El cristianismo-otomí del Valle del Mezquital.

Si bien, para varias sociedades nativas la Conquista fue avasalladora, para otras, fue un momento crucial donde la innovación les permitió adaptarse a las nuevas circunstancias; tal es el caso del pueblo otomí que habita el Valle del Mezquital, autonombrado actualmente como hñähñü. Los otomíes, como partícipes de su propia historia, en su momento, tomaron decisiones, idearon estrategias y entablaron negociaciones en torno al poder político; con ello, se gestó un cristianismo otomí que se fue configurando a lo largo del período colonial.

Hasta hace poco, se contaba con escasos documentos históricos producidos por los otomíes que dieran cuenta de sus impresiones ante el nuevo orden. Sin embargo, en los últimos años, a través de los trabajos de un proyecto colectivo asesorado por el historiador y artista hñähñü Francisco Luna Tavera (proyectos PAPIIT-UNAM IN401209, 402113,403616 y 403120) se han dado conocer una serie de fuentes menos convencionales –no por ello menos válidas-, que han permitido adentrarnos en la historia del Valle del Mezquital y sus habitantes: expresiones artísticas como el arte rupestre, la pintura elaborada en el interior de los conventos y las capillas familiares, la tradición oral y el calendario litúrgico de los actuales hñähñü.

La región que hoy se conoce como el Valle del Mezquital se caracterizó por una condición fronteriza que fluctuaba entre los pueblos plenamente sedentarios del Sur y los nómadas ubicados al Norte; esto que otorgó a los otomíes, una herramienta estratégica en la continua negociación con las sociedades dominantes. En los últimos años del Posclásico, sirvieron a los mexicas como guerreros y protectores de la frontera en la contención de las huestes norteñas; en la época colonial junto a otros grupos indígenas, se aliaron a los españoles primero, en la llamada Guerra del Mixtón y, posteriormente, para hacerle frente a los nómadas en la pacificación del Bajío durante la Guerra Chichimeca (1551-1590).

En este contexto se creó uno de los productos más evidentes de la negociación entre los otomíes y las autoridades religiosas: los murales localizados en el interior del templo del convento de Ixmiquilpan.  Las pinturas escenifican una batalla que alude a la época conflictiva, al mismo tiempo refieren un combate ritual en honor a Cristo representado con el “águila solar”, quien recorre el firmamento desde su nacimiento hasta su muerte, evocando al sacrificio mesoamericano. A la par de estas acciones, los otomíes también pintaban las paredes rocosas de innumerables arroyos que configuran la región; esta expresión plasmada en el soporte natural es definida como arte rupestre.

Los arroyos de temporal que resguardan estas pinturas, en su mayoría de color blanco y algunos grabados, descienden de una gran caldera volcánica conocida como Hualtepec, que algunos estudiosos basados en evidencias arqueológicas, relacionan con el Coatepec mexica. Una de las imágenes recurrentes en este arte rupestre es el venado flechado, asociado a una entidad conocida como Mäkä Fanto Makunda: ‘Sagrado Venado Hermano Mayor’ quien, según la tradición oral, fue el primer ser sobre la tierra y tomó la identidad de Ndä Kristo para ser sacrificado en su lugar, cuando este era perseguido por las estrellas caídas conocidas como ts’ne.

La asociación Cristo-Venado está expresada gráficamente en el arte rupestre: figuras arquitectónicas evocan al Templo Mayor mexica y a otros edificios que, en ocasiones, se encuentran junto a imágenes del palo de Xocotl huetzi; una veintena dedicada a Otontecuhtli: ´Señor de los otomíes’ y relacionada con los antepasados, el fuego y el sacrificio humano, este último elemento a veces simbolizado con la inmolación sobre la piedra sacrificial. Representaciones de la pareja primordial: el Sol y la Luna; de la Serpiente de Agua, conocida localmente como Bo’kyä, y de los Uema, antepasados gigantes de los otomíes, a quienes se atribuye la construcción de los conventos y capillas de linaje.

Luego, a estas escenas fueron añadidas imágenes de iglesias católicas, conjuntos conventuales, capillas familiares y cruces. Particularmente en un sitio ubicado en el municipio de Huichapan, los otomíes pintaron el rostro de Cristo con las tres potencias, similar al que aparece en los catecismos conocidos como Testerianos, utilizados por los evangelizadores para promover la nueva religión [ver imagen]. De manera que se apropiaron de los elementos cristianos y los integraron a las representaciones mesoamericanas para crear un discurso íntegro.

Pero tales expresiones no se quedaron en estos santuarios naturales. Fueron trasladadas al interior de los nuevos templos católicos: las capillas de linaje; y ahí fueron reinterpretadas. Los Uema se asimilaron con los ángeles, el Xocotl huetzi con el “árbol de fuego”, como se conocía al castillo de fuegos pirotécnicos. También se pintaron los venados e, incluso, en los muros y en el piso fueron empotradas sus astas, como si la capilla fuese el cuerpo del Venado. Hoy en día, en su interior se depositan cruces con rostro hechas de cantera, aludiendo a Cristo en su acepción de ancestro Uema y al mismo tiempo representan a los antepasados familiares, especialmente al fundador del linaje.

También se pintó al Sol -‘Zidadad’ihe Hyadi’- y la Luna -´Zinana’ihe Zänä’-, la pareja primordial y creadora del mundo; conocida por los hñähñü en su carácter dual con el nombre de Yozipa. Este fue resignificado con la imagen del águila bicéfala de los Habsburgo y asimilado a Dios Padre. Su representación y su renovado simbolismo político-religioso fue difundido por los conquistadores otomíes durante la gran Guerra Chichimeca, y lo expresaron en las iglesias y en las capillas de linaje de los pueblos que fundaron en el Bajío y aun en zonas más septentrionales.

Un panel de pintura rupestre ubicado en el municipio de Huichapan condensa la complejidad de este proceso. La escena está dividida con una línea horizontal, en la sección superior aparece la imagen de un basamento piramidal con templo doble y de otro más pequeño. Entre estos, se pintó a un personaje recostado boca arriba sobre una piedra sacrificial y a la derecha, una procesión de personajes parte de un recinto y se dirige hacia un palo de Xocotl huetzi junto al templo de menor tamaño. En la sección inferior, debajo del templo prehispánico más grande y paralelo a este, se representó un conjunto conventual con su iglesia, campanario y arcos; a la derecha aparece un escudo que, a través de una línea, se encuentra vinculado con el sagrado Venado, pintado justo abajo del personaje sacrificado, integrando el significado de ambos discursos a partir de una comparación [ver imagen].

Una escena realizada en otro momento reproduce el enfrentamiento entre un jinete y un combatiente a pie empuñando su espada; parece referirse a una batalla ritual, en la forma como la siguen realizando actualmente los hñähñü durante algunas festividades religiosas y en donde simbólicamente se expresa el sacrificio. Tal es el caso de los Carnavales organizados en la comunidad de Bajhí, Tecozautla y en el pueblo de El Espíritu, Alfajayucan [ver imagen]. Cabe aclarar que, frente a este panel de pintura rupestre, en otra pared rocosa se representó a Yozipa con su imagen de águila bicéfala. 

La fuerza creativa de los otomíes del Valle del Mezquital expresada en sus producciones artísticas, les permitió enfrentar las vicisitudes surgidas durante los momentos clave. Se evidencia una notable compenetración de la vida ritual entre estos y el grupo dominante: primero con el mexica y después con el español. Aunque, por otra parte, existió una clara voluntad por marcar las diferencias político-religiosas y para ello fue indispensable la negociación constante que, en el contexto de la Conquista española, gestó un cristianismo asimilado bajo la cosmología otomí.

No se trata de una imposición que causó la ruptura abrupta y total con el pasado ni con la identidad de este pueblo, sino de un proceso que implicó la congruencia con la tradición mesoamericana. Al final de cuentas los otomíes consideran a sus ancestros gigantes, los Uema, como los constructores de los imponentes conventos, las iglesias y las capillas de linaje.

 

Para saber más

  • Díaz, Ana Guadalupe, et al., pp. 363-387; Hernández Ortega, Nicté et al., pp. 253-275; y Hers, Marie-Areti, et al., pp. 37-64, en Fernando Berrojalbiz, coord., La vitalidad de las voces indígenas: arte rupestre del contacto y en sociedades coloniales México: UNAM-IIE, 2015.

http://www.ebooks.esteticas.unam.mx/files/original/808187c26689e07a7e53d54117a2ac00.pdf   Visto el 27/10/2020.

 

  • Levin Rojo, Danna A.  Los otomíes como conquistadores y colonos de frontera en el periodo virreinal, México, Noticonquista. Danna A. Levin Rojo, Los otomíes como conquistadores y colonos de frontera en el periodo virreinal, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/index.php/amoxtli/2370/2357 Visto: el 27/10/2020.

 

Para citar: Alfonso Vite, El cristianismo-otomí del Valle del Mezquital., México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2411/2393. Visto el 24/04/2024