Espada y sombrero, incienso y sangre: descifrando los dones entre españoles y tlaxcaltecas

Mucho antes de que las tropas de los expedicionarios llegaran al territorio tlaxcalteca, los habitantes de las cuatro cabeceras de la ciudad enemiga de México-Tenochtitlan habían recibido regalos significativos por parte de los recién llegados. En efecto, las fuentes concuerdan al mencionar que Cortés envió una espada, una ballesta, una carta y un sombrero de seda de tafetán carmesí. A pesar de que la élite tlaxcalteca no podía comprender su significado, la carta contenía un mensaje de amistad y apoyo. Cortés sabía que Tlaxcala estaba oprimida por el poder mexica y ofrecía su ayuda en este conflicto. Había sido enviado por su emperador, Carlos V, y traía al verdadero dios, muy distinto de los dioses “falsos y hechos a mano” que adoraban ellos. Los cuatro dones que el jefe de los expedicionarios envió tenían el objetivo de enseñarles “la fortaleza de sus armas, las cuales traía para socorrer y favorecerlos como a hermanos contra aquel tirano y fiero carnicero de Moctheuzoma” (Historia de Tlaxcala, cap. 3).

La función de los regalos de armamentos era, por ende, impresionar a sus destinatarios y, al mismo tiempo, presentar de manera formal la misión de los recién llegados, así como una explícita propuesta de alianza. Los señores de Tlaxcala decidieron dejar con vida a los emisarios de Cempohuala que trajeron los dones y consideraron adecuado responder positivamente a la propuesta española, invitando los extranjeros – “aquella gente que eran tenidos por dioses” – a sus tierras, donde serían bien recibidos.

Como es bien sabido, sucesivamente los señores tlaxcaltecas adoptaron actitudes contradictorias con los expedicionarios, alternando batallas sangrientas y ofrendas de alimentos a sus enemigos. También encargaron a su gente observar los recién llegados y, sobre todo, enterarse de lo que ellos comían. Claramente, encontramos en estos pasajes una referencia evidente a la misma estrategia puesta en acto por Motecuhzoma al momento de enviar sus emisarios a la Costa: entender cuál era la comida de los extranjeros para comprender su naturaleza.

Tanto Andrés de Tapia como Bernal Díaz del Castillo recopilan un episodio interesante al respecto. Enviados por Xicotencatl, los tlaxcaltecas presentaron a los expedicionarios cuatro mujeres, guajolotes, tortillas y capulines, copal y plumas de papagayos. Este menú alimentario tripartito debía responder a los tres posibles gustos culinarios de los expedicionarios. Las mujeres eran ofrecidas como comida, para que los recién llegados se alimentaran con su cuerpo y sus corazones. Ésto en el caso de que los españoles fueran “teules bravos”, como aseguraban los aliados de Cempohuala.  Los guajolotes, las tortillas y la fruta eran los alimentos destinados a los seres humanos, es decir, la segunda posible naturaleza de los extranjeros. El incienso copal y las plumas de papagayos eran ofrendas alimentarias propias de los “teules mansos”.

La otredad desconocida representada por los españoles está confirmada por la confusión de los mismos tlaxcaltecas, cuando declararon, al ofrecerles las mujeres: “porque no sabemos de qué manera lo hacéis, por eso no las hemos sacrificado ahora delante de vosotros” (Díaz del Castillo). Esta oposición entre alimentos crudos (formados por cuerpos humanos y corazones) y comidas de olores y ofrendas quemadas (humo y plumas) responde al código dual de los apetitos de los seres extra-humanos de los antiguos nahuas. De manera muy general se considera que entre los consumidores de cuerpos, sangre y corazones se encuentran los seres telúricos y del inframundo, así como Huitzilopochtli, Tezcatlipoca y Tonatiuh. En cambio, los destinatarios de las ofrendas de copal (así como de animales) se identifican con entidades en cuyo culto los aromas de los alimentos eran compartidos con los seres humanos, como Xiuhtecuhtli, entre otros (Graulich y Olivier 2004).

Para comprender con celeridad los gustos alimentarios de los expedicionarios, los tlaxcaltecas entregaron la información recolectada a los adivinos y hechiceros al servicio de los señores. Éstos deliberaron que los españoles eran “hombres de hueso y carne”. Sin lugar a duda, el gran festín de perrillos que Díaz del Castillo atribuye a los españoles a lo largo de sus batallas en tierra tlaxcalteca no pasó desapercibido. Por esta razón, cuando los recién llegados se instalaron en la ciudad de Xicotencatl, las comidas que se les ofrecieron fueron las que nunca faltaban en las mesas señoriales: aves, guajolotes, codornices, liebres, conejos, venados, tortillas, frijoles y tunas. Una vez establecida la paz, los abastecimientos de comida fueron entregados de forma constante.  

Lejos de ser simplemente dones simbólicos proporcionados a los extranjeros, las ofrendas de alimentos mencionadas tenían la función explícita de comprender la cualidad del enemigo, de circunscribir sus campos de acción y de manipular sus reacciones. 

 

Para saber más:

  • Díaz del Castillo, Bernal, 2005, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, 2 vols., Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
  • Muñoz Camargo, Diego, 1892, Historia de Tlaxcala, Ed. Alfredo Chavero, México, Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento.
  • Graulich, Michel y Guilhem Olivier, 2004, “¿Deidades insaciables? La comida de los dioses en el México antiguo”, Estudios de Cultura Náhuatl, vol. 35, pp. 121-155.
Para citar: Elena Mazzetto, Espada y sombrero, incienso y sangre: descifrando los dones entre españoles y tlaxcaltecas, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/1725/1725. Visto el 19/04/2024