los mexicas tampoco pelearon, pero ahora su estado de ánimo había mudado completamente, estando a la espera del cumplimiento de su destino, que no tardó en revelarse el día siguiente.

Ese día sería recordado en las fuentes históricas por su signo funesto, 1-serpiente de la cuenta del tonalpohualli, correspondiente al jueves 13 de agosto de 1521 del calendario juliano, fiesta de San Hipólito. En la mañana Cortés había mandado una embajada a Cuauhtémoc para que se rindiera y se subió a la azotea de una casa del barrio de Amáxac para esperar sentado en un pabellón la respuesta del último huei tlatoani mexica. Después del mediodía, aparecieron en la laguna las canoas de los señores de México. En una de ella venía Cuauhtémoc con dos guerreros experimentados, Tepotzitóloc y Yaztachímal, quienes llevaban las armas del emperador en signo de rendición. Así fue como terminó el sitio de México y a los últimos resistentes encerrados en Tlatelolco no quedó otro remedio que entregarse como lo hacía su señor. Todo mundo exclamaba con resignación: «Ye yauh in tlacatl xocoyotl, in Cuauhtemoctzin, ye yauh quinmomacaz in teteo, in españoles»: «Ya va el señor joven Cuauhtémoc, ya va a entregarse a los dioses, a los españoles».

Para citar: Gabriel Kruell, Las hazañas del búho-quetzal y el último presagio de la conquista, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/index.php/amoxtli/2767/2767. Visto el 23/04/2024