Matanza de Cholula. La guerra de los dioses

Texto original con ortografía de la época:

La primera entrada que se hizo fue por la parte de Cholula, donde gobernaban y reinaban dos señores que se llamaban Aquiach y Tlalchiach, que siempre los que en este mando sucedían eran llamados de este nombre, que quiere decir el mayor de lo alto y el mayor de lo bajo del suelo. Entrados pues por la provincia de Cholula, en muy breve tiempo fue destruida por muy grandes ocasiones que para ello dieron y causaron los naturales de aquella ciudad, la cual destruida y muerta en esta entrada gran muchedumbre de cholultecas, corrió la fama por toda la tierra hasta México, adonde puso horrible espanto, y más en ver y entender que los tlaxcaltecas se habían confederado con los dioses, que ansí eran llamados generalmente los nuestros en toda la tierra de este Nuevo Mundo, sin podelles dar otro nombre.

Tenían tanta confianza los cholultecas en su ídolo Quetzalcohuatl, que entendieron que no había poder humano que los pudiese conquistar ni ofender, antes acabar a los nuestros en breve tiempo; lo uno por que eran pocos, y lo otro que los tlaxcaltecas los habían traído allí por engaño a que ellos los acabaran, porque como digo confiaban tanto en su ídolo, que con rayos y fuego del cielo los habían de consumir y acabar y anegar con aguas, ansí lo decían y publicaban a grandes voces: "Dejadlos llegar a estos advenedizos extranjeros, veamos qué poder es el suyo, porque nuestro dios Quetzalcohuatl está aquí con nosotros, que en un improviso los ha de acabar. Dejadlos lleguen los miserables, veámoslos agora, gocemos de sus devaneos y engaños que traen, que son locos de quien se fían aquellos sométicos mujeriles que no son mas que mujeres bardajas de sus hombres barbudos que se han rendido a ellos de miedo; dejadlos lleguen a los alquilados que bien les han pagado las vidas a los miserables, mirad a los ruines tlaxcaltecas, cobardes, merecedores de gran castigo. Como se ven vencidos de los mexicanos, andan a buscar gentes advenedizas para su defensa. ¿Cómo os habéis trocado en tan breve tiempo y os habéis sometido a gente tan bárbara y extranjera en el mundo no conocida? Decid ¿de dónde los habéis traído alquilados para vuestra venganza? ¡Oh miserables de vosotros, que habéis perdido la fama inmortal que tenía desde tres varones descendientes de la muy clara sangre de los antiguos teochichimecas, pobladores de estas tierras inhabitables! ¿Qué ha de ser de vosotros gentes perdidas? Mas aguarda, que muy presto veréis sobre vosotros el castigo que hace nuestro dios Quetzalcohuatl".

Decían estas cosas y otras semejantes, porque tenían entendido, que en efecto se habían de abrasar con rayos de fuego que del cielo habían de caer sobre ellos, e que de los mismos templos de sus ídolos habían de salir y manar ríos caudalosos de agua para los anegar, ansí a los de Tlaxcalla como los nuestros, que no poco temor y espanto causaba a los amigos tlaxcaltecas, creyendo que fuera ansí como los de cholultecas decían, especialmente los pregoneros del templo de Quetzalcohuatl, que ansí lo publicaban; mas visto por nuestros tlaxcaltecas que nuestros españoles apellidaban a Santiago, y que comenzaban a quemar los españoles los templos de los ídolos y a derribarlos por los suelos, profanándolos con gran determinación, y como no veían que hacían nada ni caían rayos, ni salir los ríos de agua, entendieron la burlería y cayeron en la cuenta de cómo era todo falsedad y mentira, tornaron en sí cobrando tanto ánimo, que como dejamos referido, hubo en esta ciudad tan gran matanza y estrago, que no se puede imaginar. De donde nuestros amigos quedaron muy enterados del valor de nuestros españoles, y desde allí en adelante no estimaban acometer mayores cosas, todo guiado por orden divina, que era nuestro señor servido que esta tierra se ganase, y rescatase y salise del poder del demonio.

Antes que esta guerra se comenzara, fueron enviados mensajeros y embajadores de la ciudad de Tlaxcalla a los cholultecas a rogarles y a requerirles con la paz, enviándoles a decir que no venían a buscar a ellos, sino a los de culhua, culhuacanenses mexicanos, que como está dicho, este era su nombre y apellido culhuaques porque habían venido de las partes de Culhuacan de hacia la parte del poniente y mexicanos porque ansí se llamaba la ciudad de México adonde estaban poblados con supremo poder. Fueles enviado a decir por los de Tlaxcalla y de parte de Cortés que se viniesen y diesen de paz y que no tuviesen temor, que los dioses blancos y barbudos les harían daño, porque era muy principal gente y muy noble, y que querían su amistad y que ansí les rogaban como amigos los recibiesen de paz, que haciéndolo ansí, serían bien tratados de ellos e que no les harían ningún mal tratamiento, porque de otra manera que si los enojaban, que era gente muy feroz y atrevida y valiente, e que traían armas aventajadas y muy fuertes de hierro blanco.

Decían esto de hierro blanco a causa de que entre ellos no tenían hierro sino cobre, e que traían tiros de fuego y animales fieros que los traían de trailla atados con cordeles de hierro, y calzaban y vestían hierro, y de cómo traían ballestas fortísimas, y leones, y onzas muy bravas que se comían las gentes, lo cual decían por los perros lebreles y alanos muy bravos que en efecto traían los nuestros, que fueron de mucho efecto, y que con estas cosas no se podían escapar ni tener reparo si los dioses se enojaban y si no se entregaban de paz, lo cual les parecía a ellos muy bien, por excusar mayores daños, y que les aconsejaban como amigos lo hiciesen ansí. Mas sin hacer caso de todas estas cosas no quisieron sino seguir su parecer de no darse, sino antes morir, y en lugar de este buen consejo por buena respuesta a los de Tlaxcala, desollaron vivo la cara a Patlahuactzin su embajador, persona de mucha estima y principal de valor, y lo mismo hicieron de sus manos, que se las desollaron hasta los codos, y cortadas las manos por las muñecas, que las llevaba colgando.

Y le enviaron de esta manera con gran crueldad diciéndole ansí: "Andad y volved y decida los de Tlaxcalla y esos otros andrajosos hombres, o dioses o lo que fueren, que son esos que decís que vienen, que eso les damos por respuesta". Y ansí se vino el pobre embajador con harta lástima y dolor, el cual puso horrible espanto y pena en la república siendo uno de los gentiles y hermosos hombres en esta señoría dispuesto y bien agestado. Y visto tan gran atrevimiento y mal tratamiento de que murió Patlahuactzin en servicio de su patria y república, adonde dejó eterna fama ansí entre los suyos como lo refieren en sus enigmas y cantares, fueron indignados los tlaxcaltecas porque lo recibieron por gran afrenta, una cosa que jamás había pasado en el mundo. Que los semejantes embajadores siempre eran tenidos y honrados de los reyes y señores extraños, porque con ellos se comunicaban las paces y las guerras y otros acaecimientos que entre las provincias y reinos suelen suceder. Y ansí con esta indignación dijeron a Cortés: "Señor muy valeroso, en venganza de tan gran desvergüenza y maldad y atrevimiento, queremos ir contigo a asolar y destruir aquella nación y su provincia, y que no quede vida de gente tan perniciosa, obstinada y endurecida en su maldad y tiranía, que aunque no fuera por otra cosa más de por esta, merecen castigo eterno, que en lugar de darnos gracias por nuestro buen comedimiento, nos han querido menospreciar y a tener en poco por amor de ti".

El valeroso Cortés les respondió con rostro severo diciéndoles de esta manera: "Que no tuviesen pena, que él les prometía la venganza de ello", como en efecto lo hizo; ansí por esto como por otras traiciones, se puso en ejecución dalles guerra muy cruel, adonde murieron grande muchedumbre de ellos [...] 

Decían los cholultecas que los habían de anegar en virtud de su ídolo Quetzalcohuatl, que era el más frecuentado ídolo de todos los que tenían en toda esta tierra, y ansí el templo de Cholula lo tenían por relicario de los dioses; y ansí decían que cuando se descostraba alguna costra de lo encalado, en tiempo de su gentilidad, decían que por allí manaba agua y porque no se anegasen, mataban niños de dos y de tres años, y de la sangre de ellos mezclada con la cal haciéndolo a manera de zula que tapaban con ella los manantiales y fuentes que ansí manaban.Y ateniéndose a esto decían los cholultecas que cuando algún trabajo les sucediese en la guerra de los dioses blancos y tlaxcaltecas, que descostraban y despostillaban todo lo encalado por donde manasen fuentes de agua con que los anegasen, lo cual hicieron y pusieron por la obra cuando se vieron en tan gran aprieto como en el que se vieron, lo cual aunque lo hicieron no les aprovechó cosa alguna, de que quedaron muy burlados, y como hombres desesperados los más de ellos que murieron en aquella guerra de Cholula, se despeñaron ellos propios, y se echaban a despeñar de cabeza arrojándose del cu de Quetzalcohuatl abajo, porque ansí lo tenían de costumbre muy antigua desde su origen y principios eran sí rebeldes y contumaces como gente indómita y dura de cerviz y que tenían por blasón de morir muerte contraria de las de otras naciones, morir de cabeza.

Finalmente que los más de ellos en esta refriega, murieron desesperados matándose ellos propios. Acabada la guerra de Cholula entendieron y conocieron los cholultecas que era de más virtud el dios de los hombres blancos y que sus hijos eran más poderosos. Y los tlaxcaltecas, nuestros amigos, viéndose en el mayor aprieto de la guerra y matanza, llamaban y apellidaban al Apóstol Santiago, diciendo a grandes voces ¡Santiago! y de allí les quedó que hoy en día en hallándose en algún trabajo los de Tlaxcala llaman al señor Santiago.

Usaron los de Tlaxcalla de un aviso muy bueno que les dio Hernando Cortés porque fueran conocidos y no morir entre los enemigos por hierro porque sus armas y divisas eran casi de una manera y había en ellas poca diferencia que como era tan gran multitud de gentes la una y la otra ansí fue menester porque si esto no fuera en tan gran aprieto se mataran unos a otros sin conocerse y ansí se pusieron en las cabezas unas guirnaldas de esparto a manera de torsales y con esto eran conocidos los de nuestra parcialidad que no fue pequeño aviso. Destruida en esta primera entrada que se hizo en Cholula y muerta tanta muchedumbre de gente saqueada y robada como se saqueó pasaron luego nuestros ejércitos adelante poniendo grande temor y espanto por donde quiera que pasaba hasta que la nueva de tal destrucción llegó a toda la tierra, y las gentes admiradas de oír cosas tan nuevas, y de cómo los cholultecas eran vencidos y perdidos los más de ellos muertos y destruidos en tan breve tiempo, y de cómo su ídolo Quetzalcohuatl no les había ayudado en cosa alguna, hicieron grandes conjeturas todas estas gentes, con grandes sacrificios y ofrendas porque no sucediese lo mismo a todos los demás, con grandes llantos y lloros, que era lástima vellos metidos en un juicio tan profundo como éste.

Aunque todas estas cosas les aprovechaban muy poco, no por eso dejó de causar grandísimo temor a toda la tierra, cuyo vencimiento relajó los bríos de todos los comarcanos, sin entender por dónde viniese tan gran castigo de los dioses; y ansí desde aquí en adelante vivían con cuidado, esperando el fin que había de tener la venida de estas nuevas gentes, y escondían sus hijas y mujeres y haciendas en lo más espeso y escondido de la tierra.

Para citar:
Muñoz Camargo, Diego , Historia de Tlaxcala, Tlaxcala, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social; Universidad Autónoma de Tlaxcala, 2013 [1998], pp. 188-193
Lugar(es):
  • Cholula
Actor(es):
  • Quetzalcoatl
  • Santiago apóstol